Superado el estupor que provocó en 1979 la memorable escena de la barriga saltando por los aires en la mesa del Nostromo, las aventuras y desventuras de Alien han pasado a formar parte de nuestras vidas como lo ha hecho la saga de Star Wars. Periódicamente aparece un nuevo episodio en el que, pese a los lógicos giros interpretativos, se cumplen unos preceptos que han hecho que sus admiradores sean legión: el extraterrestre asesino más famoso, una chica dura que sabe cómo manejar un fusil o lo que haga falta, un espacio solo abarcable con viajes de años de duración... y sangre, mucha sangre.
Alien: Covenant cumple (aunque seguro que no del todo) con las crecientes exigencias y expectativas de un público cada vez más difícil de sorprender. Ridley Scott lo ha vuelto a hacer, y lo ha hecho porque es fiel a su discurso, a una idea: una historia bien construida con una narración y una factura técnica perfectas. Eso sí, ya no estamos hablando de cine de terror, es ciencia ficción pura y dura, sin pánicos.
Esta nueva entrega, temporalmente ubicada tras Prometheus y antes de Ripley, ahonda en los conceptos filosóficos desplegados en la anterior cinta, en la que los términos creación e inmortalidad pasaron de forma clara a un primer plano. Y eso fue posible gracias en gran parte a un androide humanoide (Michael Fassbender), cuyo protagonismo en Alien: Covenant es realmente abrumador. El actor alemán, en el mejor momento de su carrera, parece haber nacido para este papel, física y psicológicamente. A falta de una poderosa Sigourney Weaver, la protagonista (Katherine Waterston), pese a convertirse en una nueva heroína espacial, queda eclipsada por un hierático y disciplinado teutón que todavía ha de escribir muchas cosas en esto del cine.
