¿Y Marín, cuándo?

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Uno de los grandes temas ausentes durante el segundo informe de Rafael Moreno Valle fue el de la lucha anticorrupción.

Ni una sola mención –ni siquiera de pasada- le mereció en su discurso.

Durante su campaña, el hoy gobernador hizo del asunto bandera y causa, recogiendo y capitalizando electoralmente un clamor social generalizado ante los evidentes abusos y latrocinios de una clase política corrompida y corruptora desde sus entrañas.

Análisis, estudios e incluso encuestas han demostrado, con el paso del tiempo, que uno de los factores más importantes para el triunfo de Moreno Valle fue precisamente haberse lanzado con todo contra el jefe del clan, el ex gobernador Mario Marín, y prometido que castigaría a cualquier funcionario marinista que hubiera cometido alguna irregularidad durante la administración del priísta.

A dos años de distancia, lo cierto es que el tema ha pasado no a segundo ni a tercer plano, sino que sencillamente ha sido olvidado por completo.

A la fecha solo está en la cárcel el ex secretario de Salud, Alfredo Arango García, y se desconocen los avances, si es que hay, de las investigaciones supuestamente abiertas por la Contraloría contra colaboradores del góber precioso.

Marín goza de impunidad absoluta, tanta que no ha dudado en reactivar su activismo político sin ser molestado. En Puebla se persigue a los enemigos o a quienes piensan diferente del grupo en el poder, no –nunca- al ex gobernador que se enriqueció cínica y abiertamente desde Casa Puebla.

Fue durante la larga, inédita transición entre el marinismo y el morenovallismo que se habló insistentemente de la existencia de un pacto político secreto, al cual no fue ajena la profesora Elba Esther Gordillo, para blindar a Marín y colgarle la etiqueta de “intocable”.

A cambio, el propio Marín tendría que señalar a dos de los suyos para llevarlos a la piedra de los sacrificios y para cumplir con el electorado aquel que se creyó la promesa de que los peces, por más gordos que fueran, pagarían por sus delitos.

Los elegidos fueron, como se sabe con precisión en informados círculos de poder, el citado Alfredo Arango y el empresario Ricardo Henaine, los únicos cercanos a Marín que han conocido el infierno en forma o de encierro o de exilio.

Durante su toma de posesión, Moreno Valle dijo: “Como parte del proceso de entrega-recepción, no tendremos más consigna que la aplicación de la ley. Haremos una revisión puntual sobre el ejercicio de los recursos de la pasada administración. No habrá persecución, pero tampoco encubrimiento”.

El saldo, hoy, es deficitario: no sólo no hubo, ciertamente, persecución; la realidad refleja que más bien hubo –y hay- algo muy parecido al encubrimiento dado que Marín no ha sido tocado ni con el pétalo de una averiguación previa.

En noviembre de 2010, en plena borrachera del triunfo en las urnas, había tal expectativa porque Moreno Valle metería a la cárcel a Marín una vez que este dejara el poder, que la simple idea despertó el entusiasmo de no pocos medios nacionales. Eso y lo que pasaría con otro de los impresentables del PRI, el oaxaqueño Ulises Ruiz.

“Un buen amigo que suele manejar información de primera, me dijo a propósito de La historia en breve del lunes que pactos que involucran a Elba Esther Gordillo, Manlio Fabio Beltrones y Manuel Camacho impedirán que Rafael Moreno Valle y Gabino Cué cumplan sus promesas de campaña y persigan, incluso con cárcel, la presunta corrupción y los abusos de Mario Marín y Ulises Ruiz”, escribió, por ejemplo, Ciro Gómez Leyva, en Milenio.

Agregó:

“Según esto, los poderosos acordaron que, a lo más, habrá cárcel para uno que otro pez chico. Como había escuchado esa versión antes y no la creo, o no la quiero creer, le respondí con el dicho argentino (perdón por la incorrección política, pero ilustra muy bien) de que se conoce al cojo al verlo caminar.

“Ya los veremos, no falta mucho. Mientras tanto, sigo pensando que Gabino y Rafael no tienen gran margen para taparse los ojos. Sus gobiernos serán muy observados y, como se apuntó aquí el lunes, la expectativa es alta. Por más cabrón que parezca, no les queda más que buscar, descubrir y perseguir el abuso y la corrupción. A eso se comprometieron. Con esa promesa ganaron. Con holgura, por cierto.

El incentivo para no “pactar” la impunidad es también alto. Desde Puebla y Oaxaca se mandaría la señal de que, por fin, ha llegado al poder la generación que no negociará el deterioro de las instituciones a cambio de un espejismo de gobernabilidad. Y eso puede ser tremendamente rentable para los dos. Pienso en 2015, en 2018.

“El amigo insiste en que el pacto está hecho, que se hizo incluso antes de las elecciones. No lo creo ni lo quiero creer. Pero, en fin, los conoceremos al verlos caminar” (sic).

Hasta ahí la cita.

Desde entonces, muchos, muchos meses han pasado.

Y no, no sólo no se ha visto la señal de que, por fin, llegó al poder en Puebla la generación que no negociará el deterioro de las instituciones a cambio de un espejismo de gobernabilidad, sino que la gente, la gente que votó, la gente que sacó al PRI a patadas de Casa Puebla, la que gente que le apostó al cambio, se sigue preguntando:

¿Y Marín, cuándo?

gar_pro@hotmail.com

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