EL PRI Y EPN COMO EL TITANIC (PERO SIN ORQUESTA QUE LES TOQUE HASTA EL FINAL)

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Una catástrofe se avecina para el Partido Revolucionario Institucional (PRI) en las 30 elecciones, más la federal, de 2018, Puebla incluida. Las cifras de su voto potencial están por los suelos y el rechazo al “Primer Priísta de la Nación”, como lo llaman muy a su estilo los tricolores poblanos y de todo el país, es el más alto de que se tenga memoria. El PRI está en tercer lugar de las preferencias hasta en sus encuestas internas, con el Partido Acción Nacional y el Movimiento Regeneración Nacional (MORENA) disputándose el primero. En tanto, Enrique Peña Nieto, de acuerdo con la encuesta del diario Reforma publicada a finales de la pasada semana, tiene 80 por ciento de rechazo, pues esa cifra estimada de mexicanos siente que “las cosas se están saliendo de su control”.

Si no pasa nada extraordinario, un repunte bestial de esas cifras para el partido y el mandatario, el naufragio y la desbandada son previsibles. Se hunde como el Titanic, pero no tendrá, a diferencia del navío –como cuentan las crónicas–, una orquesta que le toque hasta el fatídico final.

Tiene solamente 20 por ciento de aprobación, de acuerdo con el estudio y, como si se tratara de una burla, en realidad esa magra cantidad representa un repunte para el mexiquense.

Sí, porque en la anterior medición esa cifra era de apenas 12 por ciento.

A la luz de esos números, se explica el ánimo pesimista de los poblanos del PRI y su hartazgo de “respaldar al Presidente y no tener el apoyo del gobierno federal”.

Como nunca, los priístas del estado encuentran justificación a su reiterada queja de “nos dejan solos”, a esa frase de “no perdimos, nos entregaron”, ya tan escuchadas.

La histórica baja popularidad de Peña será una loza muy pesada, un grillete en la búsqueda del voto el próximo año.

En comparación con sus antecesores, Peña está por debajo de los peores momentos de Salinas, Zedillo, Fox y Calderón.

Mientras sus correligionarios Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) y Ernesto Zedillo Ponce de León (1994-2000) tuvieron números positivos, oscilantes entre 80 por ciento de aceptación y 14 de negación, el primero, para el segundo fue de 71 por ciento de aceptación contra 24 de rechazo.

El panista guanajuatense Vicente Fox Quezada (2000-2006) anduvo entre 54 por ciento de aprobación y 44 de rechazo, a pesar de sus anécdotas humorísticas.

El también albiazul Felipe Calderón Hinojosa (2006-2012), con todo y su fallida guerra contra el narcotráfico, se movió entre 49 por ciento de aceptación y 49 por ciento de rechazo; se fue “tablas”.

Los priístas poblanos, al menos en corto, reconocen que forman parte de ese 80 por ciento que repudia a EPN.

Desconfían de él, se sienten “abandonados” y hasta hay rencor en su contra, por haber “pactado” con el morenovallismo la entrega de la plaza y el ya largo rosario de derrotas.

Ese fue el argumento de quienes, como Alejandro Armenta, se han ido a MORENA y de quienes planean hacerlo.

La desbandada podría venir, sobre todo de quienes no alcancen candidaturas en el tricolor.

Un reto hoy es encontrar a un priísta poblano, ¡uno solo!, que en sus declaraciones a los medios de comunicación o en sus discursos reconozca y alabe al Presidente de la República.

Ningún delegado federal lo hace.

Los legisladores, locales y del Congreso de la Unión, mejor evitan mencionarlo.

Peña es un lastre que pesa al navegar.

Es un ancla, un inconveniente.

Así se ve desde dentro del PRI, aunque se dice –por ahora– sólo entre susurrros.

Y falta la XXII Asamblea Nacional del tricolor, en la que diversos grupos del partido se rebelaràn e intentaràn arrebatarle su derecho metaconstitucional de imponer a su candidato a sucederlo, un capìtulo que dividirà màs al ya de por sì dividido –y debilitado- Revolucionario Institucional.

gar_pro@hotmail.com

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