Bruce Willis interpreta a Leonard Turner, un agente de la CIA que es secuestrado por terroristas en Europa. Kellan Lutz interpreta a su hijo Harry, quien debe superar el trauma de haber visto morir a su madre, y demostrar que puede llegar a ser también agente del servicio de inteligencia, en una misión personal secreta para rescatar a su padre.

En un entorno de trajes, corbatas, tacones y maquillaje, el formal servicio de inteligencia sirve como plataforma para justificar balazos, obediencias, y también rebeldías. El personaje de Bruce Willis hace todo lo posible para evitar que su hijo ascienda en el servicio militar, mientras éste se rebela a sus autoridades con tal de rescatar a su ejemplar progenitor.

La bandera estadounidense se dibuja con sus barras y sus estrellas durante el estruendoso y saturado inicio de esta película: guitarrazos y tamborazos musicalizan el título y los créditos de presentación, creando un entorno de patriotismo obvio y perverso, dispuesto a romper el récord de “más balazos por secuencia”. Otra gran masturbación militarizada, decorada con valores familiares. Una apología del buen revolucionario, quien recorre los lugares comunes que se han visto desde los inicios del cine: La arriesgada frontera, el bar de billar, con sus respectivas peleas; el paraje rural, donde esconderse; y la Europa de los cochinos.

Heridas, amenazas, explosiones, entornos de criminalidad, estructura militar del gobierno, todos los asuntos de la historia son tratados con la ligereza de una película que vale más por sus partes sin diálogo, donde la acción ocurre entre las paredes del gimnasio o en las calles del rescate.

De ese modo, el hijo deberá demostrar confianza, valor, honor y preparación, cualidades que son evidentes a la mirada. Para los amantes de la aceleración, los jóvenes musculosos y los valores familiares y nacionalistas.

Fuente: http://www.cinepremiere.com.mx/rescate-suicida-critica-60634.html