Poder decir adiós es crecer

01.09.2022

¿Se acuerdan cuando sólo le teníamos mucho miedo al cáncer o al Sida? Eran males complicados de abordar en las pláticas familiares. Y siempre estaban rodeados de un halo oscuro que terminaba en la palabra más tétrica: muerte.

Desde que el coronavirus irrumpió en el globo terráqueo, no hemos descansado de ella (la muerte). Es como si hubiera llegado colada a una fiesta que no fue invitada. Los últimos 30 meses hemos despedido a muchos de nuestros seres queridos, conocidos o al menos hemos tenido que darle condolencias a algún amigo. Es terrible. Ha sido agotador.

Verle el rostro a la muerte es imposible para los cuerdos. Aunque merodea siempre, en realidad no tenemos la capacidad para asumir al cien por ciento que un día, sin más, el juego de la vida se acaba. Game over.

En este tiempo que hemos encendido velas para iluminar el camino de aquellos que dejaron esta galaxia, ya sin importar la causa del deceso, lo de menos hoy ya es si es covid u otro accidente biológico o vehicular; hemos acariciado las ideas más fúnebres. Y es que miramos al otro para vernos a nosotros mismos. Sí, nos duelen sus ausencias, pero nos ponen a pensar en la finitud, nos recuerdan que, a pesar de tener el mundo en la palma de nuestra mano, somos mortales.

En la carta anterior, mientras recapitulaba cómo un deseo melancólico siempre evoca a un pasado con nostalgia o anhela que por arte de magia las cosas “vuelvan a ser como antes”, pensaba en esta esencia infantil que en algún momento nos agarra distraídos, por muy adultos que seamos. Y entonces recordé a Cerati con su legendaria frase: “Poder decir adiós, es crecer”. Justo eso hacemos toda la vida y de eso se habla en el diván: de los lazos que se entretejen mientras caminos por una etapa y otra, y otra y otra.

Crecer duele, precisamente porque implica un duelo. Y un duelo conlleva una batalla con uno mismo y sus creencias; pero también conlleva enojo, tristeza y aceptación. Hay libros y manuales enteros de psicólogos para atravesarlo, pero más allá de los cinco pasos o la formula mágica, aceptar los cambios, las ausencias físicas y emocionales, requieren trabajo y, por supuesto: poder decir adiós.

Posdata: “Sólo en los nacimientos y en las muertes se sale uno del tiempo; la Tierra detiene su rotación y las trivialidades en las que malgastamos las horas caen sobre el suelo como polvo de purpurina. Cuando un niño nace o una persona muere, el presente se parte por la mitad y te deja atisbar por un instante la grieta de lo verdadero”. (Rosa Montero, “La ridícula idea de no volver a verte”)

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Karina Cruz Ruiz

Psicoanalista

Twitter @karycruiz

¿Qué nos falta?

19.08.2022

¿Qué es lo que deseamos? Para el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, el deseo es lo que mueve la vida psíquica de todo sujeto, es del orden de lo inconsciente y es insatisfecho, siempre.  Se trata pues, de un búsqueda del objeto perdido, y más allá de un objeto, es el deseo por retornar al paraíso perdido que podría ubicarse en la infancia, más específico en el útero materno, cuando éramos uno con nuestra madre y nada nos faltaba. Sin embargo, este paraíso del que fuimos echados, ni siquiera existió, pero nos queda la huella de creer que así fue; por eso todo pasado siempre es recordado con nostalgia y con la ilusión de que fue mejor que el presente.

Para el psicoanalista francés, Jacques Lacan, quien releyó a Freud y sumó aportaciones a la teoría psicoanalítica, el deseo va a mostrar “la falta”. Ese agujero que nos indica que algo no nos llena al cien por ciento, por eso, colmar el deseo supondría enloquecer o perder aquello que algunos llaman “el sentido de la vida”. Para eso, nos salva el que sea insatisfecho, porque cuando creemos que lo hemos alcanzado, se mueve a otra cosa, como cuando anhelábamos ser Licenciados y tras obtener el título, ahora queremos ser Maestros y luego, pensamos que con eso estamos contentos, pero el día menos pensado ya estamos postulando al Doctorado.

Entonces, ¿qué nos falta?. La mayoría creemos que seríamos felices si solo nos dedicáramos a viajar, comer, dormir y hacer cosas placenteras todo el tiempo, y qué mejor, si nos pagaran por ello. Creemos que el deseo está en eso, en tener dinero, viajes y la posibilidad de hacer lo que uno quisiera. Pero todo eso superficial, nada tiene que ver con el deseo, se desea otra cosa, sobre eso va el psicoanálisis.

