Cuernavaca

Si uno viaja en carretera de Puebla a Acapulco debe pasar inevitablemente por Cuernavaca, otro de los destinos fugaces que nos ha arrebatado el narco.

Dice mi amiga Miriam que la situación se ha vuelto demasiado tensa. “Cuando estás en la oficina y los de seguridad llaman a cada departamento para decir que nadie puede salir y que debemos mantenernos agachados en el suelo es porque ya saben que hay una balacera cerca”, me dijo la última vez que me visitó en Puebla. La misma ocasión que me contó que cada vez es más común circular por las avenidas principales de Cuernavaca y toparse con cabezas colgadas o cadáveres tirados a un costado del asfalto. “Imagínate que íbamos con Sam (su hijastro de 4 años)”, remató.

El lunes recordé ese pasaje cuando me encontraba de paso por la capital de Morelos y leí en Twitter dos noticias, una hacía alusión al plantón que la causa “Estamos hasta la madre” que apoya al poeta Javier Sicilia mantiene en el zócalo de esa ciudad como parte del reclamo que emprendió tras la muerte de su hijo junto a sus amigos a manos del crimen organizado al salir de un antro.

La otra noticia se refería a la familia del suizo Olivier Tschumi, secuestrado en Cuernavaca, que rompió el silencio y pidió ayuda al gobierno de Suiza en medio de su desesperación e impotencia pues a cuatro meses del plagio no saben nada del paradero del extranjero de 49 años y padre de cuatro hijos pequeños.

Tschumi, un horticultor y dedicado al negocio de la relojería, fue secuestrado el pasado 19 de diciembre cuando fue a pasear a sus perros al bosque, lo único que encontraron fueron sus lentes tirados y él no llevaba ningún documento de identidad consigo.

Así las cosas me apaniqué por las historias leídas y evité caminar sola hacia el Palacio de Cortés y preferí esperar a que el resto de la familia me alcanzara al lugar donde escribía esto.

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