Con Julieta, Almodóvar regresa al cine con mayúsculas

Por  Staff Puebla On Line | Publicado el 24-06-2016

 

El gran cine nos pone frente a problemas. Durante la película, por la incertidumbre: ¿el cineasta traicionará nuestra confianza, cada vez mayor, frente a la obra en curso? Después de la película, a los críticos nos enfrenta a cuestiones prosaicas: ¿cómo hacer para transmitir el entusiasmo? Y, en particular Julieta de Almodóvar , nos pone frente a una disyuntiva habitual, pero en este caso intensificada: ¿cómo hacer para no traicionar al film contando el argumento? O -claro- parte del argumento. No deberíamos. Julieta es una película que descubre, mediante capas de tiempo, de emociones, de peripecias, a su protagonista y sus circunstancias. Ni siquiera deberíamos decir que el personaje central de este melodrama esplendoroso de un cineasta en pleno uso de sus facultades está interpretado por dos actrices, en diversos tiempos: las debutantes para el cine de Almodóvar Emma Suárez y Adriana Ugarte. Al principio no nos impresionan como parecidas, pero el relato y el ojo del director/autor consigue que las veamos como lógica continuidad y antecesora. Hay un pensamiento sobre la identidad del personaje que va más allá del mero parecido, va hacia lo esencial. El pase de Ugarte a Suárez en una misma secuencia es de una brillantez cinematográfica inusual.

Basada con libertad en tres relatos de Alice Munro, Julieta se cuenta -película y personaje, que se confiesa escribiendo- desde un presente en movimiento, hacia su pasado, desde una rubia y un tren hitchcockianos que no funcionan como citas sino como textura, porque Almodóvar maneja sus propios medios de locomoción cinematográfica y, más que nunca en su carrera, no depende de ninguna demostración de elegancia ni de ninguna provocación ni de ningún guiño freak. Almodóvar narra como pocos otros directores contemporáneos. Con aplomo, con confianza, con tersura, convencido del poder del cine y de su legado. Con la capacidad para elegir, o disponer, o provocar un instante felizmente baziniano como el de Lorenzo (Darío Grandinetti) cerrando dos veces la puerta del taxi. Almodóvar narra con respeto, decide trabajar mayormente en off cuando se adentra en los grandes dolores, en los mayores desgarros, esos que no debemos contar acá. Debería bastar con decir que Julieta es una de las mejores películas de un cineasta que tuvo su período extraviado pero ya volvió, para hacer cine español no con marcas para turistas cinematográficos sino para hacer cine desde su voz, que es española, madrileña y también de adopción temporal gallega, territorio que le sienta muy bien y le permite ubicar a sus personajes en esa casa que mira al mar y se mete en él.

Al principio, la música es de intriga, pero ese tinte se va abandonando cuando ya sabemos que cada vez hay menos lugar para interrogantes, cuando ya tenemos la certeza de que no habrá espacio para acercarse al misterio de estas vidas, cuando no haya más opción que abrazar a Julieta y saber que apostar por el mundo -amores, hijos, trabajo, amistades, movimiento- conlleva el riesgo del dolor y su recurrencia. La cita a Átame en el plano del coche es una declaración, la certeza de Almodóvar acerca de la validez de esa apuesta vital. Drama sin comedia no significa, en este caso, drama sin calidez: además de enormemente placentera por su hechura de una rara perfección que combina sin ripios lo clásico, lo moderno y lo autoral, Julieta es una película entrañable.

Fuente: http://www.lanacion.com.ar/1911441-cine-espanol-con-letras-mayusculas

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