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La primera vez

Sábado, Junio 25th, 2022

“Vengo porque quiero saber si voy a pasar la vida enloqueciendo, intentando tener un hijo, o saber si de manera inconsciente estoy rechazando la posibilidad de ser madre”. Este fue el motivo con el que llegué a consulta con un psicoanalista.

Generalmente el llamado “motivo de consulta”, son las primeras palabras con las que uno se presenta cuando decide ir al especialista. Así como uno llega con el doctor y le soltamos un “llevo tres días con dolor de garganta” o “hace una semana que me duele la boca del estómago”.

Todos los pacientes quieren, queremos, respuestas. Y es que intentar soportar la incertidumbre es angustiante. Para Freud, la Angustia, tanto como fenómeno automático y como una señal de alarma, es producto del estado de desamparo psíquico que experimenta el lactante, es decir, más allá de las “razones traumáticas” por las que podríamos angustiarnos, el efecto en sí es el retorno a ese primer momento en el que se produjo una tensión libidinal acumulada y no descargada.

Entonces queremos tapar ese vacío de no saber qué pasará, de no tener todas las cartas del juego en nuestro poder, buscando en el “otro” la sabiduría, de alguna manera también queremos colgarle a alguien el milagrito. Es decir, darle la responsabilidad de nuestras próximas decisiones. Por eso es común escuchar a quienes asisten a algún tipo de terapia, decir: “Dice mi psicólogo que tengo que dejarte” o “Dice mi doctor que me estás causando una piedra en el hígado”.

En psicoanálisis, el método de trabajo es la asociación libre de ideas a través del acompañamiento. Más allá de decirle a un doliente qué es lo que “tendría que hacer”, escuchamos las palabras con las que elabora su propio relato, atendiendo a los significantes que insisten y que incluso pueden llegar a tener efectos en el cuerpo. Por ejemplo, hay quienes tosen cuando está por mencionar algún nombre o circunstancia, a otros podrá hacérseles un nudo en la garganta de tal manera que ni siquiera pueden pronunciarse al respecto.

Lo que el psicoanalista hace en el diván es callar. Es el paciente quien tiene la palabra. Le acompañamos para que se escuche y, si es su momento para comprender, escuche qué es lo que realmente está tratando de querer decir.

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Posdata: “Hay quienes no pueden aflojar sus propias cadenas y sin embargo pueden liberar a sus amigos.  Debes estar preparado para arder en tu propio fuego. ¡cómo podrías renacer sin haberte convertido en cenizas?”. (Friedrich Nietzsche, “Así habló Zaratustra”)

Karina Cruz Ruiz

Psicoanalista

Twitter @karycruiz

Hola Doctora

Jueves, Junio 9th, 2022

¿Cómo se llega al diván? Es muy común escuchar el imperativo: “ve a terapia”, pero por qué uno debería buscar un psicólogo nada más porque otro lo dice. En psicoanálisis, la demanda de escucha no opera por prescripción médica. Incluso, uno puede llegar a consulta y no “estarse psicoanalizando” ipso facto.

Puede ser que el camino a la propia escucha para algunos sea más largo. En mi caso, antes de llegar a la Maestría en Psicoanálisis y Cultura, pasé por la filosofía de AA, una tarotista, una lectora de café, una paidopsiquiatra, dos años de Lexapro, una constelación familiar, viajes trasnacionales para cerrar ciclos, un matrimonio, yoga, dos semestres de Psicología y mi propio análisis.

Y es que llegar al consultorio de un especialista en la famosa “salud mental”, es el inicio de un entramado de encuentros y desencuentros con síntomas, goces, identificaciones, lapsus y otra serie de conceptos que ya iremos explicando a través de estas cartas.

En “El malestar en la cultura”, Freud señala que “de este mundo no podemos caernos”, de alguna u otra manera estamos “sujetos”, por el hecho de ser parte de una familia, de un vínculo amoroso, por los lazos que vamos tejiendo en donde nos toca insertarnos a cada paso que vamos dando en nuestra historia de vida.

A veces, cuando ese mal estar se vuelve insoportable es que pedimos auxilio. Sea un corazón roto, un duelo, un cambio en la vida inesperado que no podemos transitar o un hoyo en el estómago que no podemos apalabrar. Podemos tenerlo todo y sentir que “algo” nos falta. Incluso muchas veces nos dan el teléfono de algún psicólogo, psiquiatra o psicoanalista y pueden pasar semanas, meses o hasta años para pedir la cita. Cada quien tiene su momento y cada análisis es distinto.

En este mismo escrito, “El malestar en la cultura”, el doctor judío sostiene que la vida como nos es impuesta, resulta gravosa: nos trae hartos dolores, desengaños, tareas insolubles… y por ende, para soportarla, no podemos prescindir de calmantes. Incluso, clasifica éstos en tres clases: “poderosas distracciones que nos hagan valuar en poco nuestra miseria, satisfacciones sustitutivas que la reduzcan, y sustancias embriagadoras que nos vuelvan insensibles a ellas”.

Y sí, en el mejor de los casos podemos pasar años o media vida distraídos y embriagados de felicidad. Podemos recurrir a ansiolíticos, el quehacer de la casa, el gym, adicciones al trabajo, videojuegos, sexo, sustancias tóxicas o las redes sociales para mantenernos ocupados. Podemos confiar en los dioses de nuestra religión o rendirnos al capitalismo para sentirnos completos. Al diván se llega cuando ya nada nos está, cuando la libido cae, cuando queremos respuestas, cuando la mirada ha perdido el brillo.

Posdata: “Cualquier forma de apresuramiento, incluso en dirección al bien, revela algún desajuste mental”. (E.M. Cioran, “Del inconveniente de haber nacido”)

Karina Cruz Ruiz

Psiconanalista

Twitter/@Karycruiz