LA JAURÍA AL ACECHO DE LO QUE QUEDA DEL PRI EN PUEBLA

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Es indudable que la realidad política de México cambió a partir del pasado 1 de julio. Vista a los ojos de la historia, la participación ciudadana nos hace pensar en un tipo de revolución social, la cual se presenta, de acuerdo con algunos estudiosos del tema, de manera cíclica. Desde esta perspectiva, ningún partido político puede atribuirse el triunfo absoluto. Tampoco puede haber perdedores para siempre.

Hay un fenómeno de insatisfacción social que canalizó Andrés Manuel López Obrador y quizá él es el único que pude atribuirse la victoria. Los demás triunfos fueron circunstanciales; de hecho, muchos candidatos de MORENA, a estas alturas, aún se preguntan cómo fue que ganaron.

Para ser objetivos, diremos que la estrepitosa derrota del PRI no se fraguó de unos meses a la fecha; todo fue una serie de errores sistemáticos, que fueron minando poco a poco su capacidad como Partido de Estado. Con el candidato y la dirigencia que fuera, la derrota era un hecho inevitable para ser más claros.

La tragedia del PRI se comienza a construir desde su nacimiento. Fue un instrumento valioso y altamente eficiente para dirimir los conflictos a través de las vías institucionales, sin el lastre de un movimiento armado y el temor permanente de la confrontación violenta.

Sin embargo, estas circunstancias fueron sobreexplotadas, de tal manera que el sistema como tal se corrompió de manera inevitable.

Candidatos sin arraigo, políticos corruptos, la llevada y traída la cultura del dedazo, que poco a poco fue reduciendo a sus bases de apoyo, y, finalmente, el golpe mortal, que encumbra a viejos conocidos del régimen priista en lo que hoy se denomina MORENA. MORENA, la izquierda del PRI o la refundación del PRI.

Ahora, ante el actual escenario, francamente la renovación del tricolor se antoja difícil, considerando que en la elección anterior fueron sepultados los pocos liderazgos que aún se disputaban el poder.

Fueron esos liderazgos de papel quienes durante años se dedicaron a lucrar con el partido, a vivir de candidaturas ganadas más por chantaje que por méritos; a ellos hay que atribuirles la derrota.

El PRI ya estaba en agonía y no de apenas. La pésima selección de candidatos, comenzando con Javier López Zavala en 2010, fue lo que detonó la inacabable –e inabarcable- tragedia del PRI. Las demás derrotas –las de Blanca Alcalá en 2016 y Enrique Doger este 2018, pasando por la de Enrique Agüera en 2013- sólo fueron confirmaciones de un PRI en franca decadencia.

Hoy, fieles a su estilo, los priistas de café y pasillo se convierten en expertos en tiempos pasados. Sin embargo, no movieron un solo dedo en la elección pasada, solo posaron para la foto.

La actual dirigencia debe meditar muy seriamente si es posible iniciar un proceso de renovación en el PRI con las mismas personas que lo llevaron a su peor derrota.

El actual dirigente estatal, Javier Casique, sin duda realizó su máximo esfuerzo. Operador nato del dogerismo desde hace años, hoy debe hacer una reflexión y señalar de manera precisa, los errores que llevaron al ex partidazo a este resultado; también señalar a los traidores, que los hubo –y hay- por montones, por más puestas en escena con la CTM de Leobardo Soto.

Casique aceptó el liderazgo de un partido en franca descomposición, con un proceso de selección de candidatos viciado de origen gracias a la pésima conducción de Jorge Estefan Chidiac.

Lo justo es que también sea el responsable de iniciar este proceso de renovación, en el cual por fuerza deben surgir nuevos liderazgos que refuercen la presencia del PRI en el estado.

Una labor de gigantes, sin duda, para lo cual seguramente no hay un priista de viejo cuño que pueda con el paquete.

De este proceso deben emerger nuevos líderes que, como en sus orígenes como Partido Nacional Revolucionario, sientan el deseo ferviente de luchar por la construcción de un país y no sólo de llenarse los bolsillos de dinero mal habido.

De esos, por cierto, hay muchos ejemplos, pero ya será motivo de otra columna.

gar_pro@hotmail.com

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