El dolor nos pesa. Nos entume hasta alejarnos de la realidad. Superar la muerte de un ser querido es una loza difícil de eliminar, más cuando la tragedia está involucrada. Lo peor de convivir con los fantasmas del pasado es asimilarlos sin olvidarlos. Ése es el tema de Manchester junto al mar (Manchester by The Sea, 2016).
Las primeras escenas de la película nos muestran a Lee Chandler (Cassey Affleck) realizando la misma rutina todos los días: atender los desperfectos de un conjunto de departamentos en Boston y tomar en un bar cercano hasta provocar una pelea. La mirada y el tranquilo comportamiento de Lee nos dan a entender que detrás de su predecible cotidiano hay algo más: dolor. Una llamada telefónica le informa que una tragedia sucedió en su pueblo natal (Manchester-by-the-sea, Massachusetts) y debe volver para hacerse cargo de su sobrino.
La nueva película de Kenneth Lonergan es un melodrama sazonado a fuego lento, donde las emociones se filtran poco a poco en cada fotograma. El duelo, para Lonergan, no es un lugar oscuro y carente de contacto humano (aunque la insensibilidad lo provoque), sino un espacio donde convivir con los propios fantasmas y sus tormentos. Una elección diametralmente opuesta a los dramas de Alejandro González Iñárritu (21 gramos, Biutiful) o Xavier Dolan (Yo maté a mi madre, Mommy), dos maestros actuales del azote emocional que pocas veces optan por la sutileza.