“El corazón de la madre
es la escuela del niño”
H.W Beecher
La maternidad humana es el milagro por excelencia que caracteriza al género humano. Es el mayor fenómeno que se produce en la tierra.
La mamá es el único ser coproductor de los seres humanos.
Procrear a los seres humanos desde que estos aparecieron en la tierra hasta el fin de los tiempos fue, es y será el milagro más grande en el globo terráqueo.
La fecundación, la gestación y el nacimiento de un bebé son algo que produce contento y alegría al ser humano.
Bendito Dios por otorgar la facultad de procreación al ser humano.
Hasta ahora no se conoce que sin la concepción natural o artificial pueda producirse bioquímica o químicamente un ser humano.
En fin, no necesita uno tantas palabras para admirar la excelsitud de la mamás.
El laureado poeta Ernesto Moreno Machuca, originario de Huauchinango Puebla, publicó un libro titulado “Nocturno a mi madre”, en 1969, que muestran su exquisitez y el gran elogio a las mamás de todos los tiempos y de todas las naciones.
Ahora me permito, por adopción, compartirles algunos fragmentos de un poema titulado “Maitines para las madres”.
“A la Madre Universal. Madre sacra de todos los tiempos, creadora de genios, altar de la Ciencia. Madre santa que vuelcas tu ternura en la sencillez de tu abnegación sin límites y en la dádiva celeste de tu amor sin recompensa.”
“Madre de todas las naciones y de todas las patrias; madre universal que representas el ara de las civilizaciones y la cuna de todas las conquistas; que rimas con tu egregio corazón de mujer el caro madrigal de nuestros sueños, la cantata de nuestras esperanzas y las ricas alegorías de nuestra ensoñación.”
“A la Madre heroica de México. Madre heroica de México, santamente buena y estoicamente inmortal, que ha tiempo viste partir arrancado de tu seno por la Revolución, al hijo mestizo y valiente –garra de león y corazón de paloma– para defender en la trinchera de sus sueños, con el fusil de su alma y las balas de su pasión, el ideal sagrado de una vida mejor.”
“A la Madre indígena. Madre triste y humilde que vas cargando sobre el huipil indígena el fruto enamorado de tu sangre, amalgama de ternura y resignación, a quien entregas bajo la bandera celeste de tu rebozo, las sacras linfas de tu ser de moreno color.”
“A la Madre joven. Y para ti, tierna gacela de carne tibia y rosada, madre-niña que apenas dejaste la muñeca rubia, hija de tus sueños, con la que ensayaste el rito sacro de la Maternidad, va mi palabra a ensalzar la dádiva de tu juventud, crucificada en obediencia a la santa sentencia bíblica: ¡‘naced, creced y multiplicaos’!”
“A la Madre anciana. Tarde a tarde te miro pasar con paso atropellado y cansino, por la ruta de los desencantos, oh madre anciana que diste la savia de tu juventud y las linfas de tu corazón, para alimentar con ellas a tus hijos, que cariñosos los unos e ingratos los más, ha tiempo que dejaron de mirarse el espejo de tus ojos, porque la vida trazó cordeles de distancia y separó con ellos tus risas de sus risas y tu llanto de sus lágrimas.”
“A la Madre viuda. ¡Gloriosa tú, alta y bella flor humana, en cuya esencia se rezumen los néctares misteriosos de la Divinidad!”
“A la Madre abandonada. ¡Pobres tus sueños truncos, que al inicio de la felicidad empañaron de sombra tu existencia, cuando el hombre que fue el padre de tus hijos dejó el pétalo de tu risa y se ausentó de la playa de tu corazón, en la nave de una aventura fácil o en la tempestad inconsciente de algún vicio que lo apresó con el filo de sus garras!”
“A la Madre espiritual. Para ti, madre espiritual, cuyo corazón rebosante de amor se desbordó para buscar al hijo ajeno, desvalido y anónimo, a fin de hacerlo propio y entregarle con manos plenas de luz, la leche pura de la terneza y el néctar íntimo de la más esplendorosa Maternidad.”
“Para ti, verdadera creadora del cuerpo y del espíritu; del hijo llegado a querer como si hubiera sido propio, sangre de tu sangre y carne de tu carne; amado aún, sin el sacrificio de la gestación, ni el dolor biológico del parto”.
“A la Madre muerta. ¡Azucena de luz, santo fulgor de aurora, en cuyos rayos nos llega el celeste calor que tu vida nos daba, cuando era tu presencia un astro y tu risa un manantial!”
“¡Bendita seas, Madre muerta, cuya bendición nos mandas a través de los soles viajeros y de las estrellas niñas que nos contemplan como llorando y dejan caer sobre nuestras almas las lágrimas eternas de tu dolor!”
“A las Madres enlutadas por la Guerra. Madres de Vietnam y de Vietcong; Madres de los Estados Unidos de Norte-América, mártires de la barbarie de la Guerra: con Ustedes que sufren, con Ustedes que lloran, con Ustedes que luchan y ocupan en la Ciudad y en los campos los puestos de defensa espiritual y económica que vuestros hijos os han dejado para marchar al abismo demoníaco de la Guerra.”
“Envío a las Madres de México. Madres de mi Patria de milagrosa forma de mujer, que baña sus diáfanos contornos en las aguas danzantes del Golfo y del Pacífico: en este día en que las gracias han querido pasear su encantamiento por el huerto florido de mi corazón, permitidme que como un sólo hijo…, entregue en estas flores verbales de oloroso perfume filial, las luminosas flores de los corazones de vuestros hijos.”
Viene al caso un pensamiento de Aristóteles: “Las madres adoran más a sus hijos que los padres, porque recuerdan el dolor con que los han traído al mundo y están más seguras de que son sus hijos.”
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