Archive for July, 2013

PRI: Crónica de la Catástrofe (Parte II y última)

Wednesday, July 17th, 2013

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Pero tal vez la peor catástrofe vivida por el PRI en este 2013 tuvo lugar en Puebla capital, donde las expectativas del partido a nivel nacional y local estaban en lo más alto y desde ahí, desde muy arriba, cayó. Cayó y el golpe fue durísimo, tanto que pasará mucho tiempo antes de que el tricolor logre recuperarse.

Veamos:

En la búsqueda de la candidatura a la presidencia municipal de Puebla, aparecieron fuertemente dos nombres con elementos de competir para ganar: Enrique Doger Guerrero y Enrique Agüera Ibáñez. Sin embargo, un grupo pretendió impulsar a un empresario poco conocido en el medio político pero con gran cercanía con el presidente Peña Nieto: José Chedraui Budib.

Enrique Doger Guerrero, diputado federal por el distrito 6, había ganado la única demarcación política de la capital para el PRI en las recientes elecciones, mientras que en los tres distritos restantes el tricolor se fue hasta el tercer lugar.

Fue rector de la BUAP y en su administración se consolidó como una de las mejores instituciones del país. Posteriormente, en 2004 fue candidato a presidente municipal de la ciudad de Puebla y posteriormente buscó la candidatura a gobernador por el PRI en 2010; sin embargo, el entonces mandatario, Mario Marín Torres, impuso al chiapaneco Javier López Zavala, quien perdió las en las urnas ante Rafael Moreno Valle.

De acuerdo con las encuestas previas a la gran decisión de cara al 7 de julio, el ex rector y ex presidente municipal Enrique Doger resultó ser el más conocido, en tanto que Agüera Ibáñez se colocó como el aspirante con mejor intención de voto.

En el 2012, Agüera, rector de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, fue mencionado con mucha insistencia como precandidato a senador por el PRI; sin embargo, a última hora, tras la ruptura de la alianza entre el PRI y el Panal, tomó la decisión de no ir en la segunda fórmula junto con Blanca Alcalá.

Tuvo de su lado las obras de infraestructura como el Complejo Cultural Universitario, la Biblioteca Central, o el Estadio Universitario; los reconocimientos como el Premio a la Excelencia Académica por tres años consecutivos y las certificaciones por parte de tres de las calificadoras más importantes en materia financiera que no fueron explotadas acertadamente.

Desde tiempo atrás, en su persona pesaban muchas sospechas respecto al incremento de su fortuna desde su llegada a la rectoría y gastos superfluos como la colección de caballos de pura sangre, helicóptero, dueño de universidades privadas, hoteles, propiedades en México y en el extranjero.

De origen modesto nacido en Poza Rica, Veracruz, Enrique Agüera se alineó rápidamente con el gobernador Mario Marín Torres, a grado tal que incluso lo hizo su compadre y se apostó con todo por su candidato, Javier López Zavala. Al triunfo de Rafael Moreno Valle buscó, por todos los medios, congraciarse con el nuevo mandatario, y lo consiguió.

Agüera le apostó al gabinete de Enrique Peña Nieto, oferta que empero nunca llegó.

Un tercer personaje fue José Chedraui Budib, del sector empresarial, sin equipo ni mayor experiencia en la política, y con su única fortaleza en su relación personal con Enrique Peña Nieto.

José Chedraui se dejó llevar por grupos como los de Jorge Estefan Chidiac y la propia Blanca Alcalá Ruiz, pero nunca terminó por ser conocido entre los priistas y menos entre los poblanos. De acuerdo con las mediciones, el PRI correría demasiado riesgo con él como candidato, por su falta de arraigo. Por ello no fue el abanderado, por más amigo del presidente.

Fue el entonces rector de la BUAP quien se adelantó en la carrera e inició, literalmente, la compra de grupos menores del priísmo para que comenzaran a pronunciarse por él como candidato a la presidencia municipal de Puebla. Se inventaron asociaciones y membretes para que se sumaran a la cargada. Mucho dinero corrió debajo del puente para seguir manteniendo vivo el mito del Agüera ganador, popular y excepcional.

