Baltasar Gracián

Por  José Alarcón Hernández | Publicado el 03-08-2015

“Los libros son amigos

que nunca decepcionan”

Thomas Carlyle

La Secretaría de Educación Pública Federal editó una colección de libros que denominó “Biblioteca Enciclopédica Popular”.

Eran los tiempos del presidente Manuel Ávila Camacho. Su secretario de educación pública Jaime Torres Bodet, acertó al editar esta colección de textos de autores seleccionados para conocimiento del común ciudadano.

Tal vez fueron el antecedente de los libros de texto que después se imprimirían por orden del presidente Adolfo López Mateos.

Don Pedro Gringoire, un intelectual distinguido de la primera mitad del siglo XX, escribió la introducción, selección y notas de algunos de los textos de Baltasar Gracián y Morales.

“El caso de Baltasar Gracián y Morales es de aquellos en que la vida del hombre es menos interesante que las obras del escritor. Salvo las dificultades que tuvo con las autoridades de su Orden –La Compañía de Jesús– y que culminaron en su destierro, y aparte de sus éxitos locales como predicador, su vida es la opaca y un tanto monótona de un filósofo, profesor de humanidades, teólogo y moralista de púlpito, cátedra y tertulia de casa rica del siglo XVII”.

En esa introducción, Gringoire escribió: “Baltasar nació en Belmonte de Calatayud, el 8 de enero de 1601, de familia numerosa y pobre. Educado primeramente en Toledo como pupilo de un tío suyo; ingresó después en los colegios de los jesuitas, primero en Calatayud, luego en Huesca. Novicio de la Compañía a los dieciocho años, hizo su profesión solemne a los treinta y cuatro”.

Gringoire nos regala otras expresiones: “Era brillante predicador, pues, según se dice cuando él ocupaba el púlpito, las iglesias de Madrid se repletaban, y todavía quedaban a la puerta millares de personas. Ciertamente, Gracián apelaba a algunos ardides de publicidad para aumentar su renombre. Un día se le ocurrió anunciar que leería desde el pulpito una carta recibida de los Infiernos. Fácil es imaginar el alboroto que esto causó a aquella sociedad pacata y supersticiosa. A tal punto llegó la escandalera, que sus superiores reprendieron al ingenioso predicador y lo obligaron a retractarse públicamente”.

Alfonso Reyes nos dice: “Era Gracián un hombre pequeño y nervioso, pálido y algo corto de vista, de habla apresurada, la fisonomía animada siempre por aquella vibración exquisita de su pensamiento; de genio sensible y gusto difícil de contener”.

Ahora permítame, de su libro “Oráculo, Manual y Arte de Prudencia”, compartirle algunos textos:

Nunca descomponerse. Gran asunto de la cordura nunca desbaratarse. Son las pasiones los humores del ánimo y cualquier exceso en ellas causa indisposición de cordura; y si el mal saliere a la boca, peligrará la reputación.

No ser intratable.  En lo más poblado están las fieras verdaderas. Es la inaccesibilidad vicio de desconocidos de sí, que mudan los humores con los honores; no es medio a propósito para la estimación comenzar enfadado.

No cansar. Suele ser pesado el hombre de un negocio y el de un verbo. La brevedad es lisonjera y más negociante. Gana por lo cortés lo que pierde por lo corto. Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Y aún lo malo, si poco, no tan malo.

Cobrar fama de cortes, que basta a hacerle plausible. Es la cortesía la principal parte de la cultura, especie de hechizo; y así concilia la gracia de todos, así como la descortesía el desprecio y enfado universal.

Nunca quejarse. La queja siempre trae descrédito: más sirve de ejemplar atrevimiento a la pasión que de consuelo a la compasión.

Pensar anticipado. Hoy para mañana, y aún para muchos días. La mayor providencia es tener horas de ella; para prevenidos no hay acasos, ni para apercibidos aprietos; no se ha de aguardar el discurrir para el ahogo y ha de ir antemano… es la almohada sibila muda, y el dormir sobre los puntos vale más que el desvelarse debajo de ellos. Algunos obran y después piensan; aquello más es buscar excusas que consecuencias; otros, ni antes, ni después.

Nunca acompañarse con quien le pueda deslucir tanto por más cuanto por menos.

No ser fácil ni en creer, ni en querer.

Saber usar de los amigos. Hay en esto su arte de discreción: unos son buenos para de lejos y otros para de cerca, y el que tal vez no fue bueno para la conversación lo es para la correspondencia. Purifica la distancia algunos defectos que eran intolerables a la presencia. No sólo se ha de procurar en ellos conseguir el gusto, sino la utilidad, que ha de tener las tres cualidades del bien.

Saber sufrir necios. Los sabios siempre fueron mal sufridos, que quien añade ciencia añade impaciencia. El mucho conocer es dificultoso de satisfacer. La mayor regla del vivir, según Epícteto, es el sufrir, y a esto redujo la mitad de la sabiduría. Si todas las necedades se han de tolerar, mucha paciencia será menester.

No empeñarse con quien no tiene que perder. Es reñir con desigualdad. Entra el otro con desembarazo porque trae hasta la vergüenza perdida.

No vivir aprisa. El saber repartir las cosas es saberlas gozar. A muchos les sobra la vida y se les acaba la felicidad; malogran los contentos, que no los gozan, y querrían después volver atrás cuando se hallan tan adelante.

Sin mentir, no decir todas las verdades. No hay cosa que requiera más tiento que la verdad.

Saber o escuchar a quien sabe. Sin entendimiento no se puede vivir, o propio o prestado; pero hay muchos que ignoran que no saben, y otros que piensan que saben, no sabiendo.

Dichos y hechos hacen un barón consumado.

Lo fácil se ha de emprender como dificultoso y lo dificultoso como fácil.

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