Cuidado con las expectativas de La Dictadura Perfecta

No fue de mi total agrado La Dictadura Perfecta. Yo le pondría un 8. Para mi gusto La Ley de Herodes y El Infierno han estado mejor contadas, son ácidas pero digeribles, plagadas de sarcasmo e ironías que hacen que uno pase de la risa al llanto en una misma escena.

La última cinta de Luis Estrada resulta un cuento de la vida real en el que deja mal parada a la poderosa televisión, en concreto a Televisa. En sus dos primeros fines de semana en cartelera, muchos llegaron a la taquilla corriendo movidos por ese amenazante “veto”. Querían verla antes de que la censurara Emilio Azcárraga o el propio Enrique Peña Nieto. Otros más suponían erróneamente que las escenas estarían plagadas de situaciones chuscas que caricaturizaran a los personajes políticos que mecen la cuna en que duerme la democracia mexicana.

Esas expectativas infladas por la publicidad alternativa – alejada del marketing rosa de Televisa y cobijada en los medios opositores al imperio de Azcárraga – propició que muchos salieramos de la sala de cine con la insípida sensación de que algo faltó para que el guión cuajara.

No obstante, La Dictadura Perfecta, es una película obligada para todos los mexicanos en aras de que se sigan produciendo historias que sean una piedra en el zapato para los políticos y medios de comunicación que se regodean porque el colectivo social no dice ni pío sobre las atrocidades y farsas montadas en la caja chica.

Hay que verla para abrir más los ojos y los oídos a los contenidos que nos ofrecen los periodistas de mayor rating. No espere ir a reirse a carcajadas, porque son pocos tales momentos. Tampoco espere ver al Gober Precioso con sus botellas de cognac. Sí, se habla de momentos de pena ajena que han pasado en el México de la vida real pero no es una comedia, más bien es un drama contado muy lentamente en el que el propio Damián Alcázar no brilla tanto como sí lo hace Alfonso Herrera en su papel de “Carlos” un ingenioso y talentoso productor de televisión que es capaz de olvidar sus escrúpulos y sentido común por lograr jugosos contratos multimillonarios y alcanzar los puntos más altos del rating que indiquen que la audiencia está atrapada y enlelada con el amarillismo y morbo que desplazan a lo verdaderamente importante.

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