Además, emprendió una serie de publicaciones de encuestas en donde lo colocaban como el político priista mejor posicionado, por encima de Enrique Doger Guerrero. Sin embargo, sólo medían la popularidad y nunca se hicieron las valoraciones ponderadas, es decir, qué tanto podrían afectar los negativos que traería tras su inminente salida de la BUAP. El tiempo reflejaría que su candidatura no era tan competitiva como se decía y que cometió un error al abandonar la universidad, donde había hecho un buen papel.

Enrique Agüera utilizó a varios personajes nacionales para convencer a César Camacho Quiroz de que él, no Doger ni Chedraui, sería la mejor opción y su principal aliada fue la secretaria general del CEN del PRI, Ivonne Ortega, la misma que a mitad de la campaña dejaría tirada por varias semanas las campañas debido al nacimiento de su hijo.

Doger Guerrero fue el único de los aspirantes que se mantuvo institucional, porque tanto Agüera como Chedraui incrementaron su presencia mediática a través de espectaculares y entrevistas en medios.

Finalmente, el PRI se definió por Enrique Agüera Ibáñez y éste inició la conformación de su equipo de campaña con gente de su confianza, pero con un pleno, absoluto desconocimiento de la política priísta.

Y rápido llegó el primer error: designó como coordinador de campaña a Jaime Alcántara Silva, un auténtico cartucho quemado y quien causó mucho escozor entre los priistas por su relación con el gobernador Rafael Moreno Valle Rosas.

Político de medio pelo, el ex diputado federal Alcántara fue secretario adjunto a la presidencia del CEN del PRI durante el periodo de Beatriz Paredes Rangel, la mejor amiga priista del mandatario estatal. Incluso la esposa de Alcántara Silva, María Elena Torres Machorro, fue empleada del gobierno morenovallista: Juez del Segundo Juzgado Registro Civil, de junio a diciembre de 2011; directora del Registro del Estado Civil, del 15 de diciembre de 2011 al 16 de julio de 2012; y Directora de Asistencia Jurídica del Sistema DIF estatal, de julio de 2012 a mayo del 2013.

Alcántara Silva y Fernando Moreno Peña fueron secretarios generales adjuntos de Beatriz Paredes en los tiempos que la tlaxcalteca presidió el Comité Ejecutivo Nacional.

En medio de la tormenta que ya se avecinaba, surgió otro elemento de inconformidad entre la militancia priísta: la auto designación de las diputaciones plurinominales para los dirigentes del PRI y PVEM, Pablo Fernández y Juan Carlos Natale, al colocarse en los lugares 1 y 3 de la lista, lo que para algunos analistas de medios fue considerado como una señal de que ni ellos mismos creían en el triunfo de su propia alianza.

Entre la fecha en que el CEN del PRI designó a Enrique Agüera como candidato a la presidencia municipal hasta el inicio formal de la campaña, hubo un periodo superior a un mes para la integración de su planilla de regidores, que estuvo plagada de “juniors”, hijos de empresarios que no aportaron nada al proyecto priísta.

Ya en plena campaña, la imagen de Agüera y su mensaje nunca terminaron por definirse, entre otras cosas porque la cambió al menos en cinco ocasiones. La penosa campaña de “Se escribe con Ü”, en la que el candidato propagó palabras como: füturo, següridad, süeldos y Püebla, nunca fue entendida por los ciudadanos y resultó severamente criticada por tratarse de una obvia, e imperdonable, aberración del lenguaje.

El experto en campañas políticas Darío Mendoza —quien fuera asesor de personajes como el ex presidente Vicente Fox y la primera dama Martha Sahagún— criticó esta estrategia al señalar que: “La “Ü” de Agüera sería buena campaña si el posicionamiento del candidato fuera hacia abajo, si Agüera no fuera conocido”.

De un momento a otro, el abanderado de la alianza 5 de Mayo pasó de “buenos resultados”, “porque tú mereces más”, “se escribe con Ü”, “déjame hacer por Puebla lo que hice por la universidad”, hasta cerrar con “tú mereces ganar más”. Cinco mensajes distintos, inconexos y que sólo sembraron confusión sobre el verdadero mensaje que se pretendía mandar al electorado.

