BLANCA ALCALÁ Y EL “SÍNDROME AGÜERA”

CABALGATA REVOLUCIONARIA

Todavía no empiezan las campañas y una sensación extraña, aunque lógica, empieza a permear en el búnker del PRI: la candidata a la minigubernatura de Puebla, Blanca Alcalá, ya desconfía y sospecha de todos, y de todas, y lo peor: comienza a culpar a otros, y otras, de errores propios, al tiempo que ya son constantes las quejas en el sentido de que, en los hechos, la están “dejando sola” quienes juraron apoyarla y acompañarla en la “Batalla Blanca”: los Doger, los Lastiri, los Zavala, los Jiménez Merino…. Es el “Síndrome Agüera”.

Ya más de un empresario ha escuchado en corto el rosario de lamentos de la senadora con licencia, la misma que, honestamente, ha sido incapaz de reconocer que solo hay un responsable de la interminable serie de pifias y salidas en falso que caracterizaron la precampaña: ella misma. Ella misma como candidata. Como jefa de campaña. Como estratega. Como arquitecta de su propio destino…

Además del pánico que le tiene al gobernador Rafael Moreno Valle y la absoluta falta de visión para convertirse en la lideresa de los resentidos y marginados del sexenio, la candidata del PRI empieza a padecer algunas de las dolencias que caracterizaron al ex rector de la BUAP e improvisado priísta Enrique Agüera en su fracasada campaña a la presidencia municipal de Puebla, en 2013.

Y, en ese sentido, comienza a desconfiar de los próceres del PRI, pero sobre todo de su lealtad y verdadero compromiso, pues sencillamente no los ve jugándosela con ella, como le prometieron, a grado tal que ya empieza a convencerse de la veracidad de la socorrida teoría de que “todos ganan con su derrota”, pues ciertamente los Doger, los Lastiri, los Zavala, los Jiménez Merino y hasta los Jorge Estefan tendrán una rival interna menos –rival poderosa- en la lucha por la candidatura a la gubernatura –la de seis años- en 2018.

Según cuentan empresarios con acceso a Blanca Alcalá –quien luce aislada del mundo y totalmente inaccesible para el común de los mortales-, quienes le disputaron la candidatura, y ya obtuvieron lo que negociaron, van alejándose cada vez más de la campaña, so pretexto sus “múltiples ocupaciones” e “innumerables compromisos”.

A Lastiri, por ejemplo, la candidata lo ve fingiendo demencia y ya no con el entusiasmo inicial. Antes que a Estefan, a él le propusieron hacerse cargo del PRI estatal, pero se negó, pretextando que no podía renunciar a la Subsecretaría de la SEDATU, generosa fuente de negocios personales, mismos negocios que al parecer el susodicho ha decidido poner por encima de la suerte de la candidata.

A Doger, lo percibe ajeno por completo a los temas de la campaña. Lo peor es que en corto empieza a endosarle las notas críticas que el diario “Cambio” suele publicar sobre el PRI y sobre la candidata, quien quisiera que el ex rector y ex alcalde ejerciera su supuesta influencia con los editores de ese periódico para frenar la andanada. En consecuencia, Alcalá ya desconfía de él y ha dejado correr intencionalmente las versiones que señalan que ya se sentó con alguno de los principales operadores morenovallistas, pero es incapaz de reconocer que Doger quedó totalmente desactivado en lo electoral al ver con buenos ojos que de una vez se le nombrara al frente de la delegación del IMSS, tarea que le ocupa todo su tiempo y toda su atención.

A López Zavala, lo observa en su ya conocido doble juego: por un lado le levanta la mano y la reúne algunos fieles en el interior del estado, y por el otro negocia sus intereses con Casa Puebla. Todo es de dientes para afuera y, fiel a su naturaleza, hasta el bunker priísta ya se escucha cómo afila los cuchillos que usará para concretar la traición el 5 de junio.

A Jiménez Merino, lo mira totalmente enfocado en su delegación, la delegación de la Sagarpa, desde donde ha acatado al pie de la letra la instrucción del ex gobernador Mario Marín: ningún apoyo a la candidata hasta que se cumplan los compromisos (obra pública, contratos en el gobierno federal, etcétera) y le den su lugar a la “Corriente Marinista”; el enojo por haberlo subido y luego bajado groseramente de la campaña, permanece y crece conforme pasan los días.

Como en 2013, Blanca Alcalá empieza a sentir el frío y la indiferencia de sus compañeros de partido, expertos en la simulación y los “brazos caídos” -un deporte, por cierto, en el que la CTM y Antorcha Campesina son los grandes campeones del mundo mundial-.

No es casual que en los últimos días, en plena tormenta, ninguno de ellos salió a defenderla de ninguna forma ni bajo ninguna circunstancia.

No lo harán porque es verdad que se sentirán más cómodos en un escenario de derrota del PRI, que ante una victoria del PRI, y antes que otra cosa están, y estarán, sus intereses.

Como irá la cosa que hace unos días, sabedor de lo que pasa en el ánimo de la candidata, el decepcionante Alejandro Armenta –un sujeto más cerca de la comedia que de la política profesional- propuso precisamente que los Lastiri, los Doger, los Jiménez Merino, etcétera, renunciaran a sus posiciones en el gobierno federal para incorporarse de lleno a la campaña y para demostrar que sí están “con todo” a favor de la causa de Blanca Alcalá.

Está de más decir que la respuesta a tan extravagante sugerencia fue una sonora, y larga –muy larga-, carcajada por parte de los próceres del PRI.

Lo dicho: es el “Síndrome Agüera”.

gar_pro@hotmail.com

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