Ingenieros en el Crisol Jesuita

Por  Juan Carlos Colín Ortega | Publicado el 12-11-2015

Con frecuencia se considera que la ingeniería está muy distante de las ciencias sociales y las humanidades en cuanto a su contribución a mejorar el nivel de vida de las personas en situación vulnerable. Resulta interesante observar como una institución que tiene preferencia por los pobres ha tenido también nexos con la labor científica. 

Existen las ciencias humanas y las ciencias sociales, con avances impresionantes y bajo un paradigma más dialéctico, sin embargo ahora me estoy refiriendo a las ciencias experimentales, físicas y naturales, mismas que son la base de la ingeniería así como del desarrollo tecnológico cuando se trata de aplicación práctica. 

La institución que propongo considerar es la Compañía de Jesús, orden religiosa fundada en 1534 por Ignacio de Loyola, que entre sus obras tiene la de “Enseñanza”, cuya tradición educativa se hereda en las universidades jesuitas actuales. Esta institución cultiva el concepto del “Magis”, que es buscar siempre la excelencia. El lema que aparece junto al escudo de la Compañía de Jesús es: “Ad Maiorem Gloriam Dei”, para la mayor gloria de Dios. 

En tiempos antiguos y hasta final de la edad media, más puntualmente hasta el tiempo del astrónomo polaco Nicolás Copérnico, quien realizó su producción en la primera mitad del siglo XVI, aún no surgía el pensamiento científico según lo analiza Gastón Bachelard, pero sí tenemos evidencia de los grandes hombres pensadores, que nos heredaron descubrimientos e inventos que han sido útiles y entrañables para la humanidad. Así que no había estrictamente científicos, ni tampoco había jesuitas pues todavía no existía la Compañía de Jesús. Hago esta relación porque pretendo observar la distancia entre la ciencia y los jesuitas. 

En los siglos XVI y XVII, el jesuita italiano Francesco María Grimaldi (1618-1663) descubrió la difracción de la luz y Giovanni Battista Riccioli (1598-1671), otro jesuita italiano, fue el primero en medir la aceleración de un cuerpo en caída libre y escribió una extensa enciclopedia de ciencia. Se considera al jesuita alemán Athanasius Kircher (1602-1680) como el padre de la egiptología, quien también se dedicó a refutar a los alquimistas. 

En el siglo XVIII vivió el jesuita croata Ruder Boskovic (1711-1787) considerado el padre de la física atómica pues fue precursor e inspirador de los científicos Faraday, Kelvin y Einstein entre otros. En el siglo XIX nació y en la primera mitad del siglo XX tuvo su producción científica, además de aquella filosófica y teológica, el jesuita francés Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955), paleontólogo descubridor del Sinanthropus (Homo Erectus Pekinensis) y creador de la red internacional de paleontología humana. En tiempos más recientes observamos que uno de los primeros pasos de la conformación de la Universidad Iberoamericana, en aquel tiempo “Centro Cultural Universitario” (1943), fue la creación de la Escuela de Química Berzelius, demostrándose la vocación hacia las ciencias relacionadas con la tecnología y la importancia que se le dan en la obra educativa de la Compañía de Jesús.  

El jesuita mexicano Ernesto Domínguez Quiroga (1927-2005), doctor en ciencias químicas, además de rector de la Ibero, fue director del Instituto Mexicano de Ingenieros Químicos (IMIQ), institución que otorga el galardón a la excelencia, al mejor estudiante de carreras afines, denominado “Premio Dr. Ernesto Domínguez” en honor al mencionado jesuita. Yo resalto también la trayectoria notable de los programas de estudios de ingenierías como la Industrial, Química, Civil y Biomédica entre otras, algunas de las cuales se concibieron y nacieron en el seno de la misma Ibero. 

Considerando que la calidad de vida se pueda componer de varios factores como alimentación, educación, libertad y salud, los logros de las profesiones científicas e ingenieriles, contribuyen de forma importante en el aumento de la calidad de vida de las personas, y esto ha sido comprobado mediante estudios de la Organización de las Naciones Unidas. De esta forma cuando nos dedicamos a la formación de ingenieros, teniendo cuidado de que sean los mejores profesionistas “para los demás”, estamos verdaderamente optando por los pobres, estamos construyendo un mundo más justo y estamos, los de áreas ingenieriles, colaborando en la obra educativa de la compañía de Jesús, con la promoción de sus valores más altos y con el enfoque más cercano a las líneas de acción y de interés que tiene esta institución.  

Hago votos porque no exista en las personas de nuestras comunidades universitarias, pensamiento y sentimiento de lejanía entre las metas e ideales ignacianos y los empeños de la obra educativa jesuita, por una parte, y las áreas de ingeniería de nuestras universidades por otra parte. En la dialéctica y la teoría puede haber diversidad, no así en el fin último y en la efectividad de los medios para lograr ir construyendo hoy, el Reino de los Cielos aquí entre nosotros. 

El autor es profesor de la Universidad Iberoamericana Puebla.

Este texto se encuentra en: http://circulodeescritores.blogspot.com

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