El “Gran Elector”, como en 1932

Arturo Luna Silva

“Muy respetable y querido jefe:

“Principio por saludar a usted con el profundo respeto que me merece y con el sincero y fraternal cariño que sabe le tengo, deseando que su salud sea completa y que en unión de todos los suyos goce también de completo bienestar.

“En alguna ocasión hice del superior conocimiento de usted que muchas agrupaciones políticas de mi estado se habían fijado en mí y me habían ofrecido sostener mi candidatura para el gobierno de la misma entidad.

“Estas invitaciones han seguido en aumento al grado de que cuando he tenido necesidad de ir a México por algún asunto, han sido verdaderas caravanas de políticos y representantes de las fuerzas vivas de mi estado, insinuándome para que yo acepte mi postulación.

Siempre fiel y obediente, tengo el firme propósito de seguir con toda lealtad los lineamientos que usted nos trace, en nuestra vida oficial y es por esto, por lo que yo no daré un paso en ninguna forma sino es con la autorización previa de usted, y repito dentro de los lineamientos que tenga a bien trazarme.

“Yo he venido recomendando a todas las agrupaciones que me postulan, mucha prudencia en todos sus actos y que no tengan más objeto por el momento que el de organizarse y ensancharse, espero que sea usted quien me ordene lo que debo resolver sobre este asunto (…)

“Espero que usted sabrá dispensarme que lo distraiga de sus atenciones con este asunto, así como la molestia que puedo inferirle con la misma.

“Pendiente siempre de sus gratas y respetables órdenes, anticipo a usted mis agradecimientos muy sinceros por la atención que tenga a bien dar a la presente, y me es altamente honroso hacer a usted presente una vez más el profundo respeto de subordinado, con el cariño sincero que sabe le tiene quien le desea todo bien y una salud completa en unión de todos los suyos” (sic).

La anterior podría ser una carta suscrita sin ningún problema por la mayoría de los aspirantes del PRI a la gubernatura y a la alcaldía de Puebla.

Pero por desgracia no lo es.

Se trata de la misiva de dos cuartillas que el 5 de abril de 1932 -sí: ¡1932!- le envió el general de brigada y por entonces jefe de la zona militar de Aguascalientes, Maximino Ávila Camacho, al jefe máximo y único, el Sr. General de División, don Plutarco Elías Calles, secretario de Guerra y Marina, expresándole así, en esos términos, su intención de convertirse en gobernador del estado de Puebla y sobre todo pidiéndole permiso para moverse.

Han pasado 77 años y tal parece que desde entonces nada, o muy poco, ha cambiado en la política poblana.

“El Gran Elector” sigue gozando de cabal salud.

Y no sólo eso: desempeñando el mismo papel que Plutarco Elías Calles; claro, guardando las proporciones.

Pocos lo advierten pero quizá ése, precisamente, sea uno de los más graves problemas del estado que habitamos: todo el poder todo el tiempo durante seis años en manos de un solo hombre.

Mismo hombre que decide vidas, haciendas, deberes y circunstancias.

Sin equilibrios, sin contrapesos, sin los controles que bien explican los teóricos de la democracia.

Es, dicen, el “sistema”.

Parte de los usos y costumbres.

Un ritual que tiene que ver con el modo en que se transfiere el poder entre los selectos miembros de la nomenklatura y del que todos, tarde que temprano, somos o cómplices o protagonistas.

Sí.

No creo exagerar.

Hoy como ayer.

Ayer como hoy.

En una frase:

“El Gran Elector”, como en 1932.

***

Por cierto: la carta de Maximino Ávila Camacho aparece completa en las páginas 284 y 285 del estupendo, documentadísimo, libro “Vivir de pie. El tiempo de don Maximino”, de Rodrigo Fernández Chedraui, publicado en 2007 por Editorial Las Ánimas.

gar_pro@hotmail.com

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