Luego entonces, querer no es lo mismo que desear. El querer es propio de lo consciente, de la razón y la cultura que nos gobierna. Muchas veces, a consulta llegamos con una demanda de análisis porque no se puede aceptar algún cambio en la realidad. Por ejemplo, podemos querer regresar a un momento de la vida en el que éramos felices. Podemos querer que nuestro novio o novia nos vuelva a querer como el primer día en que se enamoró de nosotros. Podemos querer que la familia esté unida como en algún momento creemos que estuvo, podemos querer volver a un trabajo donde todo era miel sobre hojuelas (aunque sabemos que nunca fue así). Todas estas “querencias”, son del tipo infantil, porque cuesta trabajo avanzar a nuevas posibilidades a partir de un momento de nuestra vida que se ha transformado.

Entonces, no se trata de escapar al deseo, de evitarlo, esquivarlo o descubrirlo, sino de aprender a caminar con ello. De identificar cómo estamos posicionados frente a él, con miras a reducir el drama en nuestra vida, a disminuir el autoengaño o por lo menos dejar de ser víctimas.

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Karina Cruz Ruiz

Psicoanalista

Twitter @karycruiz


La primera vez

25.06.2022

“Vengo porque quiero saber si voy a pasar la vida enloqueciendo, intentando tener un hijo, o saber si de manera inconsciente estoy rechazando la posibilidad de ser madre”. Este fue el motivo con el que llegué a consulta con un psicoanalista.

Generalmente el llamado “motivo de consulta”, son las primeras palabras con las que uno se presenta cuando decide ir al especialista. Así como uno llega con el doctor y le soltamos un “llevo tres días con dolor de garganta” o “hace una semana que me duele la boca del estómago”.

Todos los pacientes quieren, queremos, respuestas. Y es que intentar soportar la incertidumbre es angustiante. Para Freud, la Angustia, tanto como fenómeno automático y como una señal de alarma, es producto del estado de desamparo psíquico que experimenta el lactante, es decir, más allá de las “razones traumáticas” por las que podríamos angustiarnos, el efecto en sí es el retorno a ese primer momento en el que se produjo una tensión libidinal acumulada y no descargada.

Entonces queremos tapar ese vacío de no saber qué pasará, de no tener todas las cartas del juego en nuestro poder, buscando en el “otro” la sabiduría, de alguna manera también queremos colgarle a alguien el milagrito. Es decir, darle la responsabilidad de nuestras próximas decisiones. Por eso es común escuchar a quienes asisten a algún tipo de terapia, decir: “Dice mi psicólogo que tengo que dejarte” o “Dice mi doctor que me estás causando una piedra en el hígado”.

En psicoanálisis, el método de trabajo es la asociación libre de ideas a través del acompañamiento. Más allá de decirle a un doliente qué es lo que “tendría que hacer”, escuchamos las palabras con las que elabora su propio relato, atendiendo a los significantes que insisten y que incluso pueden llegar a tener efectos en el cuerpo. Por ejemplo, hay quienes tosen cuando está por mencionar algún nombre o circunstancia, a otros podrá hacérseles un nudo en la garganta de tal manera que ni siquiera pueden pronunciarse al respecto.

Lo que el psicoanalista hace en el diván es callar. Es el paciente quien tiene la palabra. Le acompañamos para que se escuche y, si es su momento para comprender, escuche qué es lo que realmente está tratando de querer decir.

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Posdata: “Hay quienes no pueden aflojar sus propias cadenas y sin embargo pueden liberar a sus amigos.  Debes estar preparado para arder en tu propio fuego. ¡cómo podrías renacer sin haberte convertido en cenizas?”. (Friedrich Nietzsche, “Así habló Zaratustra”)

Karina Cruz Ruiz

Psicoanalista

Twitter @karycruiz

Hola Doctora

09.06.2022

¿Cómo se llega al diván? Es muy común escuchar el imperativo: “ve a terapia”, pero por qué uno debería buscar un psicólogo nada más porque otro lo dice. En psicoanálisis, la demanda de escucha no opera por prescripción médica. Incluso, uno puede llegar a consulta y no “estarse psicoanalizando” ipso facto.

Puede ser que el camino a la propia escucha para algunos sea más largo. En mi caso, antes de llegar a la Maestría en Psicoanálisis y Cultura, pasé por la filosofía de AA, una tarotista, una lectora de café, una paidopsiquiatra, dos años de Lexapro, una constelación familiar, viajes trasnacionales para cerrar ciclos, un matrimonio, yoga, dos semestres de Psicología y mi propio análisis.

Y es que llegar al consultorio de un especialista en la famosa “salud mental”, es el inicio de un entramado de encuentros y desencuentros con síntomas, goces, identificaciones, lapsus y otra serie de conceptos que ya iremos explicando a través de estas cartas.

En “El malestar en la cultura”, Freud señala que “de este mundo no podemos caernos”, de alguna u otra manera estamos “sujetos”, por el hecho de ser parte de una familia, de un vínculo amoroso, por los lazos que vamos tejiendo en donde nos toca insertarnos a cada paso que vamos dando en nuestra historia de vida.

