Para volver hay que irse

Para volver hay que irse. O al menos eso intentamos hacer las mujeres que nos ausentamos el #9M. Pero no todos lo entendieron. Lo que era una emancipación femenina terminó en una ola de memos de oficina autorizando las faltas a la escuela o al trabajo. Al final incluso hubo quienes dijeron, “nomás avísennos”,  o de plano: “cerramos, sin ustedes no podemos”. Convirtiendo el intento de movimiento en un puente. Se trataba de que la ausencia hablara. Y de que hablara por todas las que no volvieron, porque ninguna hasta ahora tuvo el gesto de avisar que no iba a llegar porque algún cobarde le iba a robar su último aliento.

Pero de eso ya nadie habla. Hoy desayunamos, comemos y cenamos #coronavirus. La falta del rumbo de México, la inseguridad que gobierna en Puebla y los asuntos cotidianos han pasado a segundo plano. Para volver hay que irse. Irse de las calles, de las oficinas, del cine y los restaurantes. De la vida. La pregunta es si, cuando volvamos, “cuando esto pase” (como todos hoy inician las oraciones en cada conversación), ¿el mundo seguirá tal como lo conocíamos?

En medio de la angustia generalizada, las compras de pánico, la zozobra por el #Covid-19 “que ahí viene y te comerá”, no hay que perder de vista que este asunto que parecía del orden de salud pública, está plagado de tintes políticos, económicos y sociales. Parece una película – muy mal contada- de Hollywood, pero es real. Está ocurriendo. Los decretos para un confinamiento voluntariamente a la fuerza, comercios cerrados, recesos escolares y trabajos en línea, son parte de la fórmula que podría ser el siguiente paso para volvernos entes digitales. Como en Matrix. Si ya de por si no estamos donde el cuerpo, sino en el teléfono inteligente, qué más da si estamos en la calle o en nuestra habitación. ¡Qué miedo!

No llevamos ni una semana guardados en casa y ya estamos enloqueciendo. Los que hacemos home office nos sentimos invadidos por una multitud de enpijamados. Los que amamos el aislamiento hoy nos sentimos encadenados. Porque no es lo mismo, como dice el genio Odín Dupeyron,  que uno “opte” por quedarse en casa, que encerrarse por mandato global.

Para volver hay que irse. Romper. Salir. Huir. Migrar. Quemar. Morir. Tomar distancia y ver las cosas en perspectiva. Mientras estemos dentro no podremos apreciar todo el cuadro. Mientras se es parte del embrollo, nuestro juicio se nubla por un punto ciego. Bien puede aplicar para una pandemia o para la vida cotidiana.

II

Para volver hay que irse. La que esto escribe lleva un año intentando hilar un texto. Tecleo cinco palabras y borro. Avanzo un párrafo y cierro la laptop. Este es el primer logro completado en mi intento por regresar a las letras. Para sujetarme a ellas antes de que un virus me coma el cerebro. Dice mi guía existencialista, Jean Paul Sartre, que para que el suceso más trivial se convierta en aventura, es necesario y suficiente contarlo. Que somos narradores de historias, tratando de vivir nuestra vida como si la contáramos. Entonces… “cuando esto pase”, ¿cómo nos lo vamos a contar mañana?

Books |Anka Zhuravleva (2013)