Agüera: de la gloria al infierno (¿Por qué?)

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Nunca se desvinculó de la marca PRI ni ciudadanizó su campaña ni la convirtió en un movimiento social más que en un acto de fe.

Nunca se deslindó de Mario Marín, su compadre precioso.

Nunca se colgó de los atributos por él mismo creados desde la BUAP como un rector trabajador, capaz y con visión.

Y todavía peor: nunca se atrevió, por miedo -un miedo absurdo e inexplicable-, a enfocar sus baterías contra Rafael Moreno Valle.

Y terminó perdiendo.

El caso de Enrique Agüera es digno de análisis.

Porque su tránsito del cielo al infierno, en un abrir y cerrar de ojos, es poco más que una tragedia política.

Y es que hoy, tras una campaña azarosa y sin rumbo, no sólo no se convirtió en alcalde de Puebla, el menor de los males.

Lo verdaderamente grave es que su prestigio personal y académico quedó hecho trizas y que de la noche a la mañana fue abandonado hasta por quienes hace unos días le juraban lealtad hasta el fin de los tiempos.

Agüera fue, sí, víctima de traiciones y malas asesorías y engaños de su equipo, pero también de su propia soberbia: ese no querer escuchar, ese insistir en creerse dueño de la verdad absoluta, ese sentirse intocable y todopoderoso, ese alejarse de sus amigos de los medios, ese minimizar la fuerza y sobre todo la capacidad electoral del gobernador y de su grupo.

Ese pensar que todo se compra sólo con dinero y que la BUAP, con todo y que sea el cuarto sector del PRI, basta y sobra para recolectar miles y miles de votos.

Los pleitos con el delegado Fernando Moreno Peña –cuyas palabras resultaron proféticas: “Si sigue así, haciendo lo que se le pega la gana, va a perder”-; la simulación de los “próceres” priístas (Zavala, Doger, Lastiri, Estefan, Alcalá, etcétera) –los menos interesados en su triunfo por las implicaciones con el 2018-, y la cooptación de su estructura universitaria, fueron otros factores que terminaron por hundirlo.

Hoy, tras el rojo amanecer del 7 de julio, algunos de los suyos se consuelan asegurando que no perdió. O sí, pero que perdió porque fue negociado entre Los Pinos y Casa Puebla.

¿Lo fue? Es poco probable. Sucede, más bien, que el contexto nacional nunca lo favoreció y esa, la coyuntura nacional, siempre termina pesando más en una elección intermedia como la de este año, donde no está en juego la Presidencia ni la gubernatura ni el Congreso de la Unión.

Tan estudiado, leído e instruido, pero Agüera nunca entendió la relevancia del Pacto por México y lo prioritario de las reformas estructurales -energética y fiscal principalmente- para Enrique Peña Nieto, quien literalmente sacó las manos de los comicios para no agraviar a los gobernadores del PAN y PRD y contuvo a los del PRI a cambio de seguir manteniendo a panistas y perredistas en la mesa. La mesa donde se define el futuro de la nación, no sólo el de Puebla.

No es que el presidente haya operado en contra, es que no volcó el aparato federal en Puebla y dejó las manos libres a Moreno Valle para operar a sus anchas.

Ni la PGR ni la Fepade ni otros instrumentos de poder federal como las televisoras fueron usados para frenar a un gobernador de las características del poblano, el cual, además, en agosto será presidente de la Conago y, como tal, un interlocutor indispensable para los fines inmediatos que busca Los Pinos.

Muchos hoy todavía se preguntan, incluso en su círculo cercano: ¿por qué? Por qué Agüera aceptó la candidatura del PRI y arriesgó tanto, en una apuesta del todo o nada.

Qué necesidad, pudiendo salir por la puerta grande la BUAP y terminar su gloriosa época de 8 años como rector contando una historia de logros, éxitos y consolidación y tal vez como el mejor de la historia.

Qué necesidad de ir a una contienda como esta, a sabiendas de que no contaría con Peña Nieto ni con ese halo protector –político, financiero y mediático- de que gozan todos los rectores y donde sería sometido –como lo fue- a un bombardeo indiscriminado de señalamientos y acusaciones sobre sus más profundos secretos y debilidades.

Cierto que en la vida hay que correr riesgos, de otra forma no sería vida, o sí: una vida sin sentido, pero en el caso de Agüera poco se entendió la decisión de ponerse a jugar a la ruleta rusa.

¿Ambición? ¿Urgencia para mover su dinero –y qué mejor que en el hoyo negro que es una campaña-? ¿Aburrimiento –ese no tener en que ocupar el tiempo cuando se es millonario y se ha tenido todo y en exceso y ya no se sabe qué hacer con los días, y las tardes, y las noches-?

Antes de convertirse en candidato, Moreno Valle lo invitó a incorporarse a su gabinete. Tal vez como secretario de Desarrollo Rural tendría más oportunidades que ahora de alcanzar boleto para la sucesión del 2018. Tal vez…

¿Su futuro?

Aunque nadie está muerto en política, luce complicado y remite a los peores momentos de los peores perdedores priístas de todos los tiempos.

Por el momento, el sueño de apoderarse del PRI e instaurar un nuevo grupo hegemónico, una nueva clase política, que le hiciera contrapeso al morenovallismo y que se enfilaría a recuperar Casa Puebla, deberá esperar o ser cancelado en definitiva.

Porque ahora, paradójicamente, en lugar de debilitarlo o acotarlo –como se supone era la idea-, Agüera terminó haciendo más fuerte, y más resistente, y más poderoso, y más invencible, al gobernador, que navegará el resto de su sexenio por aguas tranquilas.

Y no todo acaba ahí, pues lo peor está por venir.

Y es que la lucha por desplazar a la corriente agüerista de la BUAP, apenas empieza y será cruenta.

Una lucha en la que el morenovallismo llevará mano y en la que sólo privará una tesis, importante tesis:

“Cuando ya lo tenga en el suelo, aplaste a su enemigo por completo. No lo deje vivir porque podría levantarse y entonces rematarlo a usted”.

Sí: peor, imposible.

gar_pro@hotmail.com

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