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Viernes, 02 Febrero 2018 20:16

Llámame por tu nombre, enamorarse por primera vez

Por  Staff Puebla On Line

A las películas de Luca Guadagnino no solo las ves, las absorbes. Sus filmes más conocidos, Yo soy el amor y A Bigger Splash, nos muestran a gente hermosa con un gusto impecable mientras viven intensamente sus días de la alta burguesía. La pasión y el drama le dan jaque a esas vidas, pero lo que más destaca de las películas es la calidad extraordinariamente palpable que tienen. En el trabajo que hace Guadagnino, esa pasión y drama son expresadas con palabras, hechos y música cuya fuerza va en ascenso y también en las texturas vibrantes y viscerales que rodean a los personajes: mármol frío, frutas suculentas, la luz y la sombra, los destellos del sudor. Son películas que vuelven a tu mirada casi capaz del tacto, que te invitan a ver y casi acariciar los cuerpos que se asolean en la pantalla.

La más reciente película de Guadagnino, Llámame por tu nombre, es otro embelesamiento de los sentidos, aunque esta vez sí hay un centro narrativo que logra unir todas las superficies sensuales y las emociones agitadas. Como la novela de 2007 escrita por André Aciman en la que está basada, la historia trata sobre un enamoramiento: el de Elio Perlman (Timothée Chalamet) –un juguetón italoestadounidense de 17 años– con Oliver (Armie Hammer) –un estadounidense en sus veintes–. Elio vive con su padre (Michael Stuhlbarg, extraordinario) y su madre (Amira Casar) en una villa al norte de Italia. Cada verano, el padre, un profesor de cultura grecorromana, invita a un estudiante a trabajar con él y a quedarse con su familia. Este año es el turno de Oliver.

 

El enamoramiento entre Elio y Oliver comienza lentamente; dan vueltas cerca del otro pero se mantienen a la distancia, queriendo mostrar indiferencia para disfrazar su interés. Oliver termina siendo mucho mejor en ese juego, sabe que no conviene mirar por mucho tiempo o con demasiada intensidad. En contraste, las miradas furtivas de Elio terminan quedándose enfocadas como si estuviera haciendo una pregunta con sus ojos. Está cada vez más curioso sobre el nuevo huésped, pero inexplicablemente (bueno, para él) también molesto con este; incluso se queja con sus padres sobre la despedida típica de Oliver (“Ahí te ves”.) Pero cuando Elio pone por escrito sus quejas, y luego se reprende a sí mismo por haberse comportado duramente con Oliver, es como si estuviera escribiendo una carta de amor apologética.

Guadagnino es muy bueno cuando se trata de captar el ir y venir indolente de los días veraniegos, con la somnolencia y las partes expuestas de cuerpos ataviados para el calor. Todos parecen moverse en cámara lenta en la villa, con la excepción quizá de la ayudante del hogar de la familia. Esa languidez empata bien con el ritmo de la relación de Oliver y Elio, que evoluciona a lo largo de comidas, paseos por idilios, un poco de trabajo y un recital de piano espontáneo que en realidad es la obertura de la seducción. Elio, un músico talentoso, se mueve del piano a la guitarra (con la misma facilidad que su familia mezcla el inglés con el francés y el italiano), un talento que lo hace encajar perfecto en esa villa con estantes kilométricos repletos de libros, sofas de terciopelo y antigüedades colocadas por doquier con buen gusto.

Fuente: NYTIMES

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