La inequidad y la alimentación en los hogares

Por  Leticia López Posada | Publicado el 10-06-2015

En los últimos años muchas investigaciones han coincidido en que existen cambios socioculturales en el mundo y en nuestro país que son determinantes para el desarrollo acelerado y desmedido de enfermedades crónico degenerativas, tales como la obesidad, la hipertensión, los padecimientos renales y la diabetes mellitus tipo 2, solo por mencionar algunas. 

En realidad estos cambios sociales, culturales e incluso económicos, han impactado fuertemente en la salud de la población, pero se gestan en el interior de nuestros hogares, debido a que en las últimas décadas los cambios en la disponibilidad y consumo de alimentos han sido avasalladores con respecto a otros tiempos en los que la dinámica familiar y social era diferente. 

Estos cambios no han resultado similares para todos los integrantes de la sociedad debido a cuestiones tan simples como la composición familiar, las redes de transporte que rodean a las poblaciones o el ingreso económico de las mismas. Sin embargo, todas han incidido negativamente en nuestro estado de salud. 

La primera cuestión de desigualdad e inequidad en la alimentación en nuestro país se describe cuando hacemos la diferencia entre hogares rurales y urbanos. Los primeros carecen de una apropiada red de distribución de alimentos – no así de bebidas azucaradas- por lo que su alimentación podría resultar menos variada, sin embargo es mucho menos densa en energía (consumen en promedio menos calorías) y probablemente más equilibrada  ya que dependen de verduras de la región, así como del maíz y todos sus derivados, lo que provoca una determinada armonía nutrimental. Por el contrario, la facilidad al acceso a los alimentos que tenemos en los hogares urbanos provoca que nuestra dieta sea en realidad más variada en todos los sentidos, con productos locales y globales, pero más rica en azúcares añadidos y grasas saturadas; por lo tanto en proporción nuestra dieta es más densa en energía (o calorías) aunque a veces las porciones que consumimos sean menores. 

Un segundo aspecto es el relacionado con el nivel de ingresos de los hogares, de manera que no es equivalente tener mayores ingresos en el medio rural que el tenerlos en el medio urbano. De cualquier forma, se ha descrito que en las comunidades rurales las familias que tienen un mayor ingreso destinan su dinero a la compra de tortillas de maíz, leguminosas, semillas y verduras; por otra parte, quienes tienen mayores ingresos en las ciudades designan una buena  proporción de su gasto en alimentos a productos alimenticios como frutas, lácteos, diversos tipos de carnes y embutidos, así como a todo tipo de bebidas.

Es de resaltar que entonces las familias en México eligen o dejan de elegir ciertos alimentos según sus alcances presupuestales, lo que implica que no siempre se sirvan a la mesa dietas saludables, equilibradas, inocuas o variadas; al contrario, los resultados de este tema en la salud nos indican que se ha impactado negativamente en el panorama epidemiológico. 

Buena parte buena parte de los hogares ha tenido que adaptarse a dietas pobres, a racionalizar el consumo de alimentos caros o bien sustituir estos por productos baratos. También deben trabajar más miembros de la familia para poder comprar una mayor variedad de alimentos. En contraste, los hogares de mayores ingresos llegan a manejan dietas específicas, por mencionar algunos ejemplos, las dietas light  o dietas orgánicas, lo que genera una mayor demanda de alimentos específicos, que son mucho más costosos. 

Finalmente, es muy importante mencionar la inequidad existente incluso en el aspecto del género en lo que alimentación se refiere. El INEGI ha registrado que en el 95 por ciento de los hogares mexicanos, son las mujeres quienes se encargan del trabajo doméstico, mismo que incluye la compra, selección, preparación y distribución de los alimentos para cada miembro de la familia. Pero un buen porcentaje de estas mismas mujeres también salen a trabajar debido a cuestiones familiares (gran número de miembros de la familia, madres solteras, realización personal, bajos salarios de las parejas) por lo que hay un reparto inequitativo de las actividades domésticas y por lo tanto mayor desgaste físico y emocional para las mujeres. Sin lugar a dudas esta situación que miramos frecuentemente como una condición propia del género femenino ha traído como consecuencia cambios dietéticos importantes, tales como la compra de alimentos fuera de casa, alto consumo de alimentos rápidos y de fácil preparación – con abundantes grasas saturadas trans, conservadores, almidones y pobre contenido nutrimental – productos precongelados, o bien el “fast food”. Esto también ha implicado algunos cambios en la convivencia familiar, en los lugares de la casa donde tradicionalmente se consumían alimentos, y sin duda ha impactado en la alteración y falta de estructura y horarios para ofrecer una alimentación acorde con las necesidades de cada miembro de la familia. Para las mujeres de las que hablamos el tiempo apremia, y de alguna manera tratan de proveer a la familia dietas llenadoras pero que carecen de una planeación y por lo tanto derivan en  contenido nutrimental inadecuado. 

Es en el microambiente familiar en donde se generan y perpetúan un sinnúmero de acciones inequitativas que han puesto en riesgo, y seguirán poniendo, nuestra salud a nivel poblacional.

La autora es profesora de la Universidad Iberoamericana Puebla.

Este texto se encuentra en: http://circulodeescritores.blogspot.com

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