AMLO, EPN y el “fraude” del 1 de julio

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Para AMLO, o gana o le hicieron fraude. No hay otro camino. No hay otra opción. “Este arroz ya se coció”, dice de plaza en plaza, de pueblo en pueblo, mientras prepara toda una estrategia para documentar un “triunfo” que ninguna encuesta seria, incluyendo la del diario Reforma, anticipa a escasos días del 1 de julio: EPN ha recuperado lo que había perdido en las últimas semanas y ahora ha ampliado su ventaja a 12 puntos. 12 puntos que, si vota el 60% del padrón, representarían 4.8 millones de votos de diferencia, un auténtico alud bajo cualquier escenario.

Pero López Obrador dice que ya triunfó y que es así, o habrá problemas. Graves problemas. Introducir en la agenda nacional anticipadamente la percepción de un fraude, de una “canallada” de las instituciones, es la parte principal de un plan perfectamente diseñado para legitimar el “Robo del Siglo XXI”, como ya lo denominan las huestes pejistas sin antes ir a las urnas. De su lado tiene, claro, la amarga experiencia de 2006, cuando el IFE y Fox hicieron todo lo posible por sembrar toda clase de sospechas antes, durante y después de los comicios que dieron ganador a Felipe Calderón.

Hoy, sin embargo, es diferente y nada en el panorama justifica que grupos de estudiantes, principalmente de la UNAM y del IPN, estén siendo aleccionados para atizar la ira juvenil en la lucha poselectoral que se avecina. Tampoco que ya se estén sembrando –en Puebla, incluso- boletas “clonadas” o “hechizas”, con el fin de fotografiarlas y subirlas organizadamente a las redes sociales para que, multiplicadas por cientos o miles en Twitter o Facebook, confirmen la “historia” que AMLO ya decidió vender al mundo: “Nos robaron”. “Otra vez nos robaron”.

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En el PRI tienen información detallada de los pasos que López Obrador viene dando en ese sentido bajo la guía de sus asesores extranjeros. En el equipo de EPN no se han dormido en sus laureles, pues saben perfectamente del riesgo que implicará ganar en las urnas, pero perder ante el discurso del “fraude”. Por eso, han establecido que legalidad, legitimidad y limpieza son hoy condiciones sine qua non de un amanecer tranquilo en México el 2 de julio y de una alternancia pacífica en el poder.

Pero no sólo eso: también se requiere una victoria indiscutida, casi aplastante, que no deje dudas y que desactive la estrategia del “pataleo”. No con el pobrísimo 0.56% con que Felipe Calderón venció a AMLO hace seis años. Que quien gane, gane con un margen de diferencia tal, que no haya lugar a la movilización ni a la resistencia que ya preparan, pero tampoco al victimismo.

No es casual, entonces, el mensaje insistente de Peña Nieto en los últimos días, pidiendo no aflojar el paso en la recta final de la campaña, ni confiarse en las encuestas, como en la Puebla priísta de 2010, y apoyarlo para obtener un triunfo contundente. “Contundente”, subraya el priísta, consciente de que ésta es, sí, la única forma de evitar el choque de trenes, una colisión nuclear similar a la de 2006. Un encontronazo brutal en el que todos, absolutamente todos, saldrán –saldremos- perdiendo.

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Fraude. La palabra empezó a tener cuerpo en la cabeza de Andrés Manuel a partir de la noche del 2 de julio. Días antes, algunos personajes ligados al panismo ya le habían advertido que el PAN estaba orquestando un fraude para impedirle que llegara a la Presidencia. Pero no le dieron más pistas. Quizá sólo eran trascendidos con fecha de caducidad nada más para congraciarse con el candidato. O quizá tenían razón.

López Obrador, un hombre que se curtió en la política tabasqueña de la conspiración y los rumores –así se ejerce toda la política en Tabasco; Roberto Madrazo lo sabe muy bien-, optó por creer que, en efecto, se armaría todo un entramado para pararlo en seco. De hecho, las propagandas negras panista, empresarial y la de Fox eran pruebas suficientes para suponer que al perredista se le quería aplastar a cualquier costo.

“Por eso, cuando las cuentas no cuadraban aquel 2 de julio, a López Obrador no le fue difícil concluir que realmente lo que estaba ocurriendo era ocasionado por un “fraude cibernético”. Fraude. No había duda. Fraude.

“Si todo nos salió bien, no hay de otra más que un pinche fraude”, decía un Andrés Manuel, aniquilado, a sus colaboradores en la madrugada del 3 de julio.

“Pero no todo había salido bien como lo decía el candidato. Ni en esos momentos perdía su soberbia. Se dice que Andrés Manuel sólo tiene dos palabras que jamás pronuncia juntas: “me equivoqué…”

“El fracaso para reclutar representantes de casilla y para la promoción del voto le había dejado abierta la puerta al panismo para operar sin pudor. Y en la guerra, como en las elecciones y en los deportes, cualquier error le da la voltereta.

“Obviamente, Andrés Manuel no reconoció ese fracaso. O sí, pero lo disfrazó con un fraseo que tiene lógica: “En una democracia no podemos estar cuidando el voto con un fusil, ésa es responsabilidad del IFE y no lo ha hecho.

“Tiene razón López Obrador, el problema es ¿quién le dijo que la democracia llegó a México con Fox? ¿No lo quiso desaforar y enviar a una mazmorra? ¿El IFE es una institución democrática cuando los consejeros llegan por cuotas partidistas?

Democracia: doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el Gobierno. Eso dice el diccionario. Debería leerlo. Fraude. Y no había de otra. Se lo decían el silencio de Ugalde. El extraño conteo del PREP. Los votos perdidos que el PREP había dejado de contar por inconsistencias. Las exit polls que no correspondían con la ventaja de Calderón. El frío festejo de Calderón en la madrugada del 3 de julio. La frustración de los simpatizantes lopezobradoristas. Sus encuestas internas de Covarrubias. Fraude. Sólo que había que probarlo”.

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El anterior es un fragmento de “La victoria que no fue. López Obrador: entre la guerra sucia y la soberbia”, el estupendo libro-reportaje (Grijalbo) de los reporteros Óscar Camacho y Alejandro Almazán que cuenta con precisión la verdadera historia electoral de 2006.

AMLO, hace casi un sexenio, ¿perdió por un fraude o por una cadena imperdonable de errores propios y una impresionante ausencia de autocrítica?, plantean los periodistas de la revista Emeequis.

Pero ¿cuál es la diferencia entre aquel 2006 y 2012?

Que esta vez, ciertamente, López Obrador se ha preparado mejor, aprendió de sus pifias, y no está dispuesto a ser derrotado, bajo ninguna razón ni pretexto.

Para él, “este arroz ya se coció”.

Él ya ganó.

Las encuestas que no lo dan como triunfador no son reales.

La democracia únicamente ocurre cuando él vence en las urnas.

No hay otro camino.

No hay otra opción.

Y o es así, o le hicieron “fraude”.

Un ¨fraude” que, aunque sea inexistente, aunque no ocurra, él va a “probar”.

Ahora sí.

No, claro que no será como en 2006.

El apóstol de la democracia no puede equivocarse por segunda vez.

No.

gar_pro@hotmail.com

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