Peor tantito: a media campaña, la mitad de la cual se pasó aislando a los medios de comunicación y sin ninguna operación con directores, jefes de información y columnistas de influencia, la alianza 5 de Mayo generó una serie de encuestas apócrifas en las que Enrique Agüera obtenía un mejor posicionamiento que su adversario; sin embargo, los estudios demoscópicos supuestamente realizados por El Universal, Grupo Impacto Inteligente 360 y la firma Pop Research, desmintieron personalmente las publicaciones, dejando en ridículo al candidato.

Como ya se ha dicho aquí: la campaña de Enrique Agüera se presentó con una serie de desatinos en organización, en comunicación y en estrategia.

En resumidas cuentas, el candidato de la alianza 5 de Mayo nunca entendió que su verdadero enemigo no era Gali, sino Moreno Valle, al que el candidato no tocó ni con el pétalo de una rosa. Sólo mostró miedo hacia él y hacia el presidente municipal de Puebla de extracción panista, Eduardo Rivera, a quien tampoco criticó en ningún momento.

El eje de la campaña no sólo era el tema de la creciente inseguridad en la capital del estado, sino que hubo una ausencia de imaginación para convertir el sentimiento antimorenovallista, en movimiento social tal como los panistas lo hicieron en el pasado con el rechazo a Mario Marín Torres.

Sólo una semana antes de la conclusión de las actividades proselitistas se lanzó una campaña de contraste cuestionando las principales obras del gobernador, pero fue demasiado tarde.

De acuerdo con integrantes de la campaña, a Agüera le invadió un sentimiento de abandono del gobierno federal, porque esperaba el dinero federal y el gran golpe mediático, legal y político contra Moreno Valle o contra alguno de sus más importantes operadores, como Eukid Castañón, pero tal golpe nunca llegó, y la desesperación empezó a ocupar todos los espacios de su cuartel general.

Nuevamente Rafael Moreno Valle fue minimizado por el PRI como en el pasado. No ha perdido una desde hace muchos años y buscó en todo momento seguir con su racha ganadora para garantizar la supervivencia de su grupo, la continuidad de su proyecto, la salvaguarda de sus intereses y aliados, y seguir, claro, con todos, todos los hilos del poder en el estado, con el Congreso incluido.

Moreno Valle convenció a su ex secretario General de Gobierno y cuñado, Fernando Manzanilla Prieto, de hacer a un lado sus intereses personales y coordinar la campaña de Tony Gali Fayad, quien se encargó de poner orden, coherencia, estrategia y supervisión.

Enrique Agüera nunca se desvinculó de la marca PRI ni ciudadanizó su campaña ni la convirtió en un movimiento social, sino sólo en un acto de fe. Tampoco se deslindó públicamente de Mario Marín, su compadre.

Sus asesores hicieron a un lado sus atributos académicos que se reflejaron en las encuestas como un rector trabajador, capaz y con visión.

Mientras eso ocurría, la dirigencia priista terminaba de fracturar a las bases y de destruir al tricolor como marca competitiva.

En el camino se llevaron entre las patas a Enrique Agüera y a todo su proyecto de instaurar un nuevo grupo hegemónico al interior del PRI.

El sueño, sueño fue, y muy, muy amargo el despertar la tarde-noche del 7 de julio, cuando el tren morenovallista ya había pasado y el PRI se quedaba con la peor derrota en su historia reciente, una derrota producto de malos dirigentes, imposiciones de candidatos, falta de sensibilidad política para retener a sus liderazgos regionales, venta de candidaturas y marginación de grupos.

Es decir, precisamente todo lo que no se tiene que hacer en una elección, una elección tan decisiva como la de este 2013.

gar_pro@hotmail.com

PRI: Crónica de la Catástrofe (Parte I)

Tuesday, July 16th, 2013

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Porque la memoria es corta y a más de un priísta ya se le empezó a olvidar, a poco más de una semana del 7 de julio, vale la pena hacer un recuento –aunque apretado- de los pasos dados por el delegado del CEN, el colimense Fernando Moreno Peña, y su escudero, el dirigente estatal, el poblano Pablo Fernández del Campo, y que condujeron al PRI a su peor derrota en Puebla en la historia reciente, aunque hoy se pretenda mirar a otro lado, y desempolvar viejos y ridículos pretextos, para encontrar las causas primigenias de la catástrofe.

