Dunkerque: Llévame a casa

Después de semanas ausente, regresé al cine. La elegida fue “Dunkerque”. Más que el episodio cruento de la historia real que se enmarca en los años de la Segunda Guerra Mundial, lo que me movió fue ver en la marquesina el nombre de Christopher Nolan (el director que nos ha dejado con la boca abierta en “El Origen”, “Interestelar” o “El Caballero de la Noche”). Ah, y también me dio curiosidad ver el nombre de Harry Styles. El veinteañero ex One Direction que me tiene encandilada.

El nuevo largometraje de Nolan resulta una cinta experimental y arriesgada. Decidido a exprimir las emociones que desencadena el principio de sobrevivencia, deja el peso de la cinta a la música incidental que sube y baja de intensidad al mismo tiempo que la vida de cada uno de los soldados está al filo de la muerte.

Aunque los diálogos se reducen a contadas escenas, son muy puntuales las líneas que refieren lo que significa mantenerse vivos y conservar el instinto (que no la fe) hasta que llegue a su rescate un avión, un bote o un milagro. La premisa es sólo una: llévame a casa.

En la travesía épica de “Dunkerque” vemos a los soldados llevados al extremo, desde el que pilotea su nave hasta la última gota de gasolina, hasta aquellos que pierden la cabeza en la desesperación por refugiarse de las balas del enemigo. Sin embargo, hay que aclarar, no es otra película de guerra, no hay drama familiar ni romances a los que volver o ingeniosos rescates, mucho menos estrategias bélicas. No hay ni siquiera buenos y malos.

En “Dunkerque” sobran las palabras, los rostros hablan por sí mismos. El inmenso mar es el protagonista y comparte créditos con el cielo. Nolan no necesitó esta vez a Leo Di Caprio ni a Christian Bale. Dejo el bluf taquillero para sacarle jugo a un par de jovencitos que salen bien librados, a la estrella pop Harry Styles cumple con acarrear fans a las butacas, y a las atinadas y precisas intervenciones de Tom Hardy y Kenneth Branagh.