EL HISTÓRICO FRACASO DE LA CRUZADA CONTRA EL HAMBRE (LA PANTOMIMA QUE DEVORÓ LAS ESPERANZAS DE LOS MÁS POBRES)

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La gente se alegraba cuando llegaban los camiones con comida, cargados con pequeñas especies como gallinas y conejos, semillas y suministros para instalar corrales de traspatio, huertos familiares y estufas ecológicas ahorradoras de leña. En los pueblos ancestralmente abandonados, eternamente sumidos en la más dramática pobreza, en donde el hambre es la que despierta al alba a los jornaleros que no tienen casi nada que cosechar en sus tierras de autoconsumo; en donde a los niños se les da pulque para que la anemia no los mate, había algarabía. La Cruzada Nacional contra el Hambre les traía una esperanza, pero terminó convertida en un espejismo, en el más rotundo fracaso de la administración de Enrique Peña Nieto, a pesar de que fue su “estrategia estrella”. Uno histórico. El hambre no solamente no se extinguió, ni siquiera disminuyó. Sigue devorándoles la vida a millones de mexicanos.

Esta aseveración no es una visión subjetiva.

No.

Desde el propio órgano de medición de la pobreza del gobierno federal, las cifras duras son incontrovertibles.

El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) lo ha advertido desde su análisis de finales de 2016.

La Cruzada “incumplió con el propósito central de empoderar a los beneficiarios”.

Encima, la falta de coordinación y seguimientos institucionales fue el punto más cojo.

Faltó trabajo diario de seguimiento, tras el rimbombante anuncio y las fotos.

Los gobiernos locales –apunta el Coneval– “compiten con la Cruzada y crea estructuras paralelas, programas similares y compiten por los beneficiarios”.

Vaya chasco para la gente que se integró en comités, lo mismo en las zonas pauperizadas de Puebla que en resto del país, y que luego se vieron abandonadas.

Ya no estaban los funcionarios como Rosario Robles, ex titular de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol), para besar niños y abrazar a mujeres indígenas.

Ya no apareció nunca más, por ejemplo, en la colonia La Lobera del municipio de San Antonio Cañada, Puebla, el ex subsecretario Juan Carlos Lastiri –hoy en Sedatu como Robles– para la foto y esa sonrisa suya que asusta a los niños.

A él, por cierto, se le atribuye la idea de esta pantomima.

De ahí su ascenso hasta el gabinete peñista como subsecretario.

Vendió un fracaso anunciado y se encumbró.

La Cruzada fue altamente pretenciosa en su origen.

Se prometió quitarle el suplicio de vivir sin los alimentos mínimos necesarios a 7.4 millones de mexicanos de 400 municipios.

Acabar con la desnutrición infantil, incrementar producción de alimentos y generar ingresos a las familias.

Para acabar pronto: componía el mundo, reparaba todos los rezagos alimentarios del país.

Absurdo.

Inalcanzable.

Una puesta en escena, sin bases reales para el éxito.

Sus fallidos resultados dejan una decepción estruendosa.

Histórica.

Se creó, ni más ni menos, por decreto presidencial el 22 de enero de 2013.

Primer error: el hambre se ataca con alimentos, no con decretos.

Se dijo que para la estrategia habría la concurrencia de recursos y acciones de 90 programas federales, de 19 dependencias y de gobiernos estatales y municipales.

Pero todo lo concentró la Sedesol y dio pequeña participación, casi como dependencia subordinada, a la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural Pesca y Alimentación (Sagarpa).

Por ahí algo más operaba la Sedatu y las demás secretarías apenas hacían bulto en los actos protocolarios.

En Puebla, la delegación de la Sedesol era mandamás y administradora de recursos; Sagarpa, mero comparsa.

Por incongruente, e inalcanzable, en sus metas; falta de coordinación institucional, desidia, omisión, corrupción y una larga lista de males, la Cruzada es ya estrategia muerta y decreto vacío.

Lo que más duele es que les fallaron a los niños.

A quienes el hambre les quita los sueños, las sonrisas y los deseos de estudiar y superarse.

Esos que los políticos llaman “el futuro de México”.

Mientras tanto, Luis Miranda Saldaña, hijo del actual titular de Sedesol, Luis Enrique Miranda Nava, viaja por el mundo y luce en sus redes relojes Audemars Piguet o Royal Oak OffShore Diver.

Los más caros del mundo.

Alcanzan precios de casi medio millón de pesos.

Él es uno de los mejores amigos de Alejandro Peña Pretelini.

Sí, acertó: el hijo de Enrique Peña Nieto.

De acuerdo con el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), en el país había, hasta 2016, 40 millones de niños, de ellos 54 por ciento —21 millones— vive en pobreza y 1.5 millones sufren desnutrición crónica.

El hambre les corta las alas y les opaca el brillo de sus ojos.

Les engulle el entusiasmo y las ganas de vivir.

Así como la dichosa Cruzada defraudó a 8 millones de mexicanos, quienes creyeron que con Peña había llegado la salvación.

El absurdo lema SIN HAMBRE se atragantó las esperanzas de los pobres.

Los mismos que lo cobrarán en las urnas en 2018 volcando todo su coraje, y toda su decepción, pero también toda su hambre, hacia MORENA.

gar_pro@hotmail.com

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