Volteada

La semana pasada vi un auto voltearse. Aún no se lo cuento a nadie. No me he detenido a apalabrarlo. Sólo me inquieta que ya que el toldo estaba sobre el asfalto en plena 18 poniente, caí en cuenta que eso que pasó volando frente a mis ojos a unos 200 metros, había sido una volcadura. Pero ni entonces mi rostro se inmutó. Tal como me pasa de un tiempo para acá con todo el escándalo que ocurre a mi alrededor.

Lo que me preocupa es que no me haya preocupado. El tráfico y los percances vehiculares suelen ser el segundo tema que los humanos usan para romper el silencio. El primero es el clima. Y me consta que los hombres se aceleran cuando ven que un coche está por colisionar con otro. O las mujeres gritan en un enfrenon (sic). Yo no parpadeé. No balbuceé. Seguí conduciendo y sólo pensé en que ahora tenía que dar vuelta en la esquina y no seguirme derecho como es la ruta habitual hacia la CAPU.

La mayoría abre al máximo los ojos, se dilatan sus pupilas, exclama algo, o hasta circula más despacio para enterarse si hay alguien atorado, o el cristiano salió ileso. Yo iba apurada cruzando los dedos para alcanzar el ADO. “Ya tendrán algo que contar” (pensé cuando vi al auto con el que se había impactado).

Para contar algo hay que voltearse. Nueve días después desperté extrañamente tranquila porque soñé con mi funeral. Así patas pa’ arriba… como el coche gris que se cruzó ese martes por mi vista. En la asociación libre - buscando qué me quiere decir la vida con ese momento bien guardado por mi lengua- me vino a la mente el método clásico y prehispánico de voltear la tortilla en el comal.

En Madame Bovary, el escritor francés Gustave Flaubert, nos describe a una conocida de Emma que se la pasaba “tendida sobre el vientre y llorando sobre los guijarros” porque “estaba tan triste, tan triste por un mal que parecía una especie de niebla que tenía en la cabeza y nada podían ni los médicos ni el cura”. Este fragmento lo retoma Elizabeth Roudinesco en La Batalla de Cien años a manera de epígrafe del capítulo que da cuenta del descubrimiento de la Histeria.

A principios de esta semana, en sesión de Psicoanálisis preguntaba cómo sería posible hablar desde otro discurso que no atraviese la histeria o la neurosis obsesiva. Aún no lo sé. Después del sueño y el despertar de este miércoles sólo caí en cuenta que es hora de voltearse. Tal vez siga tirada pero ya aunque sea boca arriba. Como en el diván.

Así mi vida, hoy está volteada y yo de verdad que no tengo ganas de caminar derecho. Mucho menos de poner orden como lo marcan las normas del buen vivir. Eso es agotador.

Rest - Edgar Degas