Alimentación y cáncer

Por  Leticia López Posada | Publicado el 02-10-2015

Mucho se ha hablado sobre un conjunto de factores que se relacionan con la aparición y progresión de diversos tipos de cáncer; el tema aún sigue en estudio y es controversial. No debemos olvidar que es la modificación de la información genética de nuestras células la que en determinado momento hace manifiesta la aparición de células malignas; esto sucede en gran medida por influencia ambiental, dentro de la que se han descrito como factores muy importantes la alimentación, el ambiente laboral y familiar, la práctica del ejercicio físico, los patrones de descanso y también aquellas actividades que forman parte de nuestras diversiones y distracciones, así como los niveles de estrés.

Refiriéndonos al tema de la alimentación, hay evidencias encontradas: en primer lugar se habla de la influencia del consumo de ciertos alimentos y de determinados patrones de alimentación sobre la manifestación de diversos tipos de cáncer; y en segundo lugar, se investiga sobre el papel preventivo que algunos alimentos y nutrimentos poseen manteniendo la salud celular.

Dentro de los tipos de cáncer en los que se ha vislumbrado una mayor asociación con la alimentación se encuentran el de mama, endometrio, riñón, esófago, estómago y colon.

Algunas de las sustancias cancerígenas más conocidas y estudiadas se encuentran en alimentos conservados por medio del ahumado o de la salazón, también en alimentos curados dentro de los que se incluyen la mayoría de los embutidos de consumo diario. Además se identifican algunas sustancias generadas en los alimentos que fueron cocinados con carbón, como las carnes. No debemos olvidar todos aquellos pesticidas con los que eventualmente se tratan las frutas y verduras que consumimos. En las últimas décadas muchos estudios se han inclinado por buscar evidencia hacia la influencia del consumo de azúcares simples (encontrados en bebidas como jugos embotellados y refrescos, así como en caramelos, galletas, panes dulces, etc.) y de las grasas o aceites que han sido cocinados a altas temperaturas durante tiempos prolongados, y que como mexicanos podemos consumir en gran variedad de puestos de comida, sobre todo callejera.

Hasta el momento hay ciertos patrones alimentarios en las poblaciones que pueden explicar la relación dieta-cáncer, por ejemplo el bajo consumo de frutas y verduras frescas que provocan un pobre aporte de vitaminas, minerales y fibra; elevado consumo de carnes rojas y de productos enlatados; también se ha mencionado el consumo elevado de productos lácteos, sin especificar si es la grasa que contienen el principal factor que podría coadyuvar a la manifestación de la enfermedad.

Todavía nos queda la interrogante sobre todas aquellas modificaciones que podrían sufrir las células de nuestro organismo después del consumo constante y a largo plazo de algunos conservadores y aditivos alimentarios que son parte de las formulaciones de los alimentos procesados.

Se ha dicho que el mantenimiento de un peso corporal adecuado disminuye el riesgo a presentar cáncer de cualquier tipo, lo que implica que pacientes con sobrepeso y obesidad tendrán mayor probabilidad de desarrollar células cancerígenas. El alcohol es otra de las sustancias dañinas. 

Sin embargo, los científicos también han investigado sobre la posible influencia protectora de nutrimentos contenidos en productos frescos, sobre todo en vegetales, para prevenir la aparición del cáncer en el tracto digestivo. Hay otras sustancias que se encuentran en estudio como la fibra; los pescados, sobre todo lo de agua fría; los ácidos grasos omega – 3; las vitaminas C, D y E, además de las B2, B6 y B12; dentro de los minerales Calcio, Zinc y Selenio. También se han estudiado flavonoides e isoflavonas.

A modo de conclusión, podemos decir que la alimentación sí es una determinante que ha contribuido a las altas tasas de cáncer en las poblaciones. Afortunadamente, es uno de los factores modificables para la mayoría de la población e incluye: el consumo frecuente y abundante de frutas y verduras frescas y sometidas a correctos procedimientos de higiene; el consumo de productos animales frescos, incluidos diversos tipos de carne; la disminución de productos procesados y los que tienen una amplia fecha de caducidad. Se deben limitar los azúcares simples y el consumo de grasas, sobre todo las animales y aquellas que se han calentado por tiempos prolongados.

La autora es profesora de la Universidad Iberoamericana Puebla.

Este texto se encuentra en: http://circulodeescritores.blogspot.com

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