EL PRESIDENTE (PEÑA NIETO) EN SU LABERINTO

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Al entrar prácticamente a su sexto y último año de gobierno, están claras las prioridades del presidente Enrique Peña Nieto de aquí al final de su mandato constitucional: el manejo de su sucesión –que pasa obviamente por la elección del candidato del PRI- e impedir -cueste lo que cueste- el triunfo en 2018 de Andrés Manuel López Obrador, el adversario a vencer y quien pondría en riesgo el modelo de país –reformas estructurales incluidas- que (para bien o para mal) se diseñó desde Los Pinos en el presente sexenio, un modelo marcado –como se ha confirmado en estos días- por el sello de la corrupción.

De las entrevistas que ofreció en los días previos a su quinto informe e incluso de lo que dijo y de lo que no dijo durante su mensaje en Palacio Nacional, se desprende que Peña Nieto no tiene otra cosa en mente que frenar al dirigente de Morena y que a esa tarea apostará todo su esfuerzo, todo su talento, todo su tiempo y todos los recursos políticos a su alcance –que no son pocos-.

Lo expresó con contundencia, por ejemplo, a Imagen Televisión: “Déjame decirte algo sobre alguien (López Obrador) a quien no conozco en lo personal. He venido recogiendo sus discursos, los de antes y los de ahora. Tengo respeto para su persona, pero no comparto el proyecto que postula, que es muy distinto al nuestro”.

Y añadió, al referirse a la grave situación que padece Venezuela y lo que, según él, muchas voces le han dicho “con un dejo de preocupación”:

“Han dicho que es muy parecido, que su fórmula es muy parecida y que les preocupa que, el día de mañana, ese discurso (de López Obrador) prospere; que el día de mañana, México, en vez de avanzar, como ha ocurrido en los últimos 25 años, se parezca a lo que hoy es Venezuela”.

No hay lugar a dudas: en la lógica de Peña Nieto, el tabasqueño –puntero en todas las encuestas serias- representa un “regreso al pasado” y por tanto es la mayor amenaza a lo que se conoce como el establishment, con los elevados riesgos que ello implicaría para “la mafia del poder”; es más: no el presidente, pero seguramente algunos de sus colaboradores más cercanos o hasta familiares, podrían terminar en la cárcel si AMLO llega a la Presidencia.

Las señales de antes y después del quinto informe, entonces, no indican otra cosa distinta a lo ya planteado: Peña Nieto se involucrará e incidirá, al límite incluso de lo legal, en la elección de 2018, en un proceso muy explosivo y por ello muy similar al de 2006, cuando el “demócrata” Vicente Fox, desde la residencia oficial de Los Pinos, hizo todo –lo que incluyó el tristemente célebre proceso de desafuero- para impedir que López Obrador ganara la Presidencia de México.

¿Lo logrará?

Gran parte de su éxito o fracaso dependerá, desde luego, de cómo cuide y resuelva la mecánica de elección (designación en realidad) del candidato del PRI, esa alta responsabilidad que, como dice Jorge G. Castañeda en su clásico “La herencia”, debe resguardar “como la niña de sus ojos”.

¿Designar a un amigo, contra viento y marea, o decantarse por el perfil realmente más competitivo, que no el que asegurará la victoria, pues como bien recuerda Castañeda, Luis Donaldo Colosio fue el último de los mohicanos, y en un doble sentido, pues “ya no habrá tapados provistos de garantías de triunfo, y nunca más se podrá asegurar el acceso a la Presidencia de la República “toreando el toro al revés”.

Hasta hoy –en mi opinión- Peña Nieto ha dado muestras de que no ha tomado una decisión definitiva, que sigue reflexionando y que, con la apertura de los candados en el PRI, sólo amplió inteligentemente su baraja de opciones incorporando y habilitando de lleno a personajes como los secretarios de Hacienda, de Educación Pública y de Salud, José Antonio Meade, Aurelio Nuño y José Narro, respectivamente, pero sin descartar –por si hiciera falta- la carta del secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, el priísta mejor posicionado en las encuestas –aunque solo entre los priístas y de ahí la debilidad de su probable candidatura-.

De lo visto se desprende que Peña Nieto sabe muy bien que no puede equivocarse y que en ésas anda: en su propio y muy particular laberinto; de acertar o fallar dependerá finalmente si logra su cometido de fin de sexenio y si consigue evitar -sea como sea- entregar la banda presidencial a López Obrador, una fotografía que no quiere ver ni en su peor pesadilla, ni por supuesto en los futuros libros de historia de este país.

gar_pro@hotmail.com

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