El verdadero fin del mundo

Por dos años consecutivos me aventuré a viajar al extranjero yo sola. Un día antes de cumplir 28 años abordé el vuelo de regreso de Canadá hacia México. Me acomodé en el asiento y me dispuse a leer. Después de dar vueltas a un par de páginas me percaté que a mi lado viajaba un chico que al mismo tiempo que yo, también devoraba un libro en inglés. Después sirvieron el almuerzo y sin compartir más que una sonrisa y un “thanks” por su amabilidad al pasarme la charola y las bebidas, ambos disfrutamos de los alimentos.

Luego regresamos a la lectura. Para la tercera hora de vuelo, decidí ver “Quiero ser millonario” en la pantalla frente a mi asiento. Al final, reparé que aquel muchacho desconocido también terminó viendo una película en su respectiva pantalla. Fue entonces cuando decidí qué quería en la vida.

“Eso es lo que quiero”, le dije a mi psiquiatra. “Alguien que viaje a mi lado. Que le guste descubrir el mundo. Que al hacerlo también lea. Que le guste ver películas. Que sea un compañero de viaje”.

Al siguiente día de haber aterrizado. El día de mi cumpleaños 28, conocí a un joven de mirada coqueta y amable sonrisa. En los días que salíamos le conté un poco de mis peripecias fuera de México. “Yo quiero ir a Ushuaia” me platicó en una de esas. Entonces me enseñó en su laptop un wallpaper de un Glaciar inmenso y me contó que eso quedaba en Argentina, hasta abajo del continente americano. “Está en Tierra del Fuego. Es el fin del mundo”, fueron las palabras que me convencieron de querer volar un día hasta allá.

Semanas después lo acepté como novio. Casi dos años después como prometido. Cuando llegó el tormentoso de hablar de boda (por aquello de que soy la Novia Fugitiva región 8) el punto en el que encontré consuelo fue en la luna de miel. Me estresa pensar en lo ceremonioso que se ponen las cosas cuando hay que hablar con mis padres, con sus padres y con el mundo. Me aterra invertir todo un patrimonio en una fiesta tradicional y en el jolgorio que implica un enlace nupcial. Soy muy mala para recibir la lluvia de felicitaciones y abrazos. Así que mi condición para presentarme en un altar es llegar al fin del mundo cuando terminen los abrazos y el ruido se haya extinguido.

Luego entonces, mientras el resto esperará a ver si en 2012 ahora sí se acaba el mundo, él y yo, les contaremos pronto qué hay en ese punto del globo terráqueo.

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