Archive for Marzo, 2018

Jugarse el cuerpo

Lunes, Marzo 26th, 2018

¿Cuándo fue la última vez que escuchaste a tu corazón? Se necesita callar al mundo. Callar las voces en tu cabeza. Apagar el ruido de toda la rutina que está fluyendo a nuestro alrededor. Y entonces ahí se asoma. Es un latido incesante que te recuerda lo frágil que somos. Lo incansable que pareciera ser la especie humana. Pero el cuerpo no depende de eso que inspira oxígeno y bombea sangre.

No es el corazón el que rige la existencia de un sujeto. Tal vez por eso cuando deja de latir, seguimos vivos. Es justo cuando estamos ausentes o muertos, cuando se está más presente. Ya lo dijo Arjona, “uno no está donde el cuerpo, sino donde más lo extrañan”, donde alguien nos sujeta con el pensamiento, en sus sueños y en sus pesadillas.

No es este armazón de calcio, articulaciones, vísceras y piel lo que nos hace estar en el mundo. No. Es el lugar que otro nos da al mirarnos, al reconocernos y darnos un nombre, lo que nos hace tejer lazos de vida. Y así es el amor el que nos atraviesa para mover el esqueleto hacia la regadera, hacia un trabajo que te haga explotar el cerebro, hacia una cita que te revuelve el estómago, hacia el encuentro con otros que te escuchan, que te hablan, que comparten.

Para el psicoanálisis el cuerpo es el campo de batalla del aparato psíquico, de nuestras pulsiones. Es el escenario donde la vida y la muerte insisten todo el tiempo. Donde el inconsciente se manifiesta a través de gritos y silencios.

No nacemos con un cuerpo. Nos hacemos de éste en cada herida de guerra. Es decir, nunca tenemos dominio completo de la carne que somos. Ni siquiera podemos vernos de cuerpo entero frente a un espejo. Mucho menos en los sueños alcanzamos a identificarnos pero sí experimentamos las sensaciones como si alguno de nuestros cinco sentidos estuviera despierto.

Para hacerse de un cuerpo hay que jugárselo. Hoy es fácil escribirle al otro que estaremos a su lado cuando necesite un beso que refresque sus labios secos, cuando quiera cubrirse con nuestros brazos. Pero llegado el momento, es difícil sostener esas palabras. Y no necesariamente porque no se quiera cumplirlo, a veces simplemente no se puede. El cuerpo se repliega. El Yo se defiende. La boca no se abre. Los pies no caminan. La mirada se pierde. ¿Por qué? Porque quien gobierna al cuerpo no es uno, es el deseo. Y el deseo es inconsciente. Es deseo del otro.

Edvard Munch: The Kiss, 1897.

Volteada

Viernes, Marzo 9th, 2018

La semana pasada vi un auto voltearse. Aún no se lo cuento a nadie. No me he detenido a apalabrarlo. Sólo me inquieta que ya que el toldo estaba sobre el asfalto en plena 18 poniente, caí en cuenta que eso que pasó volando frente a mis ojos a unos 200 metros, había sido una volcadura. Pero ni entonces mi rostro se inmutó. Tal como me pasa de un tiempo para acá con todo el escándalo que ocurre a mi alrededor.

Lo que me preocupa es que no me haya preocupado. El tráfico y los percances vehiculares suelen ser el segundo tema que los humanos usan para romper el silencio. El primero es el clima. Y me consta que los hombres se aceleran cuando ven que un coche está por colisionar con otro. O las mujeres gritan en un enfrenon (sic). Yo no parpadeé. No balbuceé. Seguí conduciendo y sólo pensé en que ahora tenía que dar vuelta en la esquina y no seguirme derecho como es la ruta habitual hacia la CAPU.

La mayoría abre al máximo los ojos, se dilatan sus pupilas, exclama algo, o hasta circula más despacio para enterarse si hay alguien atorado, o el cristiano salió ileso. Yo iba apurada cruzando los dedos para alcanzar el ADO. “Ya tendrán algo que contar” (pensé cuando vi al auto con el que se había impactado).

Para contar algo hay que voltearse. Nueve días después desperté extrañamente tranquila porque soñé con mi funeral. Así patas pa’ arriba… como el coche gris que se cruzó ese martes por mi vista. En la asociación libre - buscando qué me quiere decir la vida con ese momento bien guardado por mi lengua- me vino a la mente el método clásico y prehispánico de voltear la tortilla en el comal.

En Madame Bovary, el escritor francés Gustave Flaubert, nos describe a una conocida de Emma que se la pasaba “tendida sobre el vientre y llorando sobre los guijarros” porque “estaba tan triste, tan triste por un mal que parecía una especie de niebla que tenía en la cabeza y nada podían ni los médicos ni el cura”. Este fragmento lo retoma Elizabeth Roudinesco en La Batalla de Cien años a manera de epígrafe del capítulo que da cuenta del descubrimiento de la Histeria.

A principios de esta semana, en sesión de Psicoanálisis preguntaba cómo sería posible hablar desde otro discurso que no atraviese la histeria o la neurosis obsesiva. Aún no lo sé. Después del sueño y el despertar de este miércoles sólo caí en cuenta que es hora de voltearse. Tal vez siga tirada pero ya aunque sea boca arriba. Como en el diván.

Así mi vida, hoy está volteada y yo de verdad que no tengo ganas de caminar derecho. Mucho menos de poner orden como lo marcan las normas del buen vivir. Eso es agotador.

Rest - Edgar Degas