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Viernes, 07 Julio 2017 20:17

Mis recuerdos y el cine, por José Luis Cuevas

Por  Staff Puebla On Line

Desde siempre he tenido rasgos definitivos de carácter y de preferencias: he sido, y soy, ególatra, paranoide, narcisista, curioso y cruel (a los siete años de mi edad abrí por la panza un conejo vivo para conocer sus entrañas). Pedante (en la escuela primaria me negaba, durante la lectura en voz alta, a leer Corazón, diario de un niño y pedía al profesor que me dejara hacerlo con Juan Cristóbal, de Romain Rolland), peleonero, obstinado y siempre me gustó dibujar y escribir majaderías. La ópera siempre la he detestado, “vista” u “oída” y he preferido las salas de fiesta y los teatros frívolos (el Tívoli era padre) que a las bibliotecas y galerías de pintura. Siempre he sido epatante:* a la escuela de gobierno donde cursé la primaria asistían puros niños pobres, por lo que me gustaba ir muy bien vestido para marcar las diferencias y humillarlos. Por cierto que por mi limpieza y elegancia se me nombró, durante un semestre, “inspector de higiene” de mi clase, y mi obligación consistía en escarbar las cabezas de mis compañeros para ver si estaban libres de piojos o liendres y revisar sus manos y orejas para ver si por ellas había pasado el agua y el jabón. Si estaban sucios yo les aconsejaba: “No olviden, hay que bañarse todos los días”.

Siempre he sido un fanático del cine. A los 14 años dicté una conferencia sobre su prehistoria en un local de la calle Donceles donde también había presentado una exposición de mis dibujos. El temario de esa conferencia era amplio y atractivo: hablé del origen de la proyección de la luz, del movimiento en el arte, de las sombras chinescas, de Edison y Kinematoskope y de los hermanos Lumiére y su aparato que estableció, dicho sea de paso, la velocidad de la película a razón de 16 cuadros por segundo, que fue la norma hasta el surgimiento del cine sonoro, en 1928.

De niño leía todo lo que se refiriera al cine y aún ahora poseo más libros y folletos sobre este tema que sobre pintura. Con la misma avidez me entregaba a conocer la teoría del montaje, según Pudovkin, que los chismes sobre la vida y milagros de las estrellas de cine, que era lo que traían revistas como Novelas de la pantalla, Cinema Reporter y México Cinema. Como a los 13 años, ansioso de conocer más a fondo la técnica cinematográfica, inicié un curso por correspondencia que impartía un Instituto de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood, por lo que, un año después, recibí un diploma que me acreditó como experto en sonido, fotografía, montaje, escenografía iluminación y producción. Por ese tiempo ya leía a George Sadoul lo mismo que a José María Sánchez García que publicaba una historia del cine mexicano en el periódico Novedades. Por él me enteré de que La banda del automóvil gris era una soberbia película, y en cuanto la vi anunciada (se reestrenaba cada año) en el cine Roma, me fui a verla.

Mis recuerdos de niñez y adolescencia siempre van asociados a alguna melodía popular o a alguna película. El día que pasé el examen final del segundo año de primaria, mi madre, para premiarme, me llevó al Cinelandia a ver El hipnotizador con un actor ya olvidado: Lalito Montemayor y, recuerdo que como complemento del programa pasaron algunas películas cortas de Charlie Chase y algunas muestras del cine en tercera dimensión. A Erich von Stoheim y a Vera Ralston (en películas clase B de la Republic Pictures, vistas en el cine Royal) los ubico en la época en que solía encontrarme con Mireya, mi primer amor y mi primera modelo, en un café de chinos de la colonia Roma. En cambio, las películas argentinas (Melodías porteñas, Ayúdame a vivir, La maestrita de los obreros, El Tesoro de la Isla Maciel, La casa de Quiroz, etcétera), vistas en programas triples, los miércoles en el cine Parisina (los jueves daban películas europeas, los viernes mexicanas y los sábados, domingos, lunes y martes, películas norteamericanas en programa doble), las asocio a los primeros apuntes del natural que hice en una casa non sancta de la calle Sonora. Noches de ronda con María Antonieta Pons, que representa para mí el despertar del sexo, durante una matiné del cine Bucareli... La corte del Faraón con Mapy Cortez, en el Cinema Palacio; así como las películas del teatro Novely (Mundo, demonio y carne, Cómo se bañan las damas, El origen de la natalidad, Elysia, paraíso al desnudo, etcétera), y las películas francesas del cine Imperial (La torre de Nesle, La mujer del panadero, La casa del maltés) eran frutos prohibidos para una niñez impaciente. Tenía que conformarme con curiosear los stills de propaganda colocados en el exterior de los teatros. La primera película “solo para adultos” que se me permitió ver fue El ángel perverso de Clousot. Esto fue en el cine Estadio y lo recuerdo porque fue un día antes de la apertura de mi exposición en la galería Prisse.

