Los últimos días de Marín

Arturo Luna Silva

Nadie le ha dicho que esto ya se acabó.

Que la fiesta terminó.

Que se puede ser dueño del poder pero no, nunca, de ninguna manera, del tiempo.

Porque éste, el tiempo, siempre llega puntual a su cita.

Y es inflexible.

Y no perdona.

Ni da prórrogas.

Sí, nadie le ha dicho (nadie se ha atrevido a decirle) que esto, esto ya se acabó.

Y es que actúa como en cualquier día normal.

Giras por la mañana, con entre cuatro y cinco eventos, principalmente inauguraciones de última hora.

Acuerdos con secretarios por las tardes.

Y audiencias por las noches.

Es el final y él se comporta como si fuese el principio.

Como si no ya hubiese abdicado.

Como si uno que no es él, sino otro, ya gobierna en su lugar y a ojos de todos.

Ya se avista el final del camino, pero se resiste a verlo.

Es la pérdida del poder.

(Naturaleza humana).

El saber que fue todopoderoso, omnipresente, dueño de vidas y haciendas, creador no del cielo ni de la tierra, pero sí de fortunas y miserias, y que eso, todo eso, ya no lo será más.

Nunca más.

El saber que pudo haber trascendido de otra forma, y saber también que, como en aquella famosa película, no se puede pedir al tiempo que vuelva.

Que lo hecho, hecho está.

Que ya ni llorar es bueno.

Y que fueron tantos y tan graves los desaciertos, que los aciertos, que los hubo sin duda, palidecerán cuando a la historia, esa vieja achacosa y recelosa, le dé por emitir su juicio final.

Ya no duerme más en Casa Puebla, la casa del poder, la casa de los gobernadores –los que han sido y los que serán-, pero él mantiene un ritmo intenso, alto, casi febril.

Y es que trabaja como en sus mejores días, los días de esplendor y gloria.

Aquellos días de vinos y rosas.

Días de oropel en que literalmente se sintió “el dueño del mundo” (o como él diría: “Dios en el poder”).

Es normal: le está costando dejar el poder.

Le está doliendo darse cuenta por fin que el poder no dura para siempre.

Que tiene fecha de caducidad.

Que se agota.

Que desgasta y cuando no se sabe manejar, cuando no se trata con cuidado, arrasa, destruye, explota en pedazos.

(“Todo poder excesivo dura poco”, dijo Séneca).

Amargo retrato del poder y de los laberintos de corrupción que lo envuelven, luce sin embargo de buen ánimo.

“De muy buen ánimo”, como dice uno de sus allegados, uno de los cuatro, cinco fieles que lo fueron desde el inicio, que lo siguen siendo en medio de la oscuridad y que lo serán cuando el reloj (“reloj, no marques las horas”) dé la campanada final.

De hecho, en sus ratos libres, en las reuniones íntimas con los amigos, en las sobremesas, en medio del último brindis, la última foto, no para de hacer bromas y contar anécdotas de su tiempo como Gran Tlatoani.

Y es que, pese a todo, no ve nubes negras en su horizonte.

(Por el momento).

Dice estar tranquilo.

Despreocupado.

Amo y señor de su sueño.

Sabedor de que los pactos (pactos de impunidad) se cumplirán.

Que la palabra se honrará.

Y que la transición de terciopelo no terminará en cacería de brujas.

Que con el futuro económico más que garantizado y la cobertura política del PRI nacional (Moreira le ha asegurado que no dejará que cruce solo el desierto), no hay lugar para el miedo.

Sí: son los últimos días de Marín.

El otoño del patriarca.

El corazón de las tinieblas.

El todo modo de Sciascia:

¿Quieres conocer el carácter de un hombre?

Dale poder.

¿Quieres saber de lo que verdaderamente es capaz?

Quítaselo.

(¿En qué momento se empieza a disfrutar esto?).

gar_pro@hotmail.com

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