Veamos:

Las elecciones del pasado 7 de julio, en donde se eligieron 217 presidentes municipales y 26 diputados locales de mayoría relativa en el estado de Puebla, se han colocado como las más adversas para el Partido Revolucionario Institucional en la historia del instituto político en la entidad. Ganó solamente 81 alcaldías y sólo 3 legisladores locales.

El PRI dejó de ser un partido competitivo producto de una serie de errores que se cometieron por la dirigencia estatal y de la falta de actitud política para erigirse como oposición al gobernador de extracción panista, Rafael Moreno Valle Rosas.

El mandatario estatal, expriísta, comenzó a construir el camino para tener el control de las elecciones desde junio del 2012 cuando envió al Congreso del estado una iniciativa para la redistritación electoral que fue aprobada en tan sólo una semana sin discusión y con el aval de los diputados priistas, excepto por el legislador David Espinosa Rodríguez.

Dicho acomodo en el mapa electoral fue calificado, en su momento, como “el inicio del camino hacia una democracia moderna” por parte del diputado Édgar Salomón Escorza en su calidad de presidente de la Junta de Gobierno y Coordinación Política (JGCP) del Congreso local y coordinador de los priístas. Curiosamente este oscuro personaje fue designado candidato a presidente municipal de San Martín Texmelucan y perdió producto de las propias reformas que avaló y que incluían las candidaturas comunes y los partidos estatales, a la larga letales para el tricolor.

El presidente estatal del PRI en ese momento, Fernando Morales Martínez, hijo del ex gobernador Melquiades Morales Flores, aseguró que se otorgó el aval a la propuesta del mandatario panista, Rafael Moreno Valle, pues no se trataba de una reforma que dañara al PRI, incluso añadió que las modificaciones convertían al tricolor en un partido más competitivo y se eliminaban los viejos preceptos donde el PRI quería adjudicarse todos los espacios.

Posteriormente, en noviembre del 2012, iniciaron las pláticas entre el Partido Acción Nacional, encabezadas por el gobernador Rafael Moreno Valle, con las dirigencias nacionales del Partido de la Revolución Democrática, Nueva Alianza y Movimiento Ciudadano para conformar la alianza denominada Puebla Unida. El Instituto Estatal Electoral aprobó el registro de partido local a Compromiso por Puebla, que se unió a este esfuerzo. A pesar de ello, nada, o muy poco, se hizo a nivel nacional para impedir la conformación de esta mezcla política de ideologías distintas que finalmente fue fundamental. El PAN por sí sólo no garantizaba el triunfo, porque su base de votación es similar al del PRI: alrededor de 180 mil votos en la capital. Increíblemente, el presidente Enrique Peña Nieto y su secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, dejaron pasar la megacoalición morenovallista; fue la primera, y más firme señal, de lo que después se confirmaría: el total desinterés de Los Pinos por la elección de Puebla y por la suerte de los candidatos del PRI.

Por su parte, el Revolucionario Institucional sólo afianzó a su aliado en varias batallas que es el Partido Verde Ecologista de México y que siempre le ha resultado un compañero de viaje inútil, pues además de tener que arrastrar a lastres y parásitos como Juan Carlos Natale, muy poco votos le ha aportado en términos reales.

En el escenario inmediato, el Instituto Estatal Electoral obsequió el carácter de partido político local a Pacto Social de Integración, ligado al diputado federal Javier López Zavala; sin embargo, el PRI poco hizo para integrarlo a su alianza y nuevamente el gobernador Moreno Valle Rosas les comió el mandado y se hizo de sus servicios, los cuales, a la postre, fueron un elemento esencial para el triunfo en varios municipios y diputaciones a favor de Puebla Unida.

El 26 de noviembre del 2012, el presidente nacional del PRI, Pedro Joaquín Coldwell, designó como delegado presidente del tricolor en Puebla a Pablo Fernández del Campo, quien cuatro meses atrás había perdido la elección a diputado federal por un distrito de la capital de Puebla, quedando, incluso, en tercer lugar, y quien además ya llevaba a cuestas la derrota en 2010 de Mario Montero, de quien fungió como coordinador de campaña.

En enero del 2013, el CEN del PRI envió al ex gobernador de Colima Fernando Moreno Peña como delegado y junto con Pablo Fernández del Campo, delegado presidente del PRI en el estado, fueron los únicos responsables de conducir el proceso de selección de los 217 candidatos a presidentes municipales y 26 candidatos a diputados locales.

