Mondragón Quintana: más ayuda el que no estorba

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Lo mejor que le puede suceder al PAN en Puebla es la salida de Juan Carlos Mondragón Quintana en noviembre próximo, cuando termina su periodo como dirigente estatal.

Lo dicen ya hasta los propios panistas identificados con la corriente que el joven político de ultraderecha representa.

Y es que sencillamente Mondragón Quintana ha sido incapaz de generar la unidad que demanda el partido para renacer de sus cenizas y volver a ser competitivo.

Sectario, rehén de su ideología, secuestrado por su hígado, durante su gestión no ha dejado de reproducir los mismos absurdos esquemas de los fundamentalistas: todo lo ve negro o blanco, sin matices ni claroscuros intermedios.

En guerra permanente con sus propios molinos de viento, no ha superado el trauma que aqueja a muchos de sus correligionarios:

En 2010, el PAN llegó, sí, por primera vez en su historia a Casa Puebla, pero necesitó de una coalición con la izquierda para lograrlo y peor: no llegó con “un panista de cepa”, como dicen, sino con un ex priísta: Rafael Moreno Valle.

Rencoroso y berrinchudo como niño de kínder, Mondragón Quintana ha dejado de ser un interlocutor confiable: un día acuerda una cosa y al otro la cambia con la mano en la cintura.

En el colmo de colmos, ha llegado a declarar que la coalición electoral que hizo su partido para sacar al PRI del poder “le hizo mucho daño” a su partido.

Un caso para Ripley: seguramente es el único dirigente partidista del mundo que se arrepiente de haber ganado una elección y que reniega del candidato que los llevó al poder.

Gracias a eso, ha quedado confirmado lo que ya se sabía: que en 2010 Moreno Valle ganó a pesar de todo y de todos, pero especialmente del PAN y sus líderes miopes y con síndrome de enanismo.

Culpable –en parte- del tremendo fracaso electoral de 2012, cuando el blanquiazul pasó de primera a tercera fuerza, Mondragón Quintana cree ser dirigente de una iglesia más que de un partido y por eso actúa como monaguillo más que como político profesional.

En público y privado habla de democracia, y en ella se escuda para decir lo que dice y hacer lo que hace, pero en los hechos sólo representa y defiende los intereses de una sociedad secreta de juramentados que actúan a espaldas de la sociedad para luchar “contra las fuerzas de Satanás” e instaurar “el reino de Dios en la tierra”.

Para nadie es un secreto que su carácter –que a su edad no termina por domar- y su cerrada visión del mundo, han contribuido a la profunda, e innegable, división que hoy vive el PAN en Puebla.

Un partido sin identidad, sin rumbo y sin fuerza, que reclama un nuevo perfil: alguien que no piense que llegar a acuerdos pragmáticos de beneficio mutuo, es perder algo parecido a la virginidad; alguien que sea negociador, conciliador y práctico; alguien que entienda que lo más importante para un partido es alcanzar, mantener y extender el poder, no repartir rosarios afuera de los templos; alguien, en fin, que no dé un trato diferente a los panistas de acuerdo con la corriente a la que pertenecen.

“El candidato a la presidencia municipal de Puebla deber ser un panista de cepa, un panista de trayectoria”, dice y repite y repite Mondragón Quintana como una letanía, convencido de que “más vale perder con un candidato de El Yunque que ganar con un morenovallista”.

Hoy por hoy, el PAN no tiene un solo perfil triunfador, ni uno solo capaz de ganar por sí solo la alcaldía de 4 años y 8 meses: ni Ana Teresa Aranda, ni Francisco Fraile, ni Juan Carlos Espina, ni Myriam Arabian, ni Pablo Montiel y menos, mucho menos Mario Riestra Piña.

Todos, para desgracia de Mondragón Quintana, necesitan del PPP: el Primer Panista de Puebla.

Algo tan sencillo -y tan obvio- que hasta lo ve Juan Manuel Oliva, cabeza visible de El Yunque y un tipo avezado.

El mismo que hace esta semana tuvo que venir a Puebla para, entre otras cosas, tratar de abrir los ojos a Mondragón Quintana y decirle que en lugar de lamentos, quejas y berrinches, se dedique a hacer política, política y más política las 24 horas del día.

Lo que incluye tirar las telarañas que le nublan la vista y construir los consensos necesarios con el gobernador Moreno Valle para lograr que el panismo haga del 2013 poblano una historia de éxito, no un nuevo, estrepitoso fracaso.

Sí, lo mejor que le puede suceder al PAN en Puebla es la salida de Juan Carlos Mondragón Quintana, el chico que soñaba con un cerillo y un galón de gasolina y cuyo sueño se hizo realidad.

Y es que hasta sus propios seguidores empiezan a comentarlo: “Más ayuda el que no estorba”.

Y parece que razón no les falta: un gran favor haría al PAN de sus amores y desvelos si Mondragón Quintana aprovecha la coyuntura (el fin de su encargo), para quitarse de en medio y dar paso a personajes menos encriptados como, por ejemplo, el futuro diputado federal Rafael Micalco Méndez, a quien no, no hay que perder de vista en los próximos tres meses.

***

Por cierto: a quien tampoco hay que perder de vista es a Blanca Jiménez Castillo, diputada federal electa que adquirirá un rol muy importante para Puebla desde el Congreso de la Unión.

Cercana al grupo de Rafael Moreno Valle, la panista será factor de decisión en temas que incumben a su partido de cara al 2013.

De hecho, cuentan que en diversas reuniones privadas, ha expresado su apoyo al proyecto político del secretario general de Gobierno, Fernando Manzanilla Prieto, a quien incluso ya le opera entre la militancia panista de la ciudad de Puebla, al igual que Fernando López Rojas –esposo de la también diputada federal electa Marisa Ortiz-, Pedro Plaza y Pedro Gutiérrez.

Blanca Jiménez fue directora del Instituto Poblano de las Mujeres y es esposa del jefe de la Jurisdicción Sanitaria número seis de la Secretaría de Salud, Genaro Ramírez, otro que resultó más morenovallista que Moreno Valle.

gar_pro@hotmail.com

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