Little Boy: moviendo butacas

Por x, y o z, he terminado en salas de cine viendo películas con mensajes subliminales de cristianos y hasta recuerdo haberme chutado y quedarme dormida con un video de “El Secreto”. Más obligada por el trabajo que por convicción propia acudí a ver Little Boy. Mi miedo era encontrarme con esas moralejas clichés de “Ama a tu prójimo como a tí mismo”, “Pórtate bien para que bien te vaya”, etc, etc.

Una cosa es cierta: dicho vulgarmente, la peli sí está jalada. Sin embargo, con todo y que raya en la exageración y fantasticidad, logra movernos la butaca y conmovernos al grado de sentir un hoyo en la panza o derramar alguna lágrima, dependiendo del grado de sensibilidad que se tenga.

Para ser un producto hecho por mexicanos, con capital estadunidense, resulta una cinta digna y bien llevada a término gracias a la dirección de Alejandro Monteverde y a la producción del guapísimo Eduardo Verástegui. Sin embargo, la medalla de oro es para Jakob Salvati, el pequeño que interpreta a ‘Pepper Flynt Busbee’.

Es el pequeño de siete años el que debuta en el séptimo arte con el pie derecho. Su tarea de cumplir con una lista de mandamientos– sin caer en la mojigatería – nos deja un buen sabor de boca y hasta hace parecer fácil el que la utopía por un mundo feliz deje el imaginario colectivo y se vuelva una realidad.

Obvio la vida no es así. Little Boy nos habla de guerra, de destrucción, de racismo, odio y hasta el bullying nuestro de cada día. No es que uno salga queriendo ser santo, ni creyendo en que si nos concentramos de verdad lograremos mover una montaña, pero sí sales un poco aliviado e inspirado en que en medio del caos a lo único que nos podemos aferrar es a la esperanza de que las cosas malas pasarán y el motor de todo es el amor.