Cuando yo era muy pequeño, tendría cuatro o cinco años de edad, todos los domingos iba a comer a la casa de mi abuelo, en el callejón del Triunfo, un viejito al que llamaban el señor Espinoza. Usaba grandes bigotes blancos y solía dormirse durante las largas conversaciones de sobremesa que a veces se prolongaban hasta la hora de la merienda. Pues bien, el señor Espinoza decía ser medio hermano del genial cómico francés Max Linder y en alguna ocasión nos mostró un daguerrotipo en el que figuraba un grupo familiar. “Este de la izquierda —nos decía— soy yo y el que está a mi lado —y enseñaba a un niño enteco— es mi querido hermanito Max”. Después daba su versión del suicidio de Linder: “Desde pequeño Max fue retraído, melancólico y triste, de manera que para él fue muy duro ejercer la carrera de payaso. El esfuerzo de tener que hacer reír a los demás lo sumió en una especie de esplín incurable que lo llevó al suicidio”. Y después el señor Espinoza, que también decía ser padre de una bella artista que trabajaba en Alemania para los estudios U.F.A., nos recitaba aquello que dice: “Viendo a Garrick, actor de Inglaterra”.

Cuando tenía seis años intervine en una película mexicana. Resulta que en la escuela “Benito Juárez” donde yo estudiaba se filmaron algunas secuencias de una adaptación cinematográfica no tan mala de la novela de Edmundo D‘Amacis, Corazón, diario de un niño y me escogieron para un pequeño papel. El director era Alejandro Galindo y fue interpretada en los papeles estelares por Domingo Soler, Rafael Icardo, Arturo Soto Rangel, y los niños Narciso Busquets y Pepe del Río. Recuerdo de esta mi primera experiencia cinematográfica que, durante la filmación de un “agarrón”, se me pasó la mano y le puse el ojo morado a uno de los niños actores. En esa época me gustaba fajarme y era el campeón de boxeo de mi clase gracias a las lecciones que me daba mi padre, que en sus mocedades fue boxeador y subió al ring con el nombre profesional de Alberto Caselli.

De Carlos Fuentes me hice gran amigo después de un matchde cine que sostuvimos en el Aeropuerto de Idelwild en Nueva York. Fuentes posee una cultura de lo popular realmente extraordinaria, y yo no me quedo atrás. Así que cuando se nos agota el tema de las películas, nos echamos “toritos” sobre cómics, cabarets de mala muerte, carpas, boleros, danzones y exóticas, y cuando queremos ponernos en un nivel más intelectual, competimos con las preguntas sobre los nombres de personajes de novelas célebres como Los hermanos Karamazov, Los miserables o El médico de las locas. Pero casi siempre el cine vuelve a imponerse y por libre asociación nos preguntamos:

—¿Cuántas versiones cinematográficas se han hecho de Los miserables? ¿Quién dirigió El médico de las locas con Ramón Pereda y Adriana Lamar?

—¿Cómo se llamó el actor que interpretó el papel de Alicha en la adaptación de Los hermanos Karamazov, dirigida por Richard Brooks?

—¿Cuál fue la última película que filmó la exótica suicida Su-Mu-Key?...

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México, D. F., a 23 de julio de 1965.

*épatant: terrible

Fuente: http://nwnoticias.com/

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