Salir o no salir, ese es el desmadre

Ahora que se anuncia una #NuevaNormalidad tal vez experimentemos otro poco de angustia. De alguna manera ya estábamos acostumbrándonos (como nobles y domesticados animalitos de la creación), aunque no resignados, a este ritmo de trabajar a distancia, tal vez más horas frente a la computadora pero sin todo el ritual del despertador a las 6:00 am, los cinco minutitos más, el baño de cinco minutos, salir sin desayunar, coger un yogurt o yakult para el camino, conducir abriéndose paso entre autos porque a todos nos urge llegar y checar la tarjeta.

La vida se volvió un poco más lenta. Ahorramos en gasolina, en comida rápida y hasta en cafés. Ahorramos porque dejamos de consumir(nos). Si a mí me lo preguntan, extraño el cine, aunque ya desde hace un año le perdí el ritmo a los estrenos por otros motivos que no tienen que ver con el coronavirus pero sí con mi aislamiento voluntario. En fin, después de dos meses, sabemos que el mundo no será el mismo, o tal vez sí, tal vez nunca ha dejado de ser lo que es.

Si seguimos las noticias, desde que  nos guardamos en casa, todos los días hay reportes de asaltos, delincuencia, accidentes vehiculares, inseguridad, crisis sociales, económicas y pleitos entre particulares. Ese es el mundo que nos espera afuera. El mismo que dejamos. Con corrupción, con burocracia, como diría Lupita D’Alessio, con defectos y virtudes, con dudas y soluciones, con amor y desamor.

Justo en la semana que todo se detuvo. Yo subí y bajé a prisa, hice todo el trámite para reponer la placa que me robaron, pagando dos mil pesos más y rogando que la 4T me haga justicia y no me obligue a desembolsarlo por tercera vez. Hacía vueltas en el trámite para legalizar mi certificado en Psicoanálisis y Cultura, intenté liberar mi Servicio Social con la Fiscalía abierta aún al público pero cerrada para los pasantes. Corría para cerrar trámites y en cada vuelta reparaba donde estacionar el auto intentando ponerlo a salvo, caminar a prisa viendo para todos lados, rogando por no ser parte de las estadísticas de inseguridad. Porque sí, que no se nos olvide: vivíamos en estado de alerta permanente. Rayando en la paranoia.

Estas semanas a salvo en el hogar, pensaba en para qué quisiera salir al mundo, donde podría chocar o que me choquen el auto, tropezarme con los tacones o simplemente ser víctima de mis gastos hormiga entre los chicles, chocolates y bombones. Es el miedo a la libertad, el cual experimentamos desde el instante en que fuimos arrojados al mundo. En términos coloquiales esta es la tesis que el filósofo alemán Martin Heidegger plantea en su obra “Ser y Tiempo”, la cual ha sido retomada para sentar las bases de la Psicología Humanista y algunos de sus derivados.

Hoy que la #NuevaNormalidad se asoma, ese miedo a la libertad se reaviva. Al final tenemos que dar el paso hacia la calle. No podemos quedarnos en casa para siempre, como no lo pudimos hacer en el origen, no sólo tuvimos que salir del útero de nuestra madre, también debimos dejar el seno materno y después la casa de nuestros padres. Sólo así logramos ser en el mundo y escribir una historia propia. Sólo así podemos decir que vivimos y no solo sobrevivimos. Ya lo dijo Alejandro Sanz, “vivir es lo más peligroso que tiene la vida”, hagamos que valga la pena.

Drawing | Mariya Fedotova Zeldis