Viaje al centro histórico de Puebla en tiempos de COVID

Lesly Mellado May

Sábado 30 de enero, 10:30 horas. Unos cuantos caminan por la calle Reforma, parecieran las 7 de la mañana, pero no, el sol ya pega fuerte a las casonas vacías.

Horas antes el gobierno federal declaró que Puebla regresa a semáforo rojo por los contagios de COVID.

Es el primer puente vacacional de 2021, pero también es “día solidario”, así que las cortinas en el Centro Histórico están abajo.

El COVID convirtió a Reforma en una gran valla de negocios cerrados con estos anuncios: “SE RENTA”, “Estamos adentro, si quiere algún producto toque”, “CFE: si quiere hacer lectura de medidor mande Whats”, “Si tiene algún apartado llame a este número”, “Seguimos a sus órdenes por Whats”, “Si es proveedor, nosotros le llamamos”…

Es “día solidario” y mi generación que fue tatuada con la palabra “solidaridad” de la época salinista, no atina a acomodarla en este nuevo contexto.

El Centro Histórico se ha transformando lentamente por siglos. Supongo que la extrañeza que ahora causan las cortinas abajo, es similar a los días del siglo XVII en que por primera vez el gobierno de la ciudad contrató el servicio de limpia, tarea concesionada a Gregoria, una mulata.

En las últimas décadas vimos desaparecer poco a poco del centro histórico la librería Teorema, las cafeterías Wimpy’s y Aguirre, Rodoreda, la sede del Poder Ejecutivo. Vimos cómo abandonaron las mesas del zócalo los cronistas José Luis Ibarra Mazari, Salvador Cruz y Pedro Ángel Palou Pérez, quienes enseñaron a muchos a amar el corazón de la ciudad.

Con los años, también dejamos de ver a personajes emblemáticos como Doña Mago, dueña del más visitado puesto de periódicos; y a Abraham, el campeón de boxeo dedicado a bolear zapatos y que habita en la novela “Con la muerte en los puños”.

Es sábado por la mañana y Reforma luce vacío.

En el zócalo hay una ausencia emblemática: en los cuatro puestos de periódicos no hay periódicos.

Es el primer puente vacacional del año y no hay turistas.

Es otra era.

En unos meses un coronavirus cambió radicalmente el Centro Histórico que por décadas hemos vivido y gozado: no hay periódicos, conferencias de prensa, trascendidos, mítines, marchas, plantones, templetes, políticos, burócratas, orejitas, estudiantes, profesores universitarios, artistas, exposiciones, conciertos, molotrices, globeros, turistas, turibuses, reporteros, ni fotoperiodistas…

En el “día solidario” los restaurantes no tienen servicio en mesa, así que hay que tomar un “desayuno clandestino”. Desde el balcón, el zócalo luce hermoso pero inútil, nada es sin las manos entrelazadas de los novios, el tamborileo de las zapatillas, las carcajadas de los niños, los flashes sobre San Miguel, el tañido de María la catedralicia.

Sábado 12 horas. El centro comienza a inundarse de gente. No hay comercios, cines, museos, ni restaurantes ¿a qué llegan? ¿a dónde van?. Forman un río sin aparente motivo. Van y vienen por Reforma al Paseo Bravo donde parece domingo por la tarde.

Sábado 13:30 horas. En el supermercado de prolongación Reforma el aforo supera por mucho el autorizado. Padre, madre y dos hijos adolescentes realizan una seria asamblea para decidir qué lata de chiles en escabeche van a comprar.

Es sábado, es otra era. Es Puebla en tiempos de COVID.

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