Declaración guadalupana

Lesly Mellado May

Dicen que todos los mexicanos llevamos un guadalupano dentro, yo de hecho, me llamo Guadalupe en el registro religioso porque así me bautizaron en el rito católico a pesar de que en mi casa no somos guadalupanos ortodoxos.

Sin embargo, mi madre adoptó un par de años la costumbre serrana de vestirme de huipil el día de la virgen de Guadalupe y llevarme a la iglesia, así que cuando era niña la fiesta no era más que ver la obligatoria película en el Canal de las Estrellas sobre el milagro en el Tepeyac, (una por cierto nefasta donde Fernando Allende la hace de Juan Diego) y la recepción de los peregrinos huauchinanguenses que llegaban de ver a la morenita.

Años más tarde, cuando inició la Antorcha Guadalupana organizada por la Asociación Tepeyac dedicada al apoyo a migrantes en Estados Unidos, tuve de cerca el fervor de sus seguidores y el fenómeno social que desencadenó la mexicanización de la virgen María.

Hasta ahí pensaba que la virgen tenía sus fueros sólo como emperatriz de América (según dicen al finalizar el rosario) y como una estrella más de Televisa.

Pero no. De visita en París y de paso obligado por Notre Dame me esperaba una sorpresa. El recorrido por el interior inició por las capillas de la nave derecha, pasé por el altar mayor y a mis mexicanísimos ojos el sitio no era más que un museo.

Al girar hacia las capillas del costado izquierdo alcancé a ver un pequeño lugar custodiado por decenas de luces y del que se asomaban unas flores. Pensé en lo extraña que resultaba la estampa entre la penumbra.

La curiosidad aceleró mi paso y llegué para descubrir que el altar es de la virgen de Guadalupe. A pesar de la sobriedad y oscuridad de los muros, ese pedazo de la catedral se ha mexicanizado y coloreado. Está por supuesto la bandera tricolor, flores, listones, decenas de velas, jorongos, un Juandieguito, rezanderas de manda y todo el folclor del que somos capaces.

En la guía oficial de Notre Dame se asienta que la “Capilla de Nuestra Señora de Guadalupe fue instalada en 1963 a petición de los mexicanos de París: se puede reflexionar, rezar, encender una vela”.

Sí, todos los mexicanos llevamos un guadalupano por dentro y por fuera.

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