LA ANÉMICA CABALLADA DEL LÁNGUIDO PRI EN PUEBLA

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Qué tan anémica está la caballada del PRI para 2018, que por segunda vez –la primera ni siquiera trascendió– el senador Ricardo Urzúa Rivera se destapó para ser el abanderado tricolor a la gubernatura en 2018. Sí, el eterno suplente de cargos, el político de segundo plato, quien de hecho está hoy en un escaño por la licencia de Raúl Cervantes Andrade, hoy procurador General de la República, y antes lo fue del diputado federal Ardelio Vargas, cree que es gallo para Casa Puebla. En sus sueños más caros hasta adversarios se pone a sí mismo. Dice que enfrentará a Juan Carlos Lastiri o a Víctor Giorgana y que tiene con qué vencerlos en una interna. ¡Lo que hay que escuchar!

Dice que tiene apoyos políticos y empresariales. Dice.

Pero la verdad es que el empresario de aeronáutica ha sido casi siempre carne de relevo y ni en su partido lo han tomado en serio.

Le han compartido posiciones de aserrín, porque presta sus helicópteros y aviones para las campañas en Puebla y otros estados.

Solamente ha ocupado una curul local como propietario en la pasada Legislatura.

De qué tamaño será la importancia e influencia de Urzúa, que también se le caen sus proyectos, cuando ya eran un hecho.

El año pasado vio frustrada su llegada a la presidencia del Comité Directivo Estatal (CDE) tricolor, la que ya presumía con sus cercanos.

En los días previos al arranque de las campañas por la minigubernatura, trascendió que filtró o consintió que se filtraran fotos de la entonces candidata, Blanca Alcalá, cuando abordaba en campaña uno de sus helicópteros.

La senadora había concentrado su crítica a la administración estatal de Rafael Moreno Valle –aunque sin mencionarlo nunca- en el supuesto uso excesivo de aeronaves.

El enojo fue mayúsculo en el PRI.

Urzúa se convirtió en un paria y la misma Blanca Alcalá se encargó de cortar las alas al aeroempresario.

Pero no solamente el auto destape -siempre chocante y sin seriedad- de Urzúa, es lo que perfila una flaca, flaquísima caballada del PRI.

Veamos los nombres que quieren la candidatura de 2018.

Juan Carlos Lastiri, subsecretario de la SEDATU, quien sólo va de ridículo en ridículo y no pinta ni siquiera en las encuestas internas del tricolor.

Enrique Doger, el delegado del IMSS, quien divide al PRI y a quien todos sus compañeros ven como un contumaz traidor.

Víctor Giorgana, a quien conocen en la capital, pero quien no tiene la fuerza y la presencia que se requiere, ni suficiente trabajo en los municipios.

Javier López Zavala, cartucho quemado del marinismo y fallido seguidor de Andrés Manuel López Obrador.

Ya no tiene estructura y su amago de irse al Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) fue falso.

Terminó en ridícula opereta.

Alberto Jiménez Merino ni para qué mencionarlo.

El sembrador de papayas y ahora de higo no trae sino la sombra de su jefe, Mario Marín.

Jorge Estefan Chidiac nunca dejaría su minita de oro como gestor de cuello blanco.

Además no le cae bien ni a sus cuates.

Blanca Alcalá ya tiene las maletas listas –se supone- para irse al exilio diplomático a Colombia.

Y ahora este ilustre desconocido de nombre Ricardo y de apellido Urzúa.

¿Quién sigue?

¿Juan de Dios Bravo, “La Memela”?

¿Valentín Meneses, “El Compadre Precioso”?

¿El velador del edificio de la Diagonal?

El PRI en Puebla no tiene ningún corcel pura sangre.

Su caballada se reduce a cartuchos quemados, soñadores que no pisan suelo, ex marinistas y, en el mejor de los casos, aspirantes a quien pocos, muy pocos, conocen.

A cinco meses de que formalmente comience el proceso 2017-2018, se ve con claridad el por qué están en el tercer sitio de las preferencias.

MORENA los lleva de calle.

El PAN lidera.

Pareciera que los tricolores asistirán a su funeral político.

Es así, irremediablemente, con cualquiera de sus famélicos jamelgos.

gar_pro@hotmail.com

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