POR ESTO GANÓ TONY GALI LA GUBERNATURA DE PUEBLA

ELECCIONES . ANTONIO GALI . FESTEJO

Porque Tony Gali fue un estupendo candidato –el mejor posible- y porque a diferencia de los priístas que rodearon a Blanca Alcalá, todos los morenovallistas y todos los galicistas, sin excepción, dejaron de lado sus diferencias y sus ambiciones personales, y se enfocaron en un solo y único objetivo: mantener Casa Puebla en su poder. Y es que la derrota hubiese sido catastrófica e implicado, sin exagerar, la muerte política del grupo y la extinción de quienes aspiran a ocupar posiciones de poder en 2018, el año en que estará en juego prácticamente todo.

Porque Blanca Alcalá y sus principales enterradores (Jorge Estefan Chidiac, Alejandro Armenta Mier y el yerno Édgar Chumacero) nunca entendieron que fomentar e incluso financiar las candidaturas de otras dos mujeres (la “independiente” Ana Teresa Aranda y la perredista Roxana Luna), iba en contra no del proyecto de Tony Gali, sino en contra de las aspiraciones de la propia priísta, pues entre las tres, Blanca, Ana Teresa y Roxana, más la parte que le tocó al candidato de Morena, terminaron por pulverizar el voto antimorenovallista. Ni juntas ni por separado lograron superar nunca el voto de la continuidad (o del continuismo) representado por Tony Gali.

Porque Tony Gali supo aglutinar positivamente los intereses de los operadores del gobernador Rafael Moreno Valle con los intereses de su grupo compacto, sin que se registraran los encontronazos de 2015, cuando se dividieron, se arrebataron estructuras, se atomizaron y hasta se acusaron de traición y deslealtades. Esta vez, Martha Erika Alonso de Moreno Valle, Eukid Castañón Herrera, Roberto Moya Clemente, Juan Pablo Piña Kurczyn, Jorge Aguilar Chedraui, Marcelo García Almaguer, Mario Riestra Piña, Gerardo Islas, Max Cortázar, Jesús Zaldívar, Javier Lozano Alarcón, Susana Riestra, Mario Rincón, Fernando Morales Martínez y un largo etcétera, jalaron hacia el mismo lado, y el resultado está a la vista, con la lección bien aprendida para el 2018: juntos lucen como invencibles; divididos y enfrentados son muy vulnerables.

Porque la campaña (y la precampaña) de Blanca Alcalá fue literalmente desastrosa, la peor del PRI que se recuerde en muchos años; más caótica incluso que la de Javier López Zavala en 2010 y la de Enrique Agüera en 2013. La campaña de la senadora con licencia nunca le dio imagen positiva y, en los hechos, no tuvo un efecto real en su intención de voto. Llegó como la priísta “más competitiva”, pero eso nunca pudo demostrarlo en el día a día. No hubo una sola encuesta seria que la diera como ganadora o al menos en empate técnico. Y es que el reto le quedó grande, muy grande.

Porque, en contraste, la campaña de Tony Gali siempre tuvo orden, congruencia, reflejos, imaginación, resolución y un ritmo ascendente. No fue perfecta, pero poco, o nada, se notaron los errores, que sin duda los hubo. Lo mejor es que pronto ubicó muy bien a su electorado potencial y se comunicó más y mejor con él.

Porque Blanca Alcalá tuvo miedo, pánico de llamar desde el principio de la campaña por su nombre al gobernador Rafael Moreno Valle. Por si fuera poco, nunca tuvo la inteligencia ni el arrojo de ponerse a la cabeza del grupo opositor al morenovallismo. Siempre lució más tibia, y por tanto más débil, que Ana Teresa Aranda y que Roxana Luna. El debate fue la mejor muestra de ello.

Porque Blanca Alcalá nunca estableció un modelo de comunicación eficaz para hacer una verdadera campaña de contraste. Siempre improvisó, siempre vino de atrás. Se alejó (o la alejaron) de los medios de comunicación, a quienes terminó odiando, víctima de la soberbia y la ceguera.