A veces, cuando ese mal estar se vuelve insoportable es que pedimos auxilio. Sea un corazón roto, un duelo, un cambio en la vida inesperado que no podemos transitar o un hoyo en el estómago que no podemos apalabrar. Podemos tenerlo todo y sentir que “algo” nos falta. Incluso muchas veces nos dan el teléfono de algún psicólogo, psiquiatra o psicoanalista y pueden pasar semanas, meses o hasta años para pedir la cita. Cada quien tiene su momento y cada análisis es distinto.

En este mismo escrito, “El malestar en la cultura”, el doctor judío sostiene que la vida como nos es impuesta, resulta gravosa: nos trae hartos dolores, desengaños, tareas insolubles… y por ende, para soportarla, no podemos prescindir de calmantes. Incluso, clasifica éstos en tres clases: “poderosas distracciones que nos hagan valuar en poco nuestra miseria, satisfacciones sustitutivas que la reduzcan, y sustancias embriagadoras que nos vuelvan insensibles a ellas”.

Y sí, en el mejor de los casos podemos pasar años o media vida distraídos y embriagados de felicidad. Podemos recurrir a ansiolíticos, el quehacer de la casa, el gym, adicciones al trabajo, videojuegos, sexo, sustancias tóxicas o las redes sociales para mantenernos ocupados. Podemos confiar en los dioses de nuestra religión o rendirnos al capitalismo para sentirnos completos. Al diván se llega cuando ya nada nos está, cuando la libido cae, cuando queremos respuestas, cuando la mirada ha perdido el brillo.

Posdata: “Cualquier forma de apresuramiento, incluso en dirección al bien, revela algún desajuste mental”. (E.M. Cioran, “Del inconveniente de haber nacido”)

Karina Cruz Ruiz

Psiconanalista

Twitter/@Karycruiz

¿Quién habla?

26.05.2022

Hace unos años tomé un taller de creación literaria que se llamaba “Cuentos desde el diván”. Se trataba de escribir desde la perspectiva del psicoanálisis. Y es que, se dice que el psicoanálisis es la cura a través de la palabra. Así que ahí estaba yo con mi carta de amor que parecía más un ejercicio de catarsis en retrospectiva que una historia para best-seller. - ¿A quién le escribes? – me preguntó en ese entonces mi añorada maestra de Literatura. Obvio no a mi amor de estudiante. Tal vez a su fantasma. Lo más seguro es que fuera para mi Yo de 18 años.

¿Quién habla en el diván?. Dicen los psicoanalistas que el “Sujeto de lo Inconsciente”. Aquel que se deja hablar por el llamado “ello”. Pero, ojo, no lo hace todo el tiempo. En su segunda tópica, Freud fundamenta su teoría en tres instancias psíquicas: el Ello, el Yo, el Super Yo.

A través del Ello habla el “Deseo”, que no es precisamente lo que queremos, al contrario, es conflicto, es contradicción, es lo que insiste, angustia e incómoda. Escuchar al “Ello”, es escuchar entre líneas lo que las palabras juegan para expulsar en lenguaje los significantes que nos atraviesan. Por ejemplo, estar recostado en el diván y preguntarse: “¿Cómo puede pagarse una deuda de amor?”. Soportar el silencio del analista. Y al cabo de unos segundos, él mismo pueda responderse: “No-iendome”. Lo que el paciente haga con esa fusión del verbo oír e ir, dependerá de su propia escucha e historia de vida.

El “Yo” es, por decirlo de manera coloquial, nuestra parte consciente, es el que se defiende y usa mecanismos como la negación o la represión para apagar la culpa que el “ello” provoca, para no enloquecer. Es el “Yo” el que se fortalece con repeticiones de mantras diarios, el que se empodera y merece, el que insiste en darse amor propio (aunque conseguir éste sea el oasis en el desierto). En el diván entonces el “Yo” es el que repite: “Pero no me dolió”. Es el ego puro, pues.

El “Super Yo” tiene que ver con nuestro lazo con los otros, con la Ley y todo aquello que nuestros padres nos dijeron que “estaba bien” o “estaba mal”, con la cultura y ese malestar de tener que ser lo más civilizados y políticamente correctos para no ser expulsados, castigados, caer en pecado. El “Super Yo” es el que vigila y castiga al “Yo”, por cortesía del “Ello”.

Entonces… ¿Quién habla en el diván?. A veces nuestro ego herido, a veces nuestros padres y sus cantaletas o creencias que nos heredaron, a veces nuestros más oscuros deseos, a veces la culpa, a veces el miedo, a veces no se pueden articular palabras y entonces el silencio también habla, pero esa es otra historia.

Karina Cruz Ruiz

Psiconanalista

Twitter/@Karycruiz