Arturo Luna Silva
La tarde del pasado miércoles, Blanca Alcalá Ruiz se encontró nuevamente con Eduardo Rivera Pérez.
Fue cara a cara y sin testigos, en un sitio discreto.
No se veían desde los días felices –que vaya sí lo fueron- de la transición de terciopelo en el ayuntamiento capitalino.
Esta vez la reunión no fue tan tersa ni tan amable como entonces.
La cordialidad quedó atrás.
Y es que el contexto ya es otro.
Un contexto marcado forzosamente por las recientes –e imprudentes- acusaciones lanzadas por algunos singulares personajes del nuevo gobierno.
Acusaciones que no sólo no se sostienen: ofenden.
De hecho, según cuentan los enterados, hubo reclamos y varias, varias precisiones.
Claro, de la ex alcaldesa al presidente municipal.
No lanzar dados envenados sin fundamento, no hacer show con los típicos fuegos de artificio de la política y preguntar antes de salir a condenar ante los medios.
Tales fueron, básicamente, las amables y muy atentas peticiones.
Si hay dudas sobre cómo, por ejemplo, acceder a los padrones del predial (el “gran reclamo” del señor tesorero), basta con marcar y preguntar.
Hay toda la disponibilidad de aclarar y todo un equipo dispuesto a responder todas las interrogantes.
Como también la oferta de que no habrá oídos sordos ni protección en caso de que, al término de los trabajos de la comisión de entrega-recepción, se descubra que algún colaborador abusó de su cargo.
Tras un breve momento álgido, el cónclave terminó en buenos términos.
Y es que al buen entendedor, pocas palabras.
Por cierto: fue ella, Blanca Alcalá, la que buscó el encuentro.
Y lo hizo de forma directa.
Sin intermediarios.
Porque la ex alcaldesa, que tiene la conciencia tranquila y duerme en paz, no está dispuesta, bajo ninguna circunstancia ni motivo, a que su imagen sea enlodada.
Ni mucho menos a ser la nueva protagonista de la eterna historia de revanchas y ajustes de cuentas entre los que han pasado por Palacio Municipal, sean del PRI o del PAN.
Y más: no está manca, con parálisis, ni ciega.