Tras ser inhabilitado por el Congreso del estado del ejercicio público por 12 años, por no haber logrado comprobar el uso que dio a 300 millones de pesos de su cuenta 2013, muchos se han preguntado si el ex alcalde de Puebla, Eduardo Rivera Pérez, es realmente el jefe local de El Yunque.
Es decir, quién es y qué representa para “La Organización” que, desde la clandestinidad, ha conspirado contra el Estado mexicano infiltrando a partidos, a los tres órdenes de gobierno, a organizaciones políticas de todo tipo, a medios de comunicación y hasta a las fuerzas armadas, con el fin de ejercer el poder y beneficiarse personal y familiarmente de él.
Quienes conocen las entrañas de la ultraderecha aseguran que no lo es, ni mucho menos forma parte de las denominadas familias custodias.
En términos prácticos, Eduardo (“Lalo”) Rivera es un advenedizo que se prestó a operar todas las marranadas que en su momento fueron necesarias para mantener el control del PAN en Puebla y así repartir candidaturas y puestos públicos entre los suyos.
Los campeones de la moral presentan escrúpulos para realizar ciertos actos necesarios para transitar en un sistema político al que siempre consideraron malvado e incluso diabólico; de manera que para no ensuciarse las manos han requerido de operadores que hagan el trabajo sucio.
“Lalo” Rivera es un ejemplo prototípico de ello, ya que suma a la proclividad a la tranza, su apariencia de “bueno” y su conocida capacidad para “engañar bobos”, entre ellos no pocos periodistas que, más por intereses que por ideología, defienden a capa y espada una “honestidad” que las pruebas, las evidencias y los expedientes desmienten.
En el país de los ciegos, el tuerto es rey, y ante la anemia de liderazgos entre las familias custodias, Rivera Pérez ha llenado el hueco.
Pero sus limitaciones y cobardía se han mostrado en hechos muy concretos como su incapacidad de exigir el lugar del alcalde de Puebla durante las ceremonias del Grito de Independencia, donde fue ninguneado y marginado por el entonces gobernador, y peor aún, fue él quien entregó el partido a Rafael Moreno Valle a cambio de nada.
A la luz de los últimos acontecimientos, este descomunal error es hoy la causa de sus males, pues no supo cuidar de la más valiosa posesión de “La Organización”, el partido del que por décadas los yunques vivieron y se enriquecieron repartiéndose entre unas cuantas familias regidurías, diputaciones y senadurías plurinominales, además de jugosos –e inconfesables- negocios con los gobiernos de los dos panistas que a la fecha han logrado ser presidentes de México: Vicente Fox y Felipe Calderón.
Pero a pesar de haber perdido el PAN de la forma más infantil y absurda, a cambio –repito- de absolutamente nada, y ya luego de haberlo encumbrado, El Yunque le defiende en tanto obediente abanderado y súbdito que ha sido del grupo.
Y es que al verle derribado, caerá la moral de la tropa; de ahí los desesperados esfuerzos por salvar más a su imagen que a su persona, lo cual implica que ante la previsible derrota jurídica, la salida para los jefes de “La Organización” es exhibirle como mártir y sofocar con ello el potencial y verdadero escándalo: el escándalo por las (aquí documentadas) trapacerías del junior Ocejo, Iñigo Ocejo, secretario de Administración del ayuntamiento encabezado por “Lalo” Rivera e hijo de uno –él sí- de los jerarcas: Jorge Ocejo Moreno.
No, Rivera Pérez no es el jefe de El Yunque en Puebla; sólo es un prosélito que, a la sombra de sus amos, hoy está pagando las consecuencias de su soberbia, su ceguera y su irresponsabilidad, incapaz de entender el juego de la política y las variables del poder.
¿Voy bien o me regreso?