Aniceto Cortés recuerda con nitidez cuando era niño y trabajaba en los campos de su abuelo en el pequeño pueblo de San Felipe Xochiltepec, Puebla. Siempre que un avión sobrevolaba el lugar, recuerda Cortés, corría hacia un árbol para abrazarlo y llevar con asombro los ojos al cielo. Se preguntaba qué podría ser aquella ave metálica que volaba por el cielo y soñaba con que algún día podría estar allí arriba con ella |
Servicios