Moreno Peña llegó a Puebla con gran cartel, todo el apoyo del CEN, e infundiendo miedo entre la militancia como una forma de ganarse el respeto de los simpatizantes del tricolor y en especial quienes aspiraban a un puesto de elección popular. Luego se sabría que sólo se trataba de un farsante, extraviado en sus ocurrencias declarativas y empequeñecido a la hora de operar realmente lo electoral y lo político.

En marzo, el Comité Directivo Estatal del PRI inició unos extraños cursos de inducción para los aspirantes a candidatos a presidentes municipales. Hubo molestia, porque los obligaron a pagar una cuota de capacitación e incluso sus cuotas de militantes que fueron entre 10 mil a 20 mil pesos entre más de 800 interesados. Cabe mencionar que a finales de noviembre del 2012, el entonces presidente del tricolor, Fernando Morales Martínez, ya había realizado un curso similar para los mismos objetivos con una cuota de “recuperación” de 5 mil pesos por persona y bajo la amenaza de que quien no tomara dicho curso estaría impedido para ser tomado en cuenta en la carrera política. El dinero nunca entró a las arcas del tricolor y desde entonces, se formó un ejército de priístas tan engañados como resentidos.

En ese contexto, tanto Pablo Fernández como Fernando Moreno Peña iniciaron las pláticas con los aspirantes. Hablaron de la necesidad de tener a un partido unido y que la designación de los candidatos se diera a favor de los perfiles con mejor rentabilidad a favor del tricolor.

Sin embargo, el 10 de abril del 2013, Leobardo Soto Martínez, secretario general de la Confederación de Trabajadores de México en Puebla, en un anuncio que fue considerado como un “madruguete”, informó de la designación en bloque –al más puro, viejo y rancio estilo priísta- de 54 candidaturas “de unidad” para igual número de municipios. Aseguró que se trabajó “en consenso” con las diferentes corrientes y grupos al interior del PRI, privilegiando, principalmente, los perfiles ganadores y tomando en cuenta las opiniones de los sectores y estructuras del partido.

De la lista que dio a conocer Leobardo Soto, suplantado el papel de la dirigencia estatal del PRI, sólo en 16 municipios ganó el PRI y el resto fue para otros partidos por las imposiciones que se dieron. Las candidaturas “de unidad” tan celebradas por Pablo Fernández y Moreno Peña, nunca lo fueron.

Desde entonces, al interior del PRI se desató un descontento real entre los involucrados en el proceso interno, porque en la mayoría de los casos nunca se realizó un consenso entre los precandidatos y muchos se enteraron de la decisión tomada a través de los medios de comunicación que difundieron la noticia.

La dirigencia del partido tampoco tuvo el tino de iniciar un trabajo de conciliación de intereses entre los afectados, u “operación cicatriz”; los ofendidos, por la forma en cómo los hicieron a un lado, le dieron la espalda a su partido y se entregaron a los brazos del morenovallismo, que los acogió con gusto.

Puebla Unida, con encuestas en mano, comenzó a detectar a los mejores posicionados en cada municipio e iniciaron las pláticas para incluirlos dentro de su esquema de competencia; el 7 de julio varios de estos priístas resentidos se alzaron con el triunfo a través de la megacoalición o bajo los colores del Partido del Trabajo, Movimiento Ciudadano o Pacto Social de Integración.

Tal fue el grado de descomposición que hasta el diputado federal Javier López Zavala exigió la renuncia de Pablo Fernández del Campo a la dirigencia estatal del PRI, a quien llamó “pelele“, y denunció amenazas en su contra por parte de Fernando Moreno Peña por oponerse a la imposición de candidatos.

Aunado a la división del PRI, los responsables de conducir el proceso, elemental para el futuro de Puebla, abrieron las puertas al ex gobernador Mario Marín Torres, quien goza del desprestigio y rechazo social del 85% de los poblanos, de acuerdo con una encuesta sobre la aceptación de personajes políticos.

Pero además, el Comité Ejecutivo Nacional, a través de su delegado y delegado presidente, minimizaron las expresiones de descontento social que privaron en las filas del tricolor y que presagiaban lo que hoy es una realidad: el peor descalabro en la historia de PRI en Puebla desde su fundación como instituto político.

