MELQUIADES MORALES Y LA INSOPORTABLE LEVEDAD DE LA INGRATITUD

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Perverso y mal intencionado, por decir lo menos, resulta el trato que operadores cercanos a Blanca Alcalá le han querido dar a Melquiades Morales, el único ex gobernador del PRI que, con todo y sus defectos y virtudes, hoy pueden presumir los priístas a los poblanos, sobre todo en comparación al impresentable y desprestigiado Mario Marín, a quien la propia candidata a la minigubernatura ha decidido meter al clóset –aunque acuerda con él en privado- por lo dañino que resultaría volverse a sacar una fotografía con él, tal y como lo hizo el día que fue a registrarse ante su partido.

Ha sido en el entorno de la senadora con licencia en donde se le ha querido dar una connotación negativa a las palabras que el dirigente nacional del PRI, Manlio Fabio Beltrones, pronunció el pasado martes al término del acto de presentación de la “Visión de Estado” de la candidata, en el teatro del Complejo Cultural Universitario de la BUAP, donde textualmente dijo que “la unidad del priísmo poblano debe traducirse en una unidad de todo el estado, porque eso –como lo sabe perfectamente bien mi amigo Melquiades Morales cuando gobernó el estado- es lo que necesita Puebla”.

Según la versión que han dejado correr con más hígado que cerebro, Beltrones dijo lo que dijo a manera de un mensaje oculto o de advertencia para “exhibir” a Melquiades Morales y reprocharle que –como se supo hace unos días- tanto su hijo Fernando Morales Martínez como su sobrino Jesús Morales Rodríguez hayan abandonado sus cargos en el gobierno estatal, uno como subsecretario de la SGG y el otro como director de Protección Civil, para sumarse abiertamente no a la campaña de Blanca Alcalá, sino a la del candidato de la alianza “Sigamos Adelante”, Tony Gali Fayad.

El supuesto reclamo es totalmente injusto y mezquino para alguien como Melquiades Morales, y no sólo porque tanto Fernando como Jesús son personas adultas, con vidas propias e intereses particulares, sino también porque, más allá de filias y fobias, el ex gobernador de Puebla ha desempeñado en los últimos tiempos diversas responsabilidades de partido en distintas entidades, como Zacatecas, Durango y Chihuahua, en las que ha demostrado lealtad e institucionalidad y sobre todo ha entregado resultados positivos para el PRI, a diferencia de muchos de los que hoy lo critican con la mano en la cintura, pese a que durante su sexenio les dio trabajo o incluso les abrió la puerta para iniciar sus carreras políticas.

A Melquiades Morales se le reprocha tras bambalinas que hace unas semanas haya acompañado al gobernador Rafael Moreno Valle a una gira de trabajo, y con una asombrosa ligereza se concluye que esa es la prueba irrefutable de su “traición” al PRI.

No se dice, claro, que profesional de la política y respetuoso de sus códigos, Melquiades Morales acudió a dicha gira, pese a sus propios deseos y sus propias intenciones, sólo para agradecer que Moreno Valle haya decidido honrarlo –fue su jefe: lo hizo secretario de Finanzas y Desarrollo Social, y es su amigo- poniendo su nombre al Centro Escolar del municipio de Ajalpan. Se llama gratitud y educación, valores que hoy se han perdido totalmente en una era en la que sólo funciona, y vende, lo vil, lo sucio, lo escandaloso.

Lo cierto es que son los propios priístas quienes, duales y esquizofrénicos, no perdonan a Melquiades Morales que él sí, a diferencia de Mario Marín, pueda caminar con la frente en alto por las calles de Puebla, sin que nadie lo persiga, o lo maldiga, o lo acuse de ratero o pederasta. Si su hijo y su sobrino han decidido quemar sus naves en el PRI y “cambiar de chaqueta”, es problema de ellos, no del ex mandatario, quien no controla ni a sus nietos y que sin duda es uno de los mejores activos que tiene el PRI ante el desprestigio nacional e internacional del “góber precioso” y el paulatino alejamiento –por edad, por ideología o por intereses- de los otros últimos ex gobernadores emanados de las filas del tricolor: Guillermo Jiménez Morales, Mariano Piña Olaya y Manuel Bartlett Díaz.

Pero como en el entorno de Blanca Alcalá insisten en el thriller que pretende etiquetarlo como un traidor –cuando a los verdaderos traidores la candidata los tiene habilitados como operadores electorales de su campaña-, en los próximos días Melquiades Morales organizará un acto de respaldo –casi de desagravio- a la abanderada a Casa Puebla, en el que resucitará a aquel viejo grupo de leales que lo apoyó en aquel ni tan lejano 1998 para llevarlo a la gubernatura, el grupo conocido como “24 de Mayo”.

A ver si con eso los priístas entienden que en una sola familia puede haber diferentes formas de pensar y hasta diferentes intereses en juego. Algo tan normal como la propia diversidad y complejidad del ser humano.

Ahí está el caso del mismísimo diputado federal y dirigente estatal del PRI, Jorge Charbel Estefan Chidiac, quien es concuño del candidato de la alianza “Sigamos Adelante”, Tony Gali Fayad, a quien en esta elección no decidió apoyar a pesar de haber compromisos y acuerdos previos y a cuyos hijos, sin importar el parentesco, ahora ataca en redes sociales y pasquines electrónicos tratando de vincularlos en una increíble –por falsa, burda y peliculesca- “red de corrupción” que, según los troles y bots del tricolor, llega al ¡ámbito internacional!

Más allá de interpretaciones sesgadas y mal intencionadas, la candidata Blanca Alcalá y sus brillantes asesores deberían centrar sus argumentos en propuestas concretas que abonen al desarrollo de Puebla y no a denostar personalidades que, pese a todo, han trascendido por su trabajo y vocación de servicio.

Melquiades Morales no es “don perfecto” y su gobierno no fue precisamente el que haya marcado un antes y un después en Puebla, pero la unidad –o pretendida unidad- en el PRI no se construye así, haciendo eco de quienes, adictos a las componendas gansteriles, viven en el pantano de la política, donde todos, menos ellos, son impostores y fariseos, seres atrapados en las arenas movedizas de la inquina, y de la insoportable levedad de la ingratitud.

gar_pro@hotmail.com

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