APUNTES (URGENTES) SOBRE LA TRÁGICA MUERTE DE EL NIÑO DE ORO

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Las imágenes de la última monta de El Niño de Oro, el domingo pasado en Huilotepec, Atlixco, Puebla, son desgarradoras y prueban una gran cantidad de presuntos delitos y violaciones a normas de protección a los menores de edad, pero además pintan la estupidez y salvajismo que todavía ocurren en México, en actos que se escudan en los “usos y costumbres”.

No.

Se equivoca y evade responsabilidad quien así lo ve.

Hay todo un marco jurídico que protege a los menores, independientemente de las circunstancias en torno los jaripeos, que violan una decena de leyes y reglamentos.

La opinión que ofrece y la denuncia que hace el secretario ejecutivo de la Red Latinoamericana y Caribeña por la Defensa de Niñas, Niños y Adolescentes, Juan Martín Pérez García, en las páginas de Crónica Puebla, no es menor:

La muerte del adolescente debe ser investigada como homicidio, no como accidente, porque en las actividades taurinas no deben participar menores de 18 años.

Un video que está en Internet, cuya publicación misma configura muchas faltas, incluso penales, muestra al menor de 15 años rezando, antes de su suerte.

Una imagen dramática a la luz de lo que sucedería minutos después.

El Niño de Oro se encomienda a Dios poco antes de morir.

El toro de 500 kilogramos lleva, con trágica coincidencia, el nombre de Estafa Maestra.

La habilidad del muchacho es evidente.

Pareciera tan fácil lo que hace.

El video muestra también que él es experimentado.

Que no tiene temor.

Y que domina como pocos el oficio de domar a la bestia -porque lo hace desde pequeño-.

A su alrededor, familias enteras son testigos.

Es tan hábil, que quienes deben estar atentos a su seguridad, en caso de un percance, se confían.

No hay vaqueros suficientes a su alrededor.

El Niño de Oro monta con soltura.

Avienta el sombrero, como desplante.

En lo máximo del riesgo, hace la suerte sin asir las manos a las correas.

Levanta los brazos al aire

Exhibe orgullo, valentía, honor…

Y los presentes le aplauden.

El toro actúa con más furia cada vez.

En un súbito jalón del animal, el menor queda colgando.

Una pierna amarrada lo une al toro.

Una de las espuelas se ha atorado en el animal, no se logra zafar… y entonces viene la pesadilla.

Son apenas unos segundos, pero da la apariencia de que los vaqueros que deben intervenir para controlar al astado tardan demasiado.

El niño -más niño que nunca- queda debajo.

El animal a ratos lo pisa.

A ratos lo embiste.

Más y más vaqueros aparecen.

Pero ya es muy tarde.

Logran por fin controlar al animal y lo separan del muchacho.

Está inconsciente.

Ya no despertará.

“Los golpes fueron muchos”, dice un hombre al micrófono, que anuncia su fallecimiento minutos después, en el mismo video.

Un video tan duro, tan fuerte, que sin dudarlo podría dar pie a una película de Arturo Ripstein.

El narrador del lugar habla del “destino” que le toca a cada quien.

De la simpleza de la muerte.

Parecieran los organizadores, el narrador, el público mismo, no dimensionar la tragedia.

Da la apariencia de que se trata de lo más común en el jaripeo, en donde se toma alcohol, en donde hay “corrupción de menores”, en este caso y otros.

En este, en particular, no hubo medidas de prevención.

No hay paramédicos.

Ni ambulancia.

No hay cuidado.

No hubo capacidad de reacción.

No hay permisos de las autoridades.

Se equivoca la presidenta municipal de Atlixco, Ariadna Ayala, al buscar disminuir su responsabilidad en este caso, con el argumento de que estos espectáculos se dan “por usos y costumbres”.

Tampoco puede evadirse al denunciar que los organizadores no tenían permiso del ayuntamiento.

“Debe de haber una articulación muy responsable, entre salvaguardar la integridad de la gente, y el respeto de los usos y costumbres que también es un tema de normativa mundial

“En un ejercicio de ponderación, salvaguardar la vida en este tipo de eventos y las personas que practican este deporte o actividad. Tendrá que ser una responsabilidad compartida, así como incluir los temas ambientalistas, por el respeto animal”, argumentó Ayala.

Por todo esto, el caso es indignante.

Estremecedor.

Un trágico resumen de un México roto.

La triste metáfora de un país, este, donde todo pasa, incluso cuando nada pasa.

El doloroso testimonio -otro más- de la miserable realidad que nos ha tocado vivir como sociedad.

gar_pro@hotmail.com

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