Así, con la injerencia directa del “góber precioso”, inició el abandono de cuadros producto de las imposiciones; un ejemplo claro de ello fue San Pedro Cholula, donde a la priísta Sara Chilaca le impidieron competir por la presidencia municipal pese a tener una alta aceptación social y en su lugar colocaron a Sergio Galindo, ligado al grupo de Mario Marín y quien, como se esperaba, perdió abrumadoramente. La alianza Puebla Unida convenció a Sara Chilaca para que fuera su candidata a diputada federal y finalmente ganó.

Mientras tanto, al interior de la dirigencia del PRI inició una disputa por el poder entre Pablo Fernández del Campo y Fernando Moreno Peña. El colimense se impuso al poblano, dejándolo como “objeto de decoración” y fuera de las decisiones trascendentales, incluso del manejo de los recursos económicos para las campañas de los candidatos a ediles y diputados, para propaganda y para medios de comunicación.

Para fortalecer su presencia, Moreno Peña se hizo rodear de tres de sus allegados, a quienes convirtió de la noche a la mañana en delegados especiales: Sergio Marcelino Bravo Sandoval, Juan José Castro y Javier Michel Díaz. El primero de ellos ya perdió una elección como candidato a presidente municipal de Manzanillo ante Nabor Ochoa López, quien era priista y ante la imposición de Bravo Sandoval se refugió en el PAN y a la postre resultó ganador. Los otros dos personajes estuvieron como operadores políticos para Beatriz Paredes Rangel en el 2012 en las delegaciones de Tlalpan y Tláhuac, consiguiendo una derrota en el proceso electoral para jefe de gobierno del Distrito Federal.

A unos días de que iniciara formalmente el proceso electoral –el 5 de mayo del 2013-, el PRI poblano, junto con el PVEM, comenzaron con tropiezos visibles y sembraron confusión. Determinaron registrar la alianza con el nombre de “Mover a Puebla” para tratar de jalar la imagen del slogan utilizado por el presidente de la República, Enrique Peña Nieto, “Mover a México”, en sus programas sociales. El Partido Acción Nacional inició una controversia jurídica que a la postre ganó y el PRI tuvo que cambiar de nombre por el de “Alianza 5 de Mayo”. Cabe aclarar que esta mala decisión le costó miles de pesos a los candidatos que ya habían mandado a hacer su publicidad con la frase de “Mover a Puebla”.

Las quejas de los militantes por la venta de las candidaturas fueron en aumento, porque las versiones expuestas, de manera subterránea, apuntaban que se vendían entre los 500 mil pesos hasta los 4 millones de pesos, dependiendo del municipio.

Ante este descontrol, se fue abonando al fortalecimiento del principal contendiente: el gobernador Rafael Moreno Valle Rosas, quien logró conjuntar una fuerza letal que se centró en un punto básico: la unión de todos contra el PRI.

El PRI se sumió en un desorden sensible sin aparente liderazgo y oficio político para poder subsanar las heridas que dejaron las imposiciones de candidatos en decenas de municipios.

El argumento del delegado del PRI, Moreno Peña, fue que la base del triunfo iba a radicar en la estructura del partido; sin embargo, esta es caduca y llena de vicios e incluso de simulaciones: desde hace por lo menos 15 años, los priístas se van con quien mejor les pague, jugando un doble papel, y ese, por ejemplo, fue uno de los elementos sustanciales de la pérdida de tres de los cuatro distritos de la capital del estado en las elecciones federales del 2012. Sólo se ganó el sexto, con Enrique Doger Guerrero.

Con gran anticipación, el gobernador Moreno Valle comenzó a dar muestras de que no iba a escatimar absolutamente nada de lo que estuviera en sus manos para sacar avante el proceso de julio.

Por su parte, el PRI y sus dirigentes cometieron el gravísimo error de no haber aprendido nada de la catástrofe electoral que vivió en el 2010, cuando no supo leer adecuadamente las necesidades políticas de los electores potenciales, minimizó el hartazgo ciudadano a su forma de hacer política y cayó en el exceso de confianza que los llevó a la toma de pésimas decisiones, en las cuales el personaje central fue Mario Marín Torres, el mismo que hoy nuevamente irrumpió en la escena y que endosó su desprestigio a los candidatos, especialmente al ex rector de la BUAP y compadre suyo, Enrique Agüera Ibáñez.

Incluso, Pablo Fernández del Campo declaró a los medios: “No puede regresar lo que nunca se fue, Marín es Marín y siempre ha estado vivo”.

Y en el pecado, o la sinceridad, el PRI llevó la penitencia.

***

Mañana, la segunda parte.

gar_pro@hotmail.com

Tony Gali: Transición y Legitimidad

Monday, July 15th, 2013

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El encuentro público de este lunes –el primero tras la jornada electoral del pasado 7 de julio- entre el gobernador Rafael Moreno Valle, el alcalde Eduardo Rivera Pérez y el presidente municipal electo, Tony Gali Fayad, fue más, mucho más que un buen pretexto para la foto durante el banderazo de inicio de las obras de pavimentación con concreto hidráulico en la 11 Norte-Sur.

En realidad se trató del inicio formal de la transición política, una etapa difícil y larga –tan larga como 7 meses- que implicará un doble reto para Gali.

Por un lado, consolidarse ante los ojos de quienes votaron por él –y también de quienes no lo hicieron- como un futuro gobernante capaz de tomar sus propias decisiones en el ámbito de su competencia, pero al mismo tiempo con la suficiente habilidad política para poder aterrizar con el apoyo de Moreno Valle un verdadero proyecto de ciudad para 4 años y 8 meses.

Y por el otro, consolidar su transformación de candidato a presidente electo a edil del municipio más importante del estado, dejando atrás las ocurrencias de la campaña que se fueron dejando por ahí, dispersas, sin demasiada sustancia, obviamente por la necesidad del triunfo.

Ambas acciones deberán ir acompañadas, forzosa y necesariamente, por un proceso de legitimización, tal vez el punto más importante para Tony Gali, quien además no deberá tardar mucho en hacer público con quiénes va a gobernar, y no sólo los perfiles, sino los nombres y los apellidos, además de las reputaciones, los méritos, las experiencias y las capacidades de los elegidos.

Y es que si bien el 44% de la votación es el promedio normal de toda elección intermedia, como la del pasado 7 de julio, y no hay una sola duda sobre la legalidad de cada uno de los votos conseguidos por el ex secretario de Infraestructura, sí hay un saldo pendiente con la ciudadanía, escéptica –hasta donde se alcanza a ver- de la política y los políticos, en materia de credibilidad.

Durante la campaña se dijeron muchas cosas y en la guerra de lodo todos salieron perdiendo, sin diferenciaciones.

De ahí que sea imperioso que Gali empiece a legitimarse en los hechos, desde esta etapa de transición, revirtiendo percepciones negativas que podrían seguir dañando su imagen y mandando señales en el sentido de que, efectivamente, sí sabe cómo hacerlo y de que no dependerá única y exclusivamente de Casa Puebla, pero, claro, sin desvincularse de esta porque, como todo mundo sabe, buena parte del éxito o del fracaso del nuevo gobierno dependerá, y no sólo desde el punto de vista económico, del respaldo de Moreno Valle.

No por nada el propio Eduardo Rivera reconoció este mismo lunes que “nunca antes hubo tanto trabajo conjunto entre un gobernador y un alcalde” y que obras como la que fue iniciada en la 11 Norte-Sur, con una inversión de 170 millones, “sólo se pueden lograr a través de la coordinación con la autoridad estatal”.

Sí. Tras la borrachera por la victoria, por demás merecida –la victoria, no la borrachera-, viene el choque con la realidad:

No es ni será sencillo y en el camino por supuesto surgirán contratiempos y una serie de obstáculos hasta ahora no previstos, sucesos inesperados en la escalera del poder que sólo la inteligencia, el trabajo y la constancia podrán sortear.

Pero Puebla ya no puede esperar.

Y en Gali, en nadie más, estará aprovechar el momento histórico que le toca encabezar o desperdiciarlo perdiendo el tiempo y con este, los consensos sociales que logró reunir a su alrededor y que finalmente lo encaminaron a convertirse en el presidente municipal electo.

Un presidente municipal electo con todo por delante y con todo por hacer a partir de hoy. De hoy que el primer encuentro Moreno Valle-Rivera Pérez-Gali Fayad marca el inicio de la transición, pero también el reto de la legitimización.

gar_pro@hotmail.com