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Zurcido visible

Lunes, 11 de Mayo de 2009

Lesly Mellado May

Antonio desconectó su teléfono: hace una semana le llaman a toda hora para pedirle una “cuota de protección” para su hijo de 20 años.

Hace tres años fui a Cartagena, Colombia, como becaria de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano.

Llegamos al curso sobre políticas económicas una veintena de reporteros de América Latina, y casi todos quedamos impactados porque la policía turística portaba armas largas.

Los compañeros colombianos nos dijeron que en Cartagena no había peligro, pues es la ciudad blindada por la gran cantidad de turistas que recibe.

Para los cuatro mexicanos, las estampas eran –entonces- poco comunes: la milicia custodiando las principales calles Cartagena y las vías hacia el aeropuerto y la zona hotelera. En ese tiempo, el ejército en México era el que acudía a atender a las víctimas de desastres “naturales”.

El fin de semana en que terminó el curso, Álvaro Uribe tuvo un mitin en su carrera por la reelección. Mariana Otero, reportera de La voz del interior de Córdoba, Argentina, y yo fuimos al acto y nos apostamos en el sitio destinado a la prensa. Un día antes estuvimos en una isla caribeña, los hombros se nos quemaron y no podíamos sostener nuestros bolsos; así que los pusimos en el suelo. Hubo un momento en que nos separamos de ellos, y varios agentes policíacos vestidos de civil comenzaron a movilizarse. Un reportero colombiano se acercó, nos entregó los bolsos y nos advirtió que no se nos ocurriera volver a dejarlos “abandonados” en el piso porque habían pensado que eran explosivos. Mariana y yo no lo podíamos creer.

Esto, mientras Uribe hablaba del eje de su gobierno: la “seguridad democrática”. Un discurso muy parecido al de Felipe Calderón: su guerra contra el narcotráfico.

Los reporteros de Argentina, Perú y Chile con los que pasé el fin de semana se marcharon, dejé el hotel y me fui una semana a casa de la familia de un extraordinario músico de vallenato. Su madre, Olivia, me contó del mundo colombiano, el de García Márquez, el del narcotráfico y los paramilitares.

Le conté sobre mi cotidianeidad, ambas quedamos sorprendidas. En su país los autos son muy caros y quien llega a reunir dinero para comprar uno, lo piensa dos veces porque puede llamar demasiado la atención y ser secuestrado.

Para ir de Cartagena a Bogotá en autobús sólo se contaba con una certeza, el día y la hora de salida, porque el destino era impredecible. “Puedes tardar un día o una semana”, me dijo, porque dependía del clima, las FARC, la milicia… Y en auto, ni pensarlo: “Aquí las mujeres no pueden andar solas por las carreteras”.

Olivia dejó su casa en Bucaramanga por la guerra. Y cuando había logrado cierta estabilidad en Cartagena tuvo que cancelar su línea telefónica porque empezaron a acosarla.

Los recorridos que hice en camión fueron incómodos por el calor del Caribe (a las 3 de la mañana la temperatura es de 23 grados, al mediodía, nadie se mueve, basta con dar unos pasos para terminar bañado en sudor); y por las historias de violencia y dolor que escuché. Para entonces ese mundo de inseguridad y guerra me eran lejanos.

Pasaron apenas un par de años para que el mundo de los pueblos de Puebla, el que le conté a Olivia, se extinguiera.

Ahora algunas personas empiezan a contar lo mismo que la señora colombiana. Ya no se puede contestar el teléfono porque te pueden sorprender con una extorsión. ¿Es apenas el principio…?

Quisiera volver a estar con Olivia porque entonces, pensando que mi mundo nunca se parecería al suyo, no se me ocurrió preguntarle cómo lidia con la inseguridad, cómo le hace para seguir cantando vallenato mientras limpia su casa que ha convertido en una fortaleza…

En el mes de febrero la revista colombiana Semana en su versión digital publicó un reportaje especial sobre la violencia, el narcotráfico y la delincuencia organizada en México. Contaban con asombro que ya los superamos y ahora nosotros somos “noticia”.

Recuerdo las últimas palabras de Olivia: “Dale gracias a Dios que te dejó conocer Cartagena, porque si así es aquí, imagínate el infierno…”

Supongo que se refería al sofocante calor del Caribe colombiano… espero… ruego…