¡El tiempo… el tiempo!

Por  José Alarcón Hernández | Publicado el 01-09-2015

“La historia no es más que

un trozo de papel cubierto de tinta”

Bismarck

Lo que identifica a todos los pueblos es el concepto del tiempo. No ha habido raza, grupo o nación que no haya identificado el tiempo.

Desde antaño todas las tribus asumieron el concepto del tiempo.

Ni los pueblos orientales ni los occidentales se quedaron sin ese concepto.

La propia Biblia consigna la contabilidad del tiempo, como el Popol Vuh o el Libro de los Muertos de los egipcios.

El tiempo es infinito, tal como lo identificamos lo seres humanos.

Los científicos han calculado la antigüedad de la tierra en millones de millones de años; los astrónomos y los astrólogos también han hecho sus cálculos respecto a la antigüedad del universo. Algunos autores han señalado la antigüedad de los astros pero ninguno ha establecido la fecha o el año del fin del universo, ni siquiera el de la tierra.

Las civilizaciones más antiguas, orientales por cierto, no llevan mil años, cuando más se calcula que tienen una antigüedad de cinco milenios, tal vez más o menos.

El chiste es que el concepto “tiempo” lo han cultivado todos los pueblos antiguos y modernos.

En este orden de cosas la Conquista de lo que hoy es México, la Independencia, la Reforma, la Revolución Mexicana y las recientes reformas, son espacios verdaderamente recientes.

Si partimos de la Independencia de México, medida en años, apenas han transcurrido dos siglos, que en relación con la existencia del universo probablemente equivalen a un respiro o a fracción de segundo.

Después se consumó la Independencia, cuyo movimiento se inició en 1810.

Éramos una nación con pocos habitantes, la mayor parte pobres, hundidos en la miseria, con unos cuantos ricos que habían nacido desde la Colonia.

Entonces hubo muertos, sangre, epidemias, enfrentamientos.

En fin, la nación mexicana no tenía orden social y sí todas las carencias que puede uno imaginar.

El pueblo sufriente aguantó con pena ese medio siglo, hasta mediados del siglo XIX.

De esa fecha a lo que llamamos la Reforma, 1857, fue un largo periodo de lucha de las facciones, liberales y conservadoras, hasta que por fin se creó la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos en 1857.

No fue fácil tener ese libro rector de las actividades públicas y privadas de los hombres y mujeres que habitaban estas tierras.

Se fue Benito Juárez, que por cierto se reeligió como presidente una vez e impidió que el General Jesús González Ortega entrara a la contienda por la presidencia. Él mismo se designó presidente para otro periodo.

Entonces llegó a la presidencia de la república su paisano Porfirio Díaz Mori.

El tiempo transcurrió y don Porfirio llegó hasta 1910.

¡El tiempo… el tiempo! ¡Los siglos… los siglos!, que han envuelto al país en la pobreza a la mayor parte de la población, con las epidemias, los sufrimientos y las lágrimas de muchas mujeres que ansiaban la paz y la justicia.

En 1910, se inició  la Revolución Mexicana.

Porfirio Díaz se fue a Europa y aquí se quedaron las facciones que esencialmente se enfrentaban militarmente para sentarse en la silla del poder.

Fue hasta 1917 cuando en Querétaro se aprobó la nueva Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.

Nueva, es un decir, porque se conservaron muchas disposiciones de la Constitución de 1857.

De 1910 a la fecha, 2015, han transcurrido varias décadas y la transformación del país ha sido lenta. El tiempo no ha sido suficiente para arribar a una sociedad con justicia, con orden y en paz.

Otra vez ¡el tiempo… el tiempo! Este transcurre en su propio ritmo sin que nadie lo pueda acelerar, retrasar o detener.

El tiempo o lo que llamamos “tiempo” no se puede modificar. Lo que cuenta es que es una referencia para la existencia humana y para los avances de la ciencia y la tecnología.

Las estructuras sociales de la mayor parte de países como el nuestro, por más que se han querido transformar, prevalece la pobreza, la enfermedad, el analfabetismo, el dolor y la ruina.

Las reformas que promovió el presidente Enrique Peña Nieto, hace apenas dos o tres años, todavía no dan sus frutos, para ello tiene que transcurrir el tiempo… el tiempo y la voluntad de los que gobiernan para que más aceleradamente pueda lograrse una sociedad con más equilibrios, con menos desempleados, con jóvenes que puedan continuar con su educación media y superior en vez de las deserciones que se producen precisamente en esos años.

La tarea es gigantesca, los pendientes casi son incalculables, nos llevaremos tal vez medio siglo para lograr el inicio de una sociedad igualitaria.

Como siempre he escrito, no nos podemos ir del planeta a buscar otro con mejores condiciones. Así que nos queda comprender la necesidad de los cambios que tienen que ser radicales como si se hubieran hecho por la vía violenta.

Derribar la estructura de la sociedad por la vía pacífica es mucho más difícil que por la vía de una revolución.

No hay que excluir que una revolución se puede dar, encabezada por los muchos desesperados que a veces no tienen ni para comer ni para medicinas.

Tenemos que lograr un México en paz pero como fruto de las transformaciones sociales que tiene que encabezar el gobierno con el apoyo consciente de la población.

No hay de otra: participar en la transformación  o dejar que las contradicciones se agudicen para entrar a una nueva etapa violenta, a pesar de que no queramos andar por ese camino.

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