PAN: recuento de daños

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Doce años bastaron.

Dos sexenios fueron suficientes para perder el poder.

Tres cuartas partes de los electores mexicanos dijeron no al PAN.

Ese, el partido que había hecho la hazaña, histórica, de sacar a patadas al PRI de Los Pinos y que ahora es, penosamente, el principal responsable de que ese mismo PRI regrese por sus fueros.

Acción Nacional sencillamente ya no es lo que un día fue.

Aquel partido fundado por Manuel Gómez Morín, extravió el rumbo.

Se despintó.

Se deslavó.

Se degradó.

Nunca estuvo a la altura de las expectativas de los ciudadanos.

Y peor: contribuyó decisivamente al desencanto, al sentimiento colectivo de frustración con la democracia mexicana.

En las dos últimas elecciones presidenciales, el blanquiazul había logrado el apoyo de la mayoría: 42.5% en el 2000, con Vicente Fox, y 35.8% en 2006, con Felipe Calderón.

Pero hoy, al verse en el espejo, el reflejo le regresa una imagen devastadora: con Josefina Vázquez Mota como candidata, sólo logró niveles de votación similares a los que tuvo Diego Fernández de Cevallos en 1994: 25.4%.

Un retroceso en el tiempo, una tragedia política, la peor derrota en años.

“Ganar el gobierno sin perder el partido”, se ufanaba Calderón en los tiempos en que, con su típica soberbia, dirigió a su partido.

Un partido que él mismo, desde el poder, contribuyó a prostituir, a grado tal que en muchos sentidos terminaría por convertirse en algo igual, o peor, que su odiado PRI.

El abandono de la doctrina.

El pésimo desempeño de sus gobernantes.

La mano blanda para castigar las corruptelas propias y ajenas.

El pernicioso dominio de las sociedades secretas como El Yunque.

Los permanentes conflictos entre militantes y dirigentes.

Las escisiones mal gestionadas.

La compra de la conciencia de sus miembros activos.

La comercialización de sus estructuras.

La pérdida de identidad partidaria.

La imposición de candidatos.

La importación de cuadros de otros partidos.

Las alianzas electorales de ocasión.

El abandono de las causas populares.

El alejamiento entre el partido y la ciudadanía.

La maltrecha comunicación y gestión de medios.

La improvisación como norma de conducta.

La retórica y la demagogia de sus representantes.

La ausencia total de autocrítica.

El envilecimiento de la institución presidencial.

La frivolidad de sus líderes y referentes.

Y la falta de proyecto nacional.

Son sólo algunas de las causas de la debacle azul.

Del partido que perdió la bandera del cambio que con tanto éxito enarboló y, en su trayecto, se transformó en lo que tanto abominaba, aquello por lo que incluso nació en 1939 para combatir:

En un partido clientelar y contradictorio donde sólo manda la fuerza del interés, de la nómina y del poder.

Ya nunca más aquella “brega de eternidad” que quisieron sus fundadores.

El PRI se tardó dos sexenios en volver.

¿Cuántos años le llevará al PAN?

O peor: ¿regresará?

¿Algún día regresará?

Lo más seguro es que sí, pero larga, muy larga será sin duda su travesía por el desierto.

gar_pro@hotmail.com

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