Veinte años (segunda parte)

Lesly Mellado May

“Los hombres de genio son meteoros destinados a incendiarse para iluminar su época”, eso escribió Napoleón Bonaparte, héroe de muchos políticos poblanos.

Y en estos veinte años de ser reportera he visto pocos hombres de genio y a muchos incendiarse jugando con el poder.

Contaba en la pasada entrega que recorrí casi todas las fuentes en las redacciones en las que he trabajado, diferentes a simple vista pero al final todas unidas por el mismo hilo que mueve la vida pública: el poder.

Empecé contado sobre poderes culturales. El dramaturgo Héctor Azar y su fallido Festival Palafoxiano. El escritor Pedro Ángel Palou convertido en secretario de Cultura, como todos sus homólogos, hizo borrón y cuenta nueva en programas y personal. Conocí entonces de cerca a la mafia cultural poblana, caricatura, pues, de “El miedo a los animales” de Enrique Serna.

Después, me mandaron a escribir sobre el rectorado en la BUAP de Enrique Doger, quien no toleraba la más mínima crítica ni pregunta incómoda. Igual que su sucesor, Enrique Agüera, que solía espetar en las entrevistas: “No tengo bola de cristal”. Señores absolutos en el sitio donde se supone se crea y cría la intelectualidad.

También me tocó hacer un recuento diario de políticos por demás barrocos. Aquí algunos:
Luis Paredes, cuando fue alcalde de Puebla, que no había día en que no se le atravesara un desatino.

Pericles Olivares, presidente del Congreso de Puebla, que en cada entrevista recitaba con vehemencia al estilo Susanito Peñafiel: “no he leído lo que usted me dice, desconozco el documento, pero en cuanto tenga la información por supuesto que lo platicamos”.

Valentín Meneses, en su época de presidente estatal de PRI, que no atinaba a coordinar la elección de sus candidatos.

Blanca Alcalá, cuando era candidata a la alcaldía de Puebla, quien cultiva el arte de llegar tarde y hablar sin decir.

Secretarios de Educación afines al espectáculo: Juan Antonio Badillo Torre que hasta editó su disco como pianista; y Darío Carmona, en cuyo currículum predominaban las actividades como coordinador de rondallas.

Todos con el poder de decir, de callar, de desgobernar.

Todos embelesados ignorando que el poder, como la vida, también es finito.

“No podemos estar seguros de acertar siempre. La vida no es un banco de préstamos a largo plazo y a bajo interés. Vienen de pronto los descubiertos y los ajustes de cuenta. Siempre hay despilfarros imprevistos, pequeños devaneos que a veces suelen resultar caros” (Augusto Roa).

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