Porque al inicio de la campaña, ahí por el 2-3 de abril, la calificación aprobatoria de Rafael Moreno Valle llegó al 54%, tras haber sufrido una drástica caída. Hábilmente, el gobernador diseñó y ejecutó una estrategia para quitar a Tony Gali el máximo posible de negativos a fin de blindar su campaña de sus propios negativos. Las medidas en torno a la foto multa, agua potable, RUTA, presos políticos, Chalchihuapan, etcétera, fueron muy criticadas y tachadas de populistas por los odiadores profesionales pero demostraron su eficacia, pues ayudaron a disminuir –que no eliminar del todo- el voto antimorenovallista; es decir, el voto de castigo a la administración estatal, que sí se hizo presente pero no de forma suficiente como para derrotar a Gali.

Porque, por increíble que parezca, fue más eficaz, y más demoledora, la campaña de contraste de Tony Gali que la de Blanca Alcalá. El spot “Blanca se fue en blanco” resultó la mejor pieza de propaganda de la campaña. Y es que comparar los resultados de Gali con los “resultados” de Alcalá en tanto ex alcaldes de Puebla, resultó terrible para la priísta, de cuya labor al frente del ayuntamiento capitalino pocos lograron recordar algo positivo. Lo peor fue que Alcalá nunca pudo salir al paso de esa percepción negativa. Se enredó en sus explicaciones y justificaciones, y tuvo que arrastrar esa pesada loza sobre su espalda durante toda la campaña. Tampoco fue capaz de responder contundentemente a las documentadas acusaciones de corrupción que se le endosaron. Las minimizó. Decidió ignorarlas. Como si no existieran. Como si no le hicieran daño. Como si no tuvieran efecto en un electorado harto de la corrupción de los políticos, pero más de su hipocresía a la hora de dizque “rendir cuentas”. En dos meses, la “impoluta” Blanca Alcalá perdió lo que había ganado en muchos años, y ese es quizá el peor castigo para la candidata del PRI.

Porque Blanca Alcalá nunca logró reponerse del grave error inicial de hacerse acompañar del priísta más impresentable del país, el ex gobernador Mario Marín, con quien incluso llegó al extremo de sacarse la foto para presumirlo como un “activo” del tricolor, de su campaña en lo general y de su candidatura en lo particular. No sólo no se deslindó fehacientemente del “góber precioso”, sino que al poco tiempo apareció en un extraño y desafortunado spot en el que afirmaba que ella no es “preciosa”, una etiqueta que nadie le había colgado con esa rotundidad. Así, hizo propios los negativos de un Marín todavía de muy malos recuerdos para la mayoría de los poblanos.

Porque Blanca Alcalá le apostó solo al voto duro del PRI, sin considerar además que el PRI sigue siendo el partido más repudiado por la población en general. De principio a fin, la candidata menospreció el voto ciudadano, el voto switcher, el voto indeciso, al que nada, absolutamente nada le dijo.

Porque los priístas simularon y, en muchos casos, traicionaron abiertamente, como Javier López Zavala, quien, en la lógica del “ladrón que roba a ladrón tiene 100 años de perdón”, en realidad nadie podrá culparlo de cobrarse la traición de Blanca Alcalá en 2010. Al menos tres más (Jorge Estefan Chidiac, Alejandro Armenta y Alberto Jiménez) hicieron lo que se conoció como “la campaña dentro de la campaña”, pues en los hechos se enfocaron más en sus aspiraciones y ambiciones personales rumbo al 2018, que en ayudar verdaderamente a ganar a Blanca Alcalá. Otros priístas como Juan Carlos Lastiri y Enrique Doger sólo se sentaron a la puerta de sus casas para ver pasar el “cadáver” de la candidata, con el 2018 en la mente y la certeza de haber “matado” tres pájaros de un solo tiro: Alcalá, Estefan y Armenta, cartas quemadas para cualquier otra aspiración. ¿O a poco Blanca va a querer repetir en el 2018?

Porque, a diferencia de Blanca Alcalá, Tony Gali encaró esta elección, la más difícil de su vida, con base en un frente familiar sólido y unido: su esposa, Dinorah López de Gali, y sus hijos Tony Jr. y Edy Gali, fueron importantísimos para reforzar su mensaje en círculos ajenos al gobierno estatal o municipal, y sumarle votos que el ex alcalde de Puebla no hubiese conseguido por sí mismo ni bajo otras circunstancias.

Porque la absurda y patética campaña negra del PRI (Hugo Scherer habemus) fue en realidad la campaña del refrito. Revivir viejas y desgastadas acusaciones (la casa de Tony, los antros de sus hijos, etcétera) fue poco eficaz. No tuvieron impacto y gozaron de escasa credibilidad. Despojada históricamente de cualquier perfil guerrero, Blanca Alcalá fue lanzada a batirse con los leones, en un terreno poco conocido para ella, y usada de forma burda por los mercenarios de la guerra sucia, que cobraron sus 10 millones de pesos y se fueron de Puebla sin importarles lo que pasara con la candidata, abandonada, además, por su padrino de “oro”, el inefable Emilio Gamboa Patrón, todo un perdedor.

Porque Blanca Alcalá actuó como si fuera la candidata del partido en el poder: nunca supo ser una candidata de oposición y nunca se preparó para una elección de estas características. Desde por lo menos noviembre de 2015 supo que ella sería la candidata. En lugar de quedarse a poner sus cuentas en orden y a iniciar el diseño estratégico de su campaña, decidió irse de vacaciones. Cuando regresó, la poderosa maquinaria morenovallista-galicista ya llevaba kilómetros recorridos…

Porque nunca se supo de qué trató la campaña de Blanca Alcalá. Nunca fue capaz de decirle a los poblanos por qué era una buena idea sacar al PAN de Casa Puebla y el regreso del PRI. A diferencia de Tony Gali, quien definió bien y rápido el tono y el discurso central –el espíritu- de su campaña (seguir avanzando, no regresar al pasado), la priísta no supo ni quiso ofrecer razones de voto. En el pecado llevó la penitencia.

Porque Tony Gali se vendió a los ojos del electorado como artífice de la continuidad, que no es lo mismo que el continuismo; en contraste, Blanca Alcalá no emocionó ni a los priístas. Como diría el clásico: “Y se murió de nada”.

Porque sí había un ánimo social de cambio –que sin embargo nunca leyeron bien Blanca Alcalá y sus “brillantes” asesores-. A mitad de la campaña, siete de cada 10 poblanos decía no estar tan satisfechos con el gobierno del PAN, pero los poblanos no quieren que ese cambio lo encabece el PRI, sino una fuerza, un movimiento distinto al Revolucionario Institucional. El 5 de junio lo ha dejado en claro. Alcalá nunca se enteró.

Porque, víctimas de sus rencores y obsesiones, el equipo compacto de Blanca Alcalá se la pasó más en ruedas de prensa haciendo señalamientos y acusaciones sin sentido, y discutiendo banalidades en redes sociales, que operando y armando estructuras. En lugar de enfocarse en generar los votos suficientes para vencer al morenovallismo, se dedicaron a descubrir la mejor forma de judicializar una elección que ya sabían perdida. La “resistencia civil” que inventaron en los días previos a la jornada electoral fue el colmo. El ejemplo más evidente del extravío de la candidata y de sus consejeros.

Porque Blanca Alcalá tuvo que haber empezado como cerró su campaña: directa, frontal, sin el terror de decir y llamar a las cosas, y a las personas, por su nombre. Su grito de “¡gobernador no pone gobernador!” debió ser desde el arranque, no a cinco días de la elección. Demasiado tarde. Demasiado lenta. Demasiado miedo para una contienda como la que vivió Puebla en estas semanas. No era así, ya no será.

Porque Tony Gali tuvo al mejor coordinador de campaña: Rafael Moreno Valle, quien en los hechos fungió como el gran general de una guerra por el poder que tenía que enfrentarse como todas las guerras por el poder: con estrategia, con dinero, con disciplina, con sacrificio, con unidad y con mucha, mucha valentía. Junto con Tony Gali, el gobernador Moreno Valle es uno de los indiscutibles ganadores de la elección. Y es que logrará lo que nadie a pesar de que todos lo han intentado: traspasar el poder a su candidato. Hizo historia y ahora, con todo y las acusaciones del PRI, que lo señaló de intervenir abiertamente en los comicios, está reposicionado en la carrera presidencial con Margarita Zavala y Ricardo Anaya, ante quienes lucía un tanto rezagado. El morenovallismo vive y no es improbable que Moreno Valle resulte un actor principal en (el ni tan lejano) 2018.

gar_pro@hotmail.com

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