2010: ¿cambio o continuismo?

Arturo Luna Silva

Si efectivamente Javier López Zavala será el candidato del PRI a la gubernatura por disposición del “Gran Elector”, entonces sería bueno que los estrategas del tricolor se fuesen planteando desde ahora cómo evaporar de la mente de un electorado desconfiado, y harto, la extendida percepción de continuismo del marinismo, cuyo jefe máximo, Mario Marín Torres, parece precisamente dedicado a consolidar un proyecto transexenal -una especie de “Maximato”, o más correctamente: un “Marínmato”- a través del encumbramiento (y alumbramiento) del secretario de Desarrollo Social, su hijo político.

Se ha dicho hasta el cansancio que de cara al 2010, el principal factor a favor de López Zavala es, a la vez, su más importante dique para llegar a Casa Puebla: su cercanía, extrema, obsesiva de tan repetitiva, con el gobernador poblano, el primero en la historia que, rompiendo reglas escritas y no escritas del sistema político, tratará de poner, o imponer, sucesor.

De ahí que el gran dilema que tendrán que resolver las mentes más lúcidas del priísmo (o del zavalismo, si es que este “ismo” llegase algún día a consolidarse) es cómo diablos explicar y hacer ver al electorado que Zavala no es Marín y que Marín no es Zavala, ni uno copia del otro, ni aquél espejo de éste; vamos, que Marín efectivamente terminará su gobierno ni un minuto antes ni un minuto después de lo que marca su mandato constitucional, y que no buscará prolongar su poder más allá de lo permitido legal y políticamente.

Jugador de grandes ligas, osado si alguno -hasta la médula-, Carlos Salinas en su momento lo intentó a través de Luis Donaldo Colosio, el único que le garantizaba fungir como una especie de “poder tras el trono”. Y así les fue, a Salinas y a Colosio, que ya no vivió para contarlo. ¿Será que una vez en el poder, Zavala permitirá que se diga que “el que manda, vive enfrente”?

De ser cierto lo que desde hace varios meses la “cargada” difunde con devoción y emoción -que “no hay que otro que Zavala para gobernador”-, el sistema priísta podría colapsarse en tanto no logre disolver la percepción de continuismo del marinismo. ¿Qué pasó cuando el bartlismo o el melquiadismo pretendieron, cada quien en su momento, cada uno en su circunstancia, extender las horas de su reloj de poder mediante la privadísima pero apasionada elección de sus respectivos favoritos? De inicio, ninguno de sus “delfínes” llegó al poder, fracasaron y sus “ismos” fueron disolviéndose paulatinamente hasta diluirse por completo o incorporarse al “ismo” del momento; esto es, el marinismo.

Por eso: cambio o continuismo, tal será seguramente el dilema del PRI para el 2010. Menuda tarea, sobre todo si algunas encuestas serias indican que la mayoría de los poblanos preferiría que el próximo gobernador no se parezca a Mario Marín. Y no porque éste sea un paradigma de maldad o ineficacia, sino porque sencillamente a la gente, en general, no le gusta que le den dos veces la misma medicina, como tampoco acepta tan fácil la transmisión del poder por la vía de la herencia “sanguínea” (y ya se vio cómo le fue a Marta Sahagún -y sus orgasmos presidenciales-).

Para el PAN, la principal oposición en el estado, será muy fácil presentar una estrategia donde asegure con pruebas a la vista que Zavala no es sólo la repetición, sino la continuación, sólo que por interpósita persona, de la misma película, con idéntico guión, dirección, montaje y efectos especiales. Si el patético Fox, en 2000, logró sacar al PRI de Los Pinos a patadas, vendiendo una gran idea de cambio, y haciendo de la constitucional un auténtico plebiscito sobre la permanencia o no del priísmo en el poder tras más de 70 años en el mismo, ¿quién dice que no pudiese ocurrir lo mismo en Puebla? Y más cuando el candidato del PRI estará hecho, se supone, a obra y semejanza del gobernador saliente.

De ahí que, reitero, el gran factor a favor de Zavala sigue siendo el más importante dique en sus aspiraciones, legítimas más allá del discurso maniqueo de la falsa o real poblanidad.

Y este problema estructural que sin duda marcará la sucesión en 2010 no es que no se vea en la cúpula. De que se ve, se ve, porque hay inteligencia. Ocurre, sencillamente, que no les importa. Porque Marín es un animal político acostumbrado a las apuestas de altísimo riesgo. Y otra vez, como tantas veces en su vida pública, hoy parece estar dispuesto a aventurarse hasta el máximo. A estirar la liga procurando que ésta no se rompa. A caminar al límite. En otras palabras: a salirse con la suya, al costo que sea, caiga quien caiga, le pese a quien le pese. Es Marín. Es su naturaleza.

gar_pro@hotmail.com

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