NORBERTO RIVERA, EL PASTOR DEL PODER Y PROTECTOR DE CURAS PEDERASTAS

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Ya circula en librerías de Puebla “Norberto Rivera. El Pastor del Poder”, una obra coordinada por el maestro en sociología del catolicismo contemporáneo Bernardo Barranco, editada por Grijalbo, que ayuda a reconfirmar los excesos y extravíos del siniestro cardenal primado de México, pero sobre todo a reiterar su culpabilidad en la protección que, desde la cúpula clerical, se dio al sacerdote pederasta de Tehuacán Nicolás Aguilar, acusado de haber abusado de más de 100 menores de edad –tanto en México como en Los Ángeles, California- pero total y absolutamente impune a la fecha.

La descripción que en el libro se hace del ex obispo de Tehuacán Norberto Rivera, a quien la PGR abrió hace poco una supuesta investigación por el delito de encubrimiento, es tan puntual como sólida. El “obispo sinuoso” –como lo denomina Barranco- no sólo ha sido un prelado intocable que, en nombre de la ortodoxia moral, ha condenado las causas de las mujeres, los homosexuales, los no creyentes y las minorías, sino sobre todo un personaje oscuro, tanto que fue capaz de decir a las víctimas de Nicolás Aguilar: “Ustedes olvidarán pronto lo que les hizo el padre. Al rato, ya ni se acordarán. Deben saber perdonarlo. El padre es un hombre enfermo” (sic).

“Norberto Rivera. El Pastor del Poder” es, en esencia, un retrato de la impunidad, y también un compendio de la red de poder y tráfico de información relacionada con la pederastia clerical, una red muy similar a la omertá, el célebre código de silencio y de secreto que guardan las mafias italianas.

Para que no se olvide, recupero aquí el resumen que hizo la periodista Sanjuana Martínez del nexo Rivera-Aguilar y que retomó el ex sacerdote Alberto Athié –seguramente el más firme defensor de las víctimas de la pederastia clerical en México- en su ensayo (capítulo 2) “Norberto Rivera o el tótem de la impunidad”.

Porque como diría en su momento el nuncio Bertello al padre Antonio Roqueñí:

“El día que se sepa todo sobre el cardenal Rivera, el caso Maciel se quedará corto”.

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“La pederastia del sacerdote (Nicolás Aguilar) era pública… se inició desde su paso por el seminario, según afirma Agustín Ríos Nájera, otra de las víctimas de esa época. En la década de los ochenta era párroco de Tehuacán, Puebla, donde los ataques a los acólitos eran “secreto a voces”. Hasta que en 1986 Nicolás apareció mal herido, tirado en un charco de sangre a consecuencia de una fuerte contusión en la cabeza.

“Los hechos fueron consignados en medios informativos de Puebla, que afirmaron que el cura mantenía relaciones sexuales con dos muchachos en Cuacnopalan, Puebla, cuando lo golpearon. Luego otros reportes periodísticos de la zona difundieron la denuncia de una maestra que acusaba al sacerdote de haber violado a su pequeño hijo.

“La “enfermedad” de Nicolás, como denominaba Rivera Carrera la pederastia del cura, estaba causando serios problemas con la ley a la Iglesia de Tehuacán, por lo que el obispo trasladó al sacerdote a la diócesis de Los Ángeles en 1988, argumentando que tenía problemas de “salud” y “familiares”, según consta en el intercambio epistolar con el cardenal de Los Ángeles, California, Roger Mahony.

“El purpurado mexicano argumenta que él explicó en otra misiva la “problemática de homosexualidad” del presbítero, pero Mahony sostiene que es mentira, ya que nunca recibió esa carta, de la cual el arzobispo primado de México jamás ha presentado copia. El purpurado estadounidense responsabiliza directamente a Rivera Carrera de propiciar los crímenes de Nicolás cometidos en Estados Unidos.

“El clérigo Nicolás Aguilar volvió a México en 1989, huyendo de la justicia angelina, donde enfrenta denuncias por 26 violaciones a niños. Pese a conocer los hechos, mediante las cartas del cardenal Mahony, Norberto Rivera, aún obispo de Tehuacán, no lo retiró del ministerio sacerdotal. El derecho canónico ordena que quien abuse sexualmente de un menor puede ser castigado con la suspensión al sacerdocio.

“Rivera Carrera no fue el único en encubrir al pederasta; también lo supo el obispo de Puebla, Rosendo Huesca Pacheco, quien, según la víctima Joaquín Aguilar, estaba plenamente enterado de los crímenes
de Nicolás…

“Nicolás ya era prófugo de la justicia cuando fue enviado a una “clínica” de la Iglesia donde se aplican con dudoso éxito terapias a los curas para combatir la homosexualidad, la pederastia o el alcoholismo, pero luego fue incorporado a la parroquia de San Antonio de las Huertas, donde violó a Joaquín Aguilar en 1995.

“Nicolás siempre ha sido el protegido de Norberto Rivera”, afirma sin titubeos el experimentado periodista de Tehuacán, Marco Aurelio Ramírez Hernández. “Nicolás pertenece a su grupo. Aunque el cardenal ya no es obispo de aquí, sigue moviendo los hilos del poder… Norberto Rivera sabía que Nicolás era pederasta desde antes de las denuncias de la década de los ochenta. Cuando Norberto llega a Tehuacán emprende una limpia de toda la gente del primer obispo de la localidad, Rafael Ayala y Ayala. Así ajustaba intereses económicos y de poder político…

“(…) Los juicios contra el párroco son claro ejemplo de la impunidad en México y de la protección de los superiores eclesiásticos… El proceso de los “niños de la Sierra Negra” muestra también cómo el Poder Judicial ha preferido proteger a los curas pederastas en lugar de a las víctimas.”.

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Más que como pastor o líder espiritual, dice Bernardo Barranco en el libro, “el cardenal encarna al obispo sinuoso, rodeado de lujos, protector de pederastas, centavero, solapador a conveniencia propia y de sus amigos: actores de doble moral dentro y fuera de la Iglesia”.

Y no, no hay modo de contradecirlo.

gar_pro@hotmail.com

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