AMLO Y CÓMO DILAPIDAR LA ÚLTIMA OPORTUNIDAD DE SER EL LÍDER QUE LE URGE A MÉXICO

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El presidente Andrés Manuel López Obrador dilapidó la que tal vez fue su última oportunidad de erigirse como el líder que México requiere, en medio de la crisis por el Coronavirus. En su informe trimestral, sin aplaudidores, su imagen de desolación en el patio central de Palacio Nacional no pudo ser más elocuente. Diminuto tanto en forma como en fondo, el jefe del Estado Mexicano fue incapaz de articular siquiera un borrador o un adelanto del plan económico que prometió. Recetó una larga lista de sus “logros”, de sus recetas de siempre, y se atrincheró en sus desgastadas frases contra los conservadores, la corrupción y el neoliberalismo. Sin empatía, ni siquiera envió un mensaje a los integrantes del Ejército Blanco, quienes dan la batalla en los hospitales. Pareciera que el país ha debido zarpar de urgencia y hacia aguas agitadas, pero el capitán se ha quedado en el puerto, envuelto en sus atavismos y rehén de sus amarras.

“Venceremos al Coronavirus, reactivaremos la economía y México seguirá de pie, mostrando al mundo su gloria y su grandeza”.

La frase devela que López Obrador no entiende la dimensión real de la pandemia.

Que no tiene idea de lo grave que puede ser esta crisis que él llama “transitoria”.

Que podría convertirse en permanente, si no se actúa.

Tanto en la salud, como para los empleos, empresas, el desarrollo….

En el extremo llegó a decir que “la corrupción ha sido la más trágica y funesta de las pestes y calamidades de México”.

No, no entiende que no entiende… nada.

El mensaje careció de cualquier anuncio serio de respaldo a los empresarios.

Para ellos, que generan los empleos.

Fueron 56 minutos vacíos.

Un repaso de su política asistencialista.

Apenas terminó su discurso, el dólar recuperó terreno: 25.31 pesos por cada billete verde.

Fue el primero de muchos saldos negativos de su pésimo mensaje.

La clase empresarial se expresó, en el mejor de los casos, decepcionada.

El futuro se ve más negro y preocupante.

El presidente se refugia en su necedad y se ufana de ella.

Supone que el gasto público, tan limitado y tan cercanamente finito, puede generar empleos.

Que las dádivas, como en los años 60 y 70, pueden sacar a flote al país.

No mencionó siquiera uno de los apoyos que se esperaba que ofrecería a los sectores productivos.

Un plan de cómo sobrevivir a la crisis.

En su soberbia, López Obrador ni siquiera mencionó la solicitud que le han presentado cámaras empresariales de prorrogar el pago de impuestos.

Junto con la estridente pero bien justificada crítica al tabasqueño, sin embargo, vino también una sensación grave.

Un sabor a desazón.

El que acompaña al miedo por el Covid-19.

El de ver al país sin timonel.

Hemos tenido que partir.

Y el capitán se quedó en puerto.

Como dicen por ahí: un presidente pequeño para una enorme crisis.

gar_pro@